VENIDO CRISTO, ÉL NO ABROGÓ LA LEY DEL VIEJO PACTO, SINO QUE LA CUMPLIÓ Y FUE CAMBIADA EN POS DEL NUEVO SACERDOCIO:
Hay de algunos la opinión, que una parte o toda la ley de Moisés sigue en vigencia, por cuanto Cristo dijo: “no penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mt. 5:17). Sin embargo, Cristo y Pablo respectivamente dijeron:
“Porque todos los profetas y la ley, profetizaron hasta Juan” (Lc. 16.16-17).
“Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones hasta que viniese Cristo a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador” (Gl. 3:19).
“Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Ro. 7:6).
“…ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Ro. 10:3-4).
“…el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, más el espíritu vivifica… ¿cómo no será más bien el misterio del Espíritu?” (2 Co. 4:6, 8).
Viendo entonces lo anterior, es comprensible que quienes opinan que toda la ley de Moisés o parte de ella está en vigencia, tienen una mala interpretación o mal entendimiento de las escrituras. Cuando Cristo dijo, no penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas, lo dijo no para que siguieran en vigencia lo que debía darse por consumado; porque era necesario que se cumpliera todo lo que de él está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos (Ex. 12:6; Lv. 23:5; Nm. 9:3; Dt. 16:1; Is. 52:13-15; 53:1-12; Salm. 22:1,7. 16-18; 69:21; Mt. 5:17; 27:34; y Lc. 18:31-33; y 24:44-46).
Si cristo antes de morir derogaba la ley y los profetas, no hubiera podido cumplir todo lo que de acuerdo al misterio de la piedad, le es alusivo a su obra redentora. Así que para poder cumplir, debió primero predicar las buenas nuevas de salvación, hacer sanidades, resucitar muertos y luego morir en función de un nuevo pacto, porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador, porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive (Heb. 9:16-17). Esto vale decir en los términos jurídicos de ahora, que el testamento tiene efectos de validez, sólo cuando fallezca quien lo hizo, a fin de que se puedan disponer de los bienes que hayan sido estipulados; y mientras el testador viva, entonces no le es tenido como valido de su última voluntad, aunque ya lo haya determinado y firmado para quien se plació darle sus bienes en todo o en parte.
El viejo pacto instituido para que fuera cumplido por el pueblo de Israel, estaba bajo la administración levita, y el primer sacerdocio por tanto, era de la tribu de Leví; pero al morir Cristo para que tuviera validez un nuevo pacto, esto estaría administrado desde entonces, por un nuevo sacerdocio que nunca sirvió al altar ni tuvo a cargo todo el ceremonial y prácticas respecto al viejo pacto; y por tanto que cambiado el primer sacerdocio, necesario es el cambio de ley (Heb. 7:12). En efecto, por otra ley no conforme al pacto primero, sino de acuerdo al Nuevo Pacto, que rige conforme al Espíritu y no conforme a las obras de la ley de Moisés.
Del viejo Pacto para uno Nuevo:
El viejo pacto era defectuoso, por cuanto: “si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera dejado lugar para uno nuevo” (Heb. 7:11, 18).Porque reprendiéndoles dice:
“He aquí vienen días, dice IEUÉ, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá, un Nuevo Pacto (Jr. 31:31-34). No como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Mitzraim “Egipto”; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos” (Heb. 8:7-12).
Cuyo primer pacto al darlo IEUÉ por viejo, estaría próximo a desaparecer por el Nuevo Pacto (Heb. 8:13). En las ordenanzas del primer pacto, debía el sacerdote entrar con sangre ajena de los respectivos animales para la remisión de los pecados. Lo cual de acuerdo a la ley de Moisés, se hacía de año en año; pero nunca podía por los mismos sacrificios hacer perfectos a los que se acercan ni quitar los pecados (Heb. 9:7-22; y 10:1, 4).
Por ello debía entonces, cesar los sacrificios con la muerte del testador, para que se cumpliera una sola vez y para siempre, su última voluntad; y es por esto que IEUÉ hace morir a su cuerpo humano de Cristo (El Mesías), como está escrito:
“Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; más me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Eli, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo: He aquí que vengo, oh Eli, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último” (Heb. 10:5-9; Salm. 40:6-8; Jr. 36:2-3).
