Una pareja de ancianos va a un restaurante de comida rápida, donde con cuidado divide
en dos la hamburguesa y las papas fritas. Un camionero siente pena por ellos y se ofrece
a comprarle a la esposa su propia comida.
—No se preocupe —dice el anciano—, nosotros compartimos todo.
Unos minutos después, el camionero se da cuenta de que la esposa no ha probado bocado.
—De verdad no me importa comprarle su propia comida —insiste.
—No se preocupe, ella comerá su parte —le asegura el anciano—. Lo compartimos todo.
Poco convencido, el camionero le pregunta a la esposa:
—¿Por qué no come?
—¡Porque estoy esperando a que mi esposo me preste la dentadura!
En una feria, un hombre se topa con la tienda de campaña de una adivina.
Pensando en pasar un buen rato, entra en ella y se sienta.
—Puedo ver que es padre de dos —dice la vidente, mirando su bola de cristal.
—¡Ajá! Eso es lo que usted cree
—dice el hombre con desdén—. Soy padre de tres.
—¡Ajá! —dice la adivina—. Eso es lo que usted cree.
Cansada de esperar al final de la fila para entrar al Arca de Noé, una pulga brinca de animal en animal para acercarse al frente. Finalmente aterriza en el lomo de un elefante.
—¡Lo sabía! —le dice el paquidermo, irritado, a su pareja—. ¡Ya empezaron con los empujones!
Un hombre le dice a un amigo:
—Mi esposa está en una dieta de tres semanas.
—¿De verdad? ¿Cuánto ha perdido hasta ahora?
—Dos semanas.
El papá tortuga le está contando a su hijo varios cuentos antes de dormir. Uno de ellos empieza:
“Érase una vez un conejito blanco…”.
—Ay, papá —interrumpe la tortuga—, ésas son cosas de niños. Cuéntame algo de ciencia ficción.
—Está bien. Érase una vez un conejito en el espacio exterior…
El hijo lo para en seco.
—¡Quiero un cuento de adultos!
—De acuerdo, pero prométeme que no se lo dirás a tu mamá.
—Te lo juro.
—Érase una vez un conejito completamente desnudo…