Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve lo secreto te recompensará¨. Mateo 6: 6.
¿Usted reza, hace oración? ¿Para qué lo hace? ¿Qué espera ¨obtener¨ de ello? ¿Quién le ¨enseñó a rezar a usted? ¿¨Reza¨ siempre lo mismo? ¿Su vida siempre está en las mismas circunstancias, en el mismo estado de ánimo? ¿Cómo es nuestra oración? ¿Qué es lo que nos deja insatisfechos en la oración? ¿Usted reza para que ¨los demás¨ la vean? ¿Se ha llegado a sentir ¨hipócrita¨ en su oración porque no corresponde con lo que ¨hay en su corazón¨?
¨La oración se aprende, no se enseña¨. Es algo tan personal que no se puede entrar en la del otro. Hasta Jesús mismo respeta este misterio de la oración cuando dice: ¨Enciérrate en tu cuarto¨. Tampoco quiso condenar la oración pública, él invita a orar a sus apóstoles en la ¨Ultima Cena¨. Jesús quería señalarnos no un precepto, sino el sentido de la oración que es el secreto de cada uno con Dios, en el que ningún otro puede entrar.
La oración es el momento de nuestra verdad delante de Dios y que sólo Dios conoce hasta el fondo. Muchas veces nos preguntamos por qué nuestras obras de ¨piedad¨: Ayuno, limosna-caridad, oración no nos dejan ¨satisfechos¨, por qué nos ¨enojamos¨ cuando Jesús nos dice que todo esto ¡No es suficiente! Y es que, a veces, a través de estas obras de piedad pretendemos ¨distraer¨ la mirada de Dios, (y de los demás) de lo que verdaderamente a Dios le interesa de nosotros: ¡EL CORAZÓN! … y sólo le ofrecemos migajas, lo que nos sobra de tiempo (si sobra), de cosas (si sobran), de sacrificios (si no hay más remedio, o sirve para la ¨dieta¨). O, ¿tu oración te identifica y te deja en paz con Dios?