PERRILLO A COMO DIJO CRISTO, NO ES IGUAL A PERRO DE 4 PATAS
En cumplimiento de la profecía revelada por IEUE Dios en Isaías 52:6-7, se inicia la divulgación de las Buenas Nuevas de Salvación y la realización de muchos prodigios en diferentes aldeas de Israel, y muchos entonces recurrirían al Divino Maestro (El Cristo), en procura de obtener un milagro para la sanidad de sus enfermedades, o de ser liberados de alguna posesión demoniaca. Así se da el caso de una mujer griega y siro-fenicia de nación, que dando voces tras los discípulos y postrándose a los pies de Cristo, quería que le fuera echada de su hija un espíritu inmundo; pero el Señor dijo algo que no era lo esperado por esta angustiada mujer, pues adujo de manera juiciosa: “Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos (Mc. 7:26-27; y Mt. 15:26)”. Cristo estaba en lo cierto, no era legal o permitido dar lo que por derecho era de los hijos del reino, a otras personas, sin todavía haberse saciados. Francamente no tenían los gentiles el derecho a recibir la purificación o lavamiento de los pecados, para no tener inmundicias (Hb. 9:7-10; Dt. 29:28-33). Esto era una práctica que de año en año se cumplía en Jerusalén, a cargo del sumo sacerdote, quien intercedía por los pecados del pueblo de Israel, y no por transgresiones de las personas de otras naciones, que entre las cuales se encontraban algunos en condición de servidores, y les atendían a sus amos israelitas en las mesas. Es por esto que de dicha mujer emerge una respuesta impresionante para el Divino Maestro, ya que ciertamente dijo: “Si, Señor, pero aún los perrillos comen de las migajas que caen de las mesas de sus amos (Mt. 15:27)”. Esta respuesta conmovió a Cristo, tanto que expresó:
“Oh mujer grande es tu fe, hágase contigo como quieres”.
Precisamente, por la fe grande que tuvo la mujer, Cristo le concedió la rogativa de librar a su hija del espíritu inmundo; y de manera similar fue lo acontecido con el centurión romano, quien teniendo fe de producirse la sanidad, sin que el Señor fuera a su casa, le fue sanado su criado, de modo que el Divino Maestro se maravilló y le dijo a los que le seguían: “De cierto os digo, que ni aún en Israel he hallado tanta fe” (Mt. 8:10). De hecho, en los que eran hijos del reino y se consideraban limpios o puros, y por tanto tenían la delicadeza de acercarse o andar con personas sumidas en inmundicias, el Señor no halló tanta fe, como la consiguió en el centurión romano, pues el grueso de los israelitas en El no creyeron ni tan poco lo recibieron; y es por este motivo, que el Apóstol Juan formalmente por escrito testificó claramente, que cuando la luz verdadera vino a lo suyo, los suyos no le recibieron, pero a los que le recibieron, a los que creen en su Nombre, le dio la potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios (Jn. 1:9-13).
Esa expresión de perrillo que develó una fe tan grande en esa mujer de una progenie gentil griega siro-fenicia, es considerada por algunos agnósticos como un acto racista de parte de Cristo. Ellos la ven en el sentido de que Cristo la catalogó perro de cuatro patas, y no según la percepción del contexto, ni la cognición legal del pueblo hebreo, quien sólo a manera comparativa calificaban a los gentiles como perrillos, por ser personas inmundas, no limpias o puras, a diferencia de los israelitas, que mediante un proceso de sacrificios de animales o lavamiento con agua, eran purificados.
Para los tiempos de Cristo, no sólo el término de inmundo se les daba a ciertos individuos impuros, a la manera de los cerdos o perrillos, sino también se le daba a los espíritus inmundos, quienes se apoderaban de personas sumidas en la inmundicia, para tenerlas como guaridas, y así realizar muchos hechos pecaminosos. Ejemplo de esto tenemos al endemoniado de Gadara, que tenía una legión de demonios, y que luego de ser liberado por Cristo, los demonios tomaron los cuerpos de los cerdos, por ser estos animales inmundos, pero que no pudiéndose sostener en los puercos a como les era fácil en un cuerpo humano, los cerdos se precipitaron en el mar, donde perecieron.
Otra cuestión a tomarse en cuenta acerca de lo acontecido con la mujer griega y siro-fenicia de nación, es que todavía no se había concertado un nuevo pacto, para que progenies gentiles, pudieran tener la bendición prometida al Patriarca Abraham, de que en su simiente serían benditas todas las naciones de la tierra. Cumplido esto con el sacrificio vivo de Cristo sobre el madero, es la aclaratoria que señala el Apóstol Pablo, cuando escribió: “En aquel tiempo estaban sin Cristo, alejados de la Ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo, ahora en Cristo IESUE, ustedes que en otro tiempo estaban lejos, han sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, anulando en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ellas las enemistades. Y vino y anunció las Buenas Nuevas de paz, a los que estaban lejos y a los que estaban cercas; porque por medio de Él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no son extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien ustedes también son juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Ef. 2:12-22).
Ahora los gentiles o extranjeros que recibieron a Cristo y creyeron en su Nombre, se les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios. Tanto así, que Dios escogió a lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia (1 Co, 1:27-29). En conclusión, todos los gentiles que tengan fe en Jesucristo o que siendo por el llamados, y lo reciban y crean en su Nombre, ya no son perrillos sino “HIJOS DE DIOS”.