La
del viernes 24 de abril de 2009 será una fecha para recordar en la
Historia de España. Por primera vez, la tasa de paro superó la cifra de
los 4 millones, reduciendo la dura experiencia de la segunda mitad del
92 y el año 93 a casi una anécdota. Si en aquellos 18 meses perdieron
su trabajo un millón de españoles, esta vez han sido 1,8 millones los
que lo han perdido en apenas 12 meses. Pero esto no queda así; esto se
hincha. Las peores previsiones se están haciendo realidad: con un
mercado laboral rígido, con una estructura salarial indiciada y con la
economía en caída libre, la destrucción de empleo está alcanzando
niveles de extrema virulencia. Esto no es una recesión. Esta es la Gran
Depresión española. Si la mecha que prendió el fuego fue el desplome de
la construcción, el incendio se ha extendido ahora al resto de los
sectores y no es aventurado afirmar que terminaremos el año con una
tasa del 18,5% de la población activa, y que a finales de 2010
podríamos muy bien alcanzar el 21,5%. En definitiva, en los próximos 24
meses más de dos millones de trabajadores pasarán a engrosar las filas
del paro. ¿Puede un país como España resistir una cifra cercana a los 6
millones de desempleados?
Hay
quien piensa que no. Hay quien piensa que a la vuelta del verano
podemos estar con la gente en la calle golpeando las cacerolas, con la
mafia sindical -la que medra con las subvenciones del Estado, la
preocupada por el mantenimiento del empleo de los suyos, con desprecio
de los que lo han perdido- atrincherada en sus sedes e insultando a los
manifestantes al grito de fascistas. Y mientras el país se empobrece y
camina hacia esa argentinización a marchas forzadas, el Gobierno sale
por la televisión para seguir enmascarando la realidad y pedir calma.
No seamos "apocalípticos". Tenemos un Gobierno que está de relator. De
cronista mentiroso de la realidad. España ha padecido muchos
gobernantes ineptos, pero seguramente ninguno tan peculiar como JLRZ,
capaz de unir a su inveterado optimismo una ignorancia catedralicia.
"Un nulo pretencioso, con un complejo mesiánico y el cerebro de un boy scout", que dijo Howland Spencer de Roosevelt
en los años treinta del siglo XX. Un irresponsable con un poder
omnímodo y sin contrapesos. En la mayor tormenta económica de nuestra
reciente Historia, que es también crisis política y social, ergo de
valores, hemos colocado en el puente de mando a un insensato que por
todo mar ha cruzado el Esla a pie y en verano. Zapatero se ha convertido en una tragedia para España, cuyas consecuencias padeceremos durante muchos años.
Un
sujeto que hoy mismo nos dirá que lo peor de la crisis ha pasado ya y
que, en todo caso, ahí está él para protegernos de las garras de una
derecha que pide reducir el gasto público. Que esto va a mejorar ya
mismo lo dijo la señora Salgado -viva estampa del
drama nacional- el viernes, si bien un día antes había dicho algo peor:
que todavía hay margen para seguir endeudándonos. El Gobierno se
enfrenta a la dramática coyuntura que padecemos con actuaciones
populistas, incoherentes y fragmentarias, que contribuirán a prolongar
la agonía y a hacer más difícil la salida del túnel. El diagnóstico de
la enfermedad es conocido: la disminución de ingresos derivada de la
recesión, el aumento del gasto público discrecional y el dinero que
habrá que destinar al salvamento del sistema financiero llevarán el
déficit público hasta el 9,5% del PIB en 2009 o muy cerca, y
seguramente hasta el 10% en 2010. Entre 2007 y 2008, el Ejecutivo ha
dilapidado 6 puntos del PIB sin que ello haya tenido ningún impacto
sobre la actividad, toda una curiosa demostración de eficacia por parte
del keynesianismo fiscal practicado por Zapatero y Solbes.
En
un entorno deflacionario como el presente y en economías altamente
endeudadas como la española, la combinación de demanda agregada y
precios en caída libre con salarios reales en crecimiento -olé, otra
vez, a los sindicatos- se traducirá inexorablemente en nuevos cierres
de empresas y en más paro, retroalimentando el proceso
recesión/depresión. Se ha dicho hasta la saciedad que una economía
rígida y carente de flexibilidad como la española reacciona ante un
entorno crítico como el actual destruyendo de forma masiva producción y
empleo. Si a ello se le suma una política alocada de gasto público, el
panorama adquiere tintes tenebrosos. Vamos de cabeza hacia situaciones
de estancamiento tan dilatadas como la de Alemania o Portugal, que
lleva más de 10 años en el pozo, por no hablar de Japón. Con la
diferencia de que el paro portugués, con ser alto, se ha mantenido en
torno al 12% y el japonés nunca ha superado el 5%. Para España, la
amenaza de una economía creciendo entre el 0,5% y el 1,5% durante
muchos años, con tasas de paro superiores al 20%, está cada día más
cerca, lo cual pergeña un horizonte de un empobrecimiento colectivo
atroz. Por mantener el Estado del Bienestar en su actual versión a toda
costa, corremos el riesgo de acabar con cualquier traza de bienestar.
