No
se por qué extraña razón escribo estos hechos en un simple pedazo de
pergamino, que ni siquiera puede responderme a lo que de verdad me
importa... Quizá sea por contárselo a alguien, en este lugar en el
estoy rodeado de amigos pero en realidad carezco de ellos. Bien, este
pequeño fragmento de mi vida comienza aquí. Hace poco tiempo, hará una
semana, llegué a este lugar, que, como dirían los textos bíblicos, mana
leche y miel. Sus terrenos constan de un hermoso castillo, un frondoso
bosque, cataratas, y hasta un lago escondido... En definitiva, es un
paraíso terrenal. Cuando mi joven cuerpo posó sus pies en estas
tierras, lo primero que hice, y lo único realmente, fue admirar el
precioso paisaje divino dando paseos. En uno de estos paseos, una dama
bella como una rosa en pleno apogeo de primavera, se me acercó, y, con
voz tímida, susurró un saludo a mi oído, pero yo estaba tan absorto
perdiéndome en sus ojos que no me dio tiempo más que a tartamudear.
Entonces, mis mejillas comenzaron a teñirse de la roja tinta que
demuestra la vergüenza, pero ella me dijo que no me preocupase, y le
propuse dar un paseo. Paseamos por todas partes, mientras admirábamos
los bellos paisajes. Bueno, los paisajes los admiraba ella, porque lo
que admiraba yo era a la dama que caminaba a mi lado... Cuando llegamos
a un lugar, nos paramos, y comenzamos a hablar de todo tipo de cosas,
hasta que la conversación se desvió en los valores de una persona. Y,
por fin, le dije que no se avergonzase nunca de lo que era... o
acabaría avergonzándose de todo. Con esta simple frase, ella comenzó a
llorar, apoyada en mi hombro. Al no saber que hacer, lo único que se me
ocurrió, fue abrazarla y susurrarle que se tranquilizase, pero para mi
horror y sorpresa salió corriendo hacia las cascadas. Corrí tras ella,
y cuando se paró, se echó a llorar en el suelo... La acogí entre mis
brazos, con seguridad, aunque temblorosos internamente, y le susurre
unas palabras de cariño. No podía con mi corazón al ver tanta belleza
destrozada, por los suelos. Cuando dejó de llorar, alzó al vista,
murmuró una disculpa, y, mirándome a los ojos, quedó dormida sobre mi
pecho. Me levanté, y deje a aquella bellísima criatura en el suelo, le
coloqué una pequeña manta, y me levanté, mientras comenzaba a andar
hacia atrás, mirando todavía aquella belleza sumida en la total
tranquilidad. Me volví... Y no pude dejar de pensar en ella... Y ahora
estoy escribiendo en este burdo papel lo que me ocurrió... Pero me voy
ya... Pues me reclaman...