San Pablo nos dice en la primera lectura de hoy que si nosotros nos ofrecemos a sí mismos a Dios, el pecado ya no tiene poder sobre nosotros.
¿Ah sí? ¿Entonces porque sigo cayendo en el pecado? ¿Por qué me comporto egoístamente? ¿Por qué sigo haciendo cosas dañinas que yo realmente no quiero hacer? ¿(Tú también, verdad)?
Es la gracia que nos da el poder para resistir el pecado. Sin ella, nosotros fallamos repetidas veces. Es por esto que el Sacramento de la Confesión es extraordinariamente útil. Ya que esta vía del perdón es un sacramento, nosotros recibimos más que el perdón: Recibimos la gracia de Dios.
Sin embargo, si nosotros nos ofrecemos a Dios antes de pecar, nosotros nos ponemos en su gracia y recibimos su ayuda para resistir la tentación. Nuestra Santa Madre pudo evitar pecar porque ella estuvo llena de gracia. La gracia es el regalo sobrenatural de Dios para ayudarnos a elevarnos por encima de nuestras tendencias pecadoras.
Entre más llegamos a ser como Cristo, más fácil es resistir la tentación. Sin embargo, la santidad es un viaje difícil. Desear ser como Cristo no es suficiente para detenernos de no pecar. Necesitamos la gracia sobrenatural.
La gracia nos da el poder. Sin la gracia, estamos esclavizados a pecar, lo cual nos conduce a la muerte - la muerte de nuestras almas. Con la gracia, escogemos el camino de la obediencia, haciendo lo que Dios quiere que hagamos, porque lo amamos y queremos ser como el, en lugar de hacer lo que somos tentados a hacer porque estamos separados de Dios. Si escogemos colocarnos bajo su autoridad benévola, aceptamos el poder sagrado de nuestro buen Maestro, y esto nos permite ser rectos.
Rendirnos, (ofreciéndonos a Dios) es el catalizador que convierte una tentación en una victoria. Así, si yo me siento herid@ por una injusticia que me hicieron y la ira vengativa comienza a dictar mi respuesta, yo puedo escoger detenerme y colocarme bajo la gracia de Dios. Esto significa escoger ser misericordioso con los que me trataron injustamente, orar por ellos y, si es apropiado, buscar una buena obra que pueda hacer por ellos, tratándolos mejor que como ellos me trataron. Bajo la gracia de Dios, yo puedo tomar esta actitud sagrada. Bajo la gracia de Dios, y sin la ira, yo puedo resolver cómo él quiere, y traer la justicia divina a cada situación.
La rendición y obediencia detienen a la tentación y previenen el pecado. Tratar a los demás con cortesía nos quita el enfoque de sus pecados y nos ayuda a poner atención en cómo Jesús mismo nos da el amor y la bondad que otros nos han negado.
Sólo bajo la gracia de Dios podemos exitosamente hacer lo contrario de lo que somos tentados a hacer. Sólo bajo la gracia de Dios somos capaces de ser victoriosos en nuestro camino a la santidad. Por medio de la gracia de Dios, vivimos en la rectitud y cambiamos el mundo a nuestro alrededor.
Reflexión de Las Buenas Nuevas