¿Nunca os habéis parado a pensar por qué el fruto que causa tantos males a Blancanieves o Rapunzel es una manzana y no una pera o una naranja?, o ¿por qué la mayoría de los cuentos infantiles con los que nos criamos tenían como personaje malvado a un lobo, y no a una hiena, por ejemplo? o, mejor aún, ¿por qué todas las protagonistas de estas historias son princesas que esperan que un apuesto príncipe azul venga a rescatarlas? Pues, aunque no lo parezca, éstos y otros aspectos tienen todos un trasfondo antropológico, es decir, cultural.
Centrémonos, por ejemplo, en el caso de la manzana. Las diferentes variedades de esta fruta se distribuyen en climas templados o subtropicales, pues es una de las especies frutales que requiere acumular cierta cantidad de horas de frío, normalmente temperaturas inferiores a 7 °C. durante el descanso invernal, para poder florecer. Esto incapacita al manzano para florecer en algunas latitudes, como el Sur de Europa o África. En su mayoría, estos cuentos fueron recogidos y popularizados por los Hermanos Grimm, alemanes de Hesse, donde la manzana es bastante popular en toda su gastronomía. Posteriormente fue Disney, con toda su iconografía y poder mediático, el que se encargó de popularizarlos de forma casi universal. Por tanto no estamos ante un hecho casual, sino ante un ejemplo de trasmisión de valores folk europeos, de valores eurocéntricos.
Idéntica explicación tiene el ejemplo de la hiena. Algunos pensaréis en que cuentos como El Rey León introducen ya personajes exóticos, sin embargo la aparición de estos animales se produce mucho más tardíamente, una vez llegan a ser de amplio conocimiento en occidente pues son de origen africano, aunque curiosamente, transmitidos de la misma manera y por el mismo agente.
Y así podríamos seguir relatando infinidad de ejemplos no sólo vinculados a frutas y animales, sino también relativos a los valores imperantes o imperiales, o aquellos aspectos que “interesa” transmitir tales como, en el caso de las princesas y los príncipes, el papel de la mujer en la sociedad y las relaciones de género, las incuestionables estructuras socioeconómicas, el papel de nuestros mayores, etc. El hecho de que Blancanieves tuviera que esperar a que un principe, concretamente azul, la salvara de un destino cruel no es casual. Como no es casual que Rapunzel estuviera encerrada en una torre esperando exactamente lo mismo, sólo que en esta ocasión con la presencia excéntrica de unas largas trenzas. La Bella Durmiente, por su parte, ¡tuvo que esperar 100 años para despertar de un beso!, de nuevo de un miembro masculino de la casa real del momento. Estos personajes femeninos nunca eran protagonistas de su propio destino, ni podían influir con sus decisiones o acciones el final de la historia. Eran otros, hombres y príncipes, machos y ricos, los que enderezaban un relato sin una participación femenina activa.
Cuando no había internet, ni TV ni rádio, los cuentos, transmitidos oralmente, eran poderosos vehículos de socialización de valores. No estamos pues ante historias simplemente lúdicas, sino ante instrumentos de transmisión de ideas que, quizás, haya que cuestionar. Pensemos, pues, la próxima vez que contemos un cuento a nuestros/as hijos/as qué y cómo les estamos enseñando.