Lecturas para este día: 1 Samuel 4: 1-11. Marcos 1: 40-45.
¨Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: ´Si quieres, puedes limpiarme´. Sintiendo compasión, extendió la mano y lo tocó, diciendo: Quiero, queda limpio¨. Marcos 1: 40.
El ´poder´ extraordinario de Jesús es manifiesto y se extiende a todo lo que lo solicite, es decir, a todo el que se sienta ¨pecador¨, necesitado de su perdón y amor. Los cristianos, en la iglesia, somos una multitud de pecadores que se arrepienten.
Arrepentimiento que no es lamentarse de la propia miseria, sino de tener conciencia de lo que es el pecado: Separación de Dios, separación de los demás, división interior, separación de las raíces profundas de nuestro ser.
Pecadores que se arrepienten, son los que han tomado conciencia de esta situación, han comprendido que ningún esfuerzo humano puede ponerle remedio y, por eso, se han dirigido a Dios. Hagámoslo con fe y dando los primeros pasos en el amor.
Señor Jesús, venimos a ti como leprosos entre muchos leprosos, como menesterosos entre muchos que necesitan, sobre todo, recuperar el deseo de ser curados, el deseo de redescubrir la bondad de la vida, aunque esté marcada de dolores y fatigas.
Sufrimos, efectivamente, pero tal vez no sintamos verdaderos deseos de ser curados; estamos solos, excluídos, separados de los demás; nos lamentamos de ello, pero no deseamos a fondo volver a la responsabilidad de la convivencia fraterna, a los deberes de quienes están sanos, de quienes deben servir a los demás. Señor Jesús, todos nosotros, postrados, como una multitud de leprosos en el espíritu y la carne, te suplicamos que suplas tú mismo con tu firme voluntad de salvación nuestra indecisión crónica. Sí tú quieres, puedes limpiarnos. Sí, a pesar de nosotros mismos, tócanos con tu mano y pronuncia tu palabra: ¨¡Quiero, queda limpio!¨. Y suscita en nuestro corazón y en todo nuestro ser la gratitud y la alegría, el canto de la vida nueva, el canto de la salvación total.
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