Lecturas para este día: 1 Samuel 1: 1-8. Marcos 1: 14-20.
¨Convertíos porque está cerca el Reino de Dios¨. Marcos 1: 14.
¿Qué pueden decirle estas palabras a un hombre o una mujer de nuestros días? A nadie nos atrae una llamada a la conversión. Pensamos enseguida en algo costoso y poco agradable: Una ruptura que nos llevaría a una vida poco atractiva y deseable, llena sólo de sacrificios y renuncia.
¿Es realmente así? Para comenzar, el verbo griego que se traduce por ¨convertirse¨ significa en realidad ¨ponerse a pensar¨, ¨revisar el enfoque de nuestra vida¨, ¨reajustar la perspectiva¨. Las palabras de Jesús se podrían escuchar así: ¨Fíjense si no tienen algo que revisar y reajustar en su manera de pensar y de actuar para que se cumplan en ustedes los sueños de Dios¨. Si esto es así, lo primero que hay que revisar es aquello que bloquea nuestra vida. Convertirse es ¨liberar la vida¨ eliminando miedos, egoísmos, tensiones y esclavitudes que nos impiden crecer de manera sana y armoniosa. La conversión que no produce paz y alegría no es auténtica. No nos está acercando a Dios. No se nos pide una fe sublime ni una vida perfecta; sólo que vivamos confiando en la grandeza del amor que Dios nos tiene.
Convertirse no es empeñarse en ser santo, sino aprender a vivir tranquilo y en paz con Dios. Sólo entonces puede comenzar en nosotros una verdadera transformación. La vida nunca es plenitud ni éxito total. Hemos de aceptar lo ¨inacabado¨, lo que nos humilla, lo que no acertamos a corregir. Lo importante es mantener el deseo, no ceder al desaliento, no decir ¨no vale la pena¨, ¨siempre echo todo a perder¨. Convertirse no es vivir sin pecado, sino aprender a vivir del perdón, sin orgullo ni tristeza, sin alimentar la insatisfacción por lo que deberíamos ser y no somos. Así dice el Señor en el libro de Isaías: ¨Por la conversión y la calma seréis liberados¨(Isaías 30: 15).
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