REY, SALVADOR Y REDENTOR VUESTRO:
Las viejas sagradas escrituras, nos transmiten varias enseñanzas acerca de un Rey, Salvador y Redentor, que a
sabida cuenta están enmarcadas en los siguientes textos bíblicos:
“Más yo soy IEUE tu Dios
desde la tierra de Mitzraim "Egipto"; no conocerás, pues, otro Dios fuera de mí, ni otro
Salvador sino a mí” (Oseas 13.4).
“Fortaleced las manos
cansadas, afirmad las rodillas endebles. Decid a los de corazón apocado:
Esforzaos no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago;
Dios mismo vendrá, y os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán
abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como
siervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el
desierto, y torrentes en la soledad” (Is.35:3-6).
“Alégrate mucho, hija de
Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu Rey vendrá a ti, justo
y Salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”
(Zacarías 9.9: Is. 62.11).
“Así dice IEUE Rey de
Israel, y su Redentor, IEUE de los Ejércitos: Yo soy el primero, y yo también
soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (Isaías 44.6).
“Y vendrá el Redentor a
Sion, y a los que se volvieron de la iniquidad, en Jacob, dice IEUE” (Isaías
59.20).
Partiendo de esas
premisas, que fueron fundamentales para el cumplimiento de lo que está escrito
en varios textos del Nuevo Testamento, tenemos a un Rey, Salvador y Redentor,
al mismo IEUE Elohei de los Ejércitos, quien en la personalidad de Cristo vino
a salvar y a dar redención de la esclavitud de la ley que regía sobre la muerte
y el pecado, que había sido impuesta sobre su pueblo (Ro. 8:2; y Col. 2:13-15).
A ese maravilloso Rey, muchos en Jerusalén lo vieron sentado
en un pollino hijo de asna, al venir humilde, Justo y Salvador (Is. 62.11, Mt.
21.5; y Jn. 12.15); y también lo reconocieron los samaritanos, cuando al
conversar con Elohei encarnado (IESUE el Cristo), se dieron cuenta sin
equívocos, que ya no sólo por las palabras de la samaritana, ellos creían que
verdaderamente es el Salvador del mundo (Jn. 4.39-42). Acerca del cual, el
Apóstol Pablo, escribió diciendo, que nos dio redención por su sangre, el
perdón de los pecados según las riquezas de su gracia; y como Dios viviente y
Salvador de la iglesia y de todos los hombres, mayormente de los que creen,
vendrá de los cielos, donde tenemos nuestra ciudadanía (Ef. 1.7; 5.23; Flp.
3.20; y 1 Timt. 4.10).
Finalmente en cuanto a ese grandioso Salvador, concluye el Apóstol Judas
con las siguientes palabras: “al único y sabio Dios, nuestro
Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los
siglos. Amén (Jud. 1.25)”.