Su mano entre los muslos, tan morenos
y entreabiertos, conducto tembloroso
hacia el húmedo vértice musgoso
donde acampan relámpagos y truenos,
y la raíz vital hace terrenos
propicios a la vida en hondo foso;
allí oscila su péndulo sedoso
de tactos propios que anhelara ajenos.
Del sexo al rostro una espiral de fuego
le ciñe el cuerpo en invisible riego
de sus puntos erógenos fundidos.
Pero su actividad no se detiene;
en vertical, en círculos, va y viene,
apenas reprimiendo los gemidos.