El ánima es el aspecto femenino inmerso en el hombre. Su contrapartida en la mujer es el ánimus. Es un error confundir este arquetipo, un patrón inconsciente de conducta, con el concepto religioso del “alma”. Decía Jung que:
El ánima no es el alma en el sentido dogmático, no es un anima rationalis, que es un concepto filosófico, sino un arquetipo natural que resume satisfactoriamente todas las afirmaciones del inconsciente, de la mente primitiva, de la historia del lenguaje y la religión.
Viene a representar la imagen guía a través de todos aquellos aspectos que, en tanto que inconscientes, manifiestan la oscuridad, lo desconocido, aquello que por no ser de uno ha de ser el Otro. Y, de la misma, forma, mientras el ánima no sea integrada, habrá de sufrir las mismas transformaciones y cambios de humor que caracterizan a todas las voces internas que buscan abrirse paso hacia los escasos dominios de la conciencia.
El ánima-ánimus representa la contrapartida de género de la persona, esto es, aquello que reacciona, desde el inconsciente, mediante las actitudes interiorizadas del sexo opuesto, al yo consciente que actúa en el mundo mediante las actitudes que convienen al sexo propio. Un arquetipo que expresa el significado que sobre el hombre y la mujer se ha ido acumulado a lo largo de la evolución humana y que determina la manera en que cada hombre percibe a las mujeres y cada mujer a los hombres.
Así, no se debe ver el arquetipo del ánima-ánimus como una respuesta directa a las características del sexo opuesto, sino a la relación que tenemos con alguien que es necesariamente diferente.
La individuación pasa por la integración progresiva de opuestos no asumidos, ya que alguno de los polos es interpretado como ajeno al individuo. Todo aquello que no es asumido como propio, escapa al control y actúa de forma independiente, de ahí que la individuación sea el equivalente psicológico de la redención en términos más espirituales. Cada aspecto que se activa en el inconsciente y no es integrado, alcanza la conciencia mediante su asociación con imágenes externas, bien en sueños, fantasías o proyecciones directas sobre la realidad exterior.
Como todo elemento que habita los mundos del inconsciente, se trata de patrones altamente primitivos que deben ir “humanizándose”, es decir, el camino desde lo inconsciente a la conciencia es el camino por el que las energías de la psique depuran su carácter instintivo y automatizado, propio de la inconsciencia animal, y alcanzan los ámbitos donde el individuo las puede controlar y dirigir hacia fines más elevados en términos de desarrollo personal.
En el caso del ánima-ánimus, la integración es un proceso en que se han querido distinguir varias etapas:
Jung describió cuatro etapas del desarrollo del Animus en la mujer: primero aparece en sueños y fantasías como la encarnación del poder físico, el hombre musculoso: Hércules. En la segunda etapa, el Animus le brinda iniciativa y capacidad para realizar y planificar acciones; deseo de independencia y un desarrollo intelectual, económico y profesional: Apolo. En la etapa siguiente, el Animus es la palabra ( a veces tiene en los sueños la representación del profesor o sacerdote). En la cuarta etapa el Animus encarna el significado espiritual. En este nivel, al igual que el Anima como Sofía, sabiduría, el Animus es verdaderamente el mediador entre la psique consciente e inconsciente de la mujer: Hermes.
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Jung distinguió cuatro etapas esenciales del desarrollo del Anima: Eva, Helena, María y Sofía. Eva esta identificada con la madre personal. El hombre se desarrolla en extrema dependencia de una mujer. Helena; ideal sexual colectivo. María: Esta expresada en sentimientos religiosos y por lo tanto muestra la capacidad para establecer relaciones duraderas. Y al final Sofía, la sabiduría, se manifiesta cuando el Anima del hombre funciona como una guía de su vida interior, llevando a la conciencia los contenidos del inconsciente. Al igual que el Animus en la mujer… un hombre tiende a proyectar los aspectos de su Anima en una mujer real.
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