Podemos haber sido solitarios en el pasado, prefiriendo la soledad a la compañía de otros. Podemos haber pasado el tiempo como niños metidos en un libro en lugar de jugar con otros niños. Podemos haber pasado por la adolescencia sin muchas citas. Podemos sentirnos ahora más cómodos con poca gente en lugar de grandes grupos.
Una reunión es el lugar ideal para aprender como interactuar con otros. No tenemos que actuar de una forma determinada o esconder nuestros sentimientos porque nuestro grupo nos entenderá sin importar lo que sea. Podemos dar lo que queramos y nunca nos dañarán ni nos pedirán más.
Asistiendo a reuniones con frecuencia, aprenderemos a que existen porque la gente trabaja allí al unísono. Algunos abren, otros hacen café, uno coordina y uno habla, y algunos limpian al cierre. Podemos aprender a que la fuerza del grupo yace en la habilidad de cada miembro para hacer lo que lo hace sentir bien. Tal coexistencia nos puede ayudar a aprender que podemos sacar fuerza del número.
Puedo hacer algo para sumarle fuerza al grupo.
Del libro: Luz de noche, por Amy E. Dean