Eso primero, es el Viejo Pacto que fue quitado para el establecimiento de lo último “el Nuevo Pacto”. De manera que en esto último, estamos ahora, en pos del nuevo sacerdocio; y empero está rigiendo una nueva ley, que es la del Espíritu, la misma ley de Cristo (Heb. 7:12; 2 Co. 3:6,8; Ro. 8:2; y Gl. 6:2). En la cual debido a la muerte del Mesías por la misericordia y el amor del Ser Divino, tenemos gracia delante de sus ojos, a fin de que por fe desde que se cumplió la promesa hecha a Abraham, fuéramos bendecidos para recibir el beneficio de la herencia eterna (Heb. 9:15).
Así que en base a todo lo antes expuesto, se puede decir que la ley del viejo pacto estaba destinada a ser anulada por las palabras del Ser Divino, pues el mismo dijo que con la Casa de Israel y con la casa de Judá, haría un Nuevo Pacto no como el primero que hizo con sus padres, el día que los tomó de la mano para sacarlos de Mitzraim “Egipto”; porque ellos en el no permaneciendo, lo invalidaron. Cuyo Nuevo Pacto sería regido por una nueva ley de IEUÉ, que Él les daría en la mente, y escrita no ahora en piedras, sino en el corazón, para ser a ellos por Dios, y ellos por pueblo; y así que siendo ellos su pueblo, no sería necesario que a su prójimo y a su hermano, alguno diga: “Conoce a IEUÉ”; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice IEUÉ; porque perdonaré la maldad de ellos para no acordarme más de sus pecados” (Jr. 31:31). Efectivamente, con el Nuevo Pacto perdonó la maldad de ellos para no acordarse más de sus pecados; y este pacto no sería como el primero, que estaba tutelado por la ley mosaica y escrita en piedras, sino que ahora está regido por la ley del Espíritu, que es la ley de Cristo, escrita en el corazón, sin que sea necesario de que alguno diga a su prójimo o a su hermano, conoce a IEUÉ, porque todos en Cristo lo han conocido. Todo lo cual, es tal y como el Apóstol Pablo y Cristo (El Mesías), respectivamente lo aclaran así:
“Nuestras cartas en Cristo sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta sino con el Espíritu del Eloá vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón…el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un Nuevo Pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, más el Espíritu vivifica. Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer (Ex. 34:29-36) ¿Cómo no será más bien con gloria el ministerio del Espíritu? Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación (3:21-25). Porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente. Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece. Así, tal esperanza usamos de mucha franqueza; y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel, ni fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido” (Ex. 34:33).
“Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí. Ellos dijeron: ¿Dónde está tú Padre? Respondió IESUÉ: Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre conoceríais” (Jn. 8:18-19).
“…: Yo te alabo, oh Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Si Padre, porque así te agradó, todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quien es Hijo sino el Padre; ni quien es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Lc. 10:12-22; y Mt. 11:27).
“Si me conocieran, también a mi Padre conocerán; y desde ahora lo conocen y le han visto. Felipe le dijo: Señor muéstranos al Padre y nos basta; y IESUÉ le respondió ¿Tanto tiempo hace que con ustedes estoy, y no me has conocido Felipe?, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre…” (Jn. 14:7-8).
Finalmente, Cristo antes de morir no abolió la ley ni los profetas, porque se tenía que cumplir todo lo que respecto a él está escrito en las Escrituras Sagradas (Ex. 12:6; Lv. 23:5; Nm. 9:3; Dt. 16:1; Is. 52:13-15; 53:1-12; Salm. 22:1,7. 16-18; 69:21; Mt. 5:17; 27:34; y Lc. 18:31-33; y 24:44-46). El Mesías dio por consumada la ley sobre la estaca de Crucifixión, haciéndose así maldición por los de su pueblo, para librarlo de la ley del pecado y de la muerte (Jn. 19:28, 30; Salm. 69.21; Gl. 3:10, 13; y Ro. 8:2). La ley de Moisés estaba administrada por el sacerdocio levítico, y al ser cambiada por el establecimiento de un nuevo pacto no como el primero, entonces debía ser administrado por un nuevo sacerdocio que nunca sirvió al altar; y por tanto que habiendo nuevo sacerdocio, necesario el cambio de ley de Moisés por otra ley, que no es conforme a la de la letra escrita en piedras, en rollos o en pergaminos, sino de acuerdo a la del Espíritu que está escrita en el corazón. Esta ley del Espíritu, es la ley de Cristo, que es la ley de fuego (2 Co. 3:1-8; Ro. 8:2; Gl. 6:2; y Dt. 33:2).