Ya
sabemos cuál es la respuesta oficial: más gasto público y más
intervención, la receta que jamás ha sacado a país alguno de la crisis.
Con JLRZ en Moncloa, todo lo que sea susceptible de empeorar,
empeorará. El nuevo mantra presidencial para estos días
consistirá en decirnos que los indicadores económicos van a empezar a
mejorar de inmediato, y es cierto: el enfermo tiene el pulso tan bajo,
ha perdido ya tanta sangre, que es imposible que siga empeorando. La
caída de las ventas de coches tenderá a moderarse, porque ha caído ya
todo lo que tenía que caer, y otro tanto ocurre con la mayoría de los
indicadores. Pero eso no significa que la recuperación esté cerca. Para
volver a la senda de un crecimiento estable es imprescindible articular
una política de estabilidad presupuestaria basada en el control del
gasto público, y es urgente abordar la liberalización de los mercados
(entre ellos el laboral) para dotarlos de mayor flexibilidad. Al mismo
tiempo, es necesario acometer una reforma fiscal en profundidad que
permita a particulares y empresas hacer frente a sus problemas de
liquidez, estimulando el trabajo, el ahorro y la inversión.
La salida de la crisis pasa por purgar los excesos
Esta
estrategia implica reconocer de una vez que estamos ante una recesión
de caballo y que el ajuste es inevitable. En otras palabras, la salida
de la crisis pasa por purgar los excesos cometidos en la fase expansiva
del ciclo, algo aparentemente difícil de entender para nuestro flamante
ministro de Economía y Deportes. Cualquier iniciativa populista que
pretenda frenar esta dinámica con ayudas a los sectores y grupos
sociales más afectados, sólo conseguirá prolongar la agonía y retrasar
la salida de la crisis. La única intervención justificable es la
orientada a evitar el colapso del sistema financiero, y ello porque
será imposible que el crédito empiece a fluir con normalidad si cajas y
bancos no han limpiado antes sus Balances, es decir, sin unos
intermediarios financieros sanos y solventes. Y ahí estamos atrancados.
Los planes al respecto preparados por MAFO y Solbes descansan sobre la mesa de la señora Salgado, que necesita estudiarlos. Y el tiempo vuela.
El
Gobierno dilapidó la fase alcista del ciclo e ignoró los síntomas
inequívocos que anunciaban el final de la gran orgía del ladrillo y el
consumo financiado con dinero ajeno. Hizo más: retroalimentó con sus
políticas fiscales los desequilibrios macro y microeconómicos que
inevitablemente tenían que llevarnos a este final. Zapatero mintió de
forma reiterada tratando de ocultar la realidad de la crisis, y ahora,
cuando la ola le ha superado de plano, reacciona como lo hicieron los
Gobiernos del tardofranquismo, con medidas cuya finalidad no es atacar
la raíz de los problemas, sino camuflarlos en espera de que los
resuelva, cual deus ex machina, la recuperación de la
economía norteamericana, lo que nos lleva de cabeza a una etapa larga y
dolorosa de recesión y estancamiento, con paro a mansalva. Ante
semejante horizonte, ¿debemos resignarnos?
Tal vez sea esta la parte más dolorosa del momento que vivimos. Lo definía de forma magistral Carlos Sánchez en su columna del viernes en este diario. La española es una "sociedad de adolescentes" que, víctima del síndrome de Peter Pan,
se niega a enfrentarse a la realidad y prefiere mirar hacia otra
aparte. Siempre, claro está, que nadie toque sus privilegios
adquiridos. Capaz incluso de quemar en la hoguera al portador de las
malas noticias (el citado MAFO en el caso de las pensiones). Un
silencio espeso, impenetrable, rodea los millones de dramas
individuales que anuncia el paro. En la sociedad anestesiada, ni una
voz discordante. Silencio en el país del miedo. Ante la situación de
emergencia nacional que vive España, los egregios banqueros, las
grandes fortunas de los años de vino y rosas se han escondido, silentes
y acollonadas, esperando que nadie les pida cuentas y pase el temporal.
Ni una crítica. Nadie le dice a ZP que esto no puede seguir así ni un
día más. Cultura de la resignación.