Vamos
a celebrar el nacimiento de un niño. Difícilmente podrás celebrarlo si
no te sientes niños. Celebramos el nacimiento de un niño que nació en
pobreza. No podrás celebrarlo desde la riqueza. Lo que queremos
celebrar es el nacimiento de un niño marginado, un niño que se oculta.
No entenderás nada si pretende exhibirte, si lo que busca es el
reconocimiento y el aplauso.
Pero
este niño pobre y humillado es el misterio que salva. Hay que caer ante
él de rodillas, hay que abrirse a su luz, hay que meditar, hay que
dejarse transformar. Hablamos de una triple apertura.
1ª apertura: a Dios
El
niño es la manifestación humana de Dios. Él ha querido venir a tu
encuentro. Ahora ya puedes ver a Dios y acercarte a Él. Para ello dios
ha tenido que empequeñecerse y empobrecerse radicalmente. ¡Qué camino
más largo ha tenido que recorrer! Es un abismo. Es un misterio. “Siendo
Dios se despojó de sus atavíos divinos y se convirtió en una nada.”
Medítalo.
Da una respuesta agradecida. Ámalo. Él, que lo es Todo, se ha hecho
nada, por amor. Al revés de lo que hacemos nosotros, que somos nada y
queremos ser el Todo. Él se acercó por amor.
Sea
tu Navidad un encuentro con este Dios. Pero debes comulgar con Él.
Déjate transformar por él. Aprende su estilo, recibe su dinamismo,
compenétrate con sus criterios y sus sentimientos. Empieza a descender,
achícate, anonádate.
2ª apertura: a “dios”
Esta vez con minúscula. Es la dimensión horizontal de la Navidad. Este
niño quiere seguir encarnándose y quiere seguir naciendo en todos los
niños, en todos los pequeños, en todos los pobres y en todos los que
sufren. No hace falta que vayas a Belén o al Templo para encontrarte
con Dios.
Esta
prolongación y extensión del misterio es de lo más original y lo más
importante de nuestra fe. Por una parte, prolonga la humillación y el
sufrimiento de Jesús. Tanto ama al hombre que se compenetra con él.
Jesús en cada niño que nace, en cada pobre que sufre, en cada hombre
olvidado, en cada víctima masacrada. Por otra parte, eleva la condición
de los pequeños, que se visten de dignidad divina y se convierten en
pequeños sacramentos.
Vive la Navidad abriéndote a estos dramáticos sacramentos. Comulga con ellos. Es misterio de dolor y de gozo. Primero tienes que sufrir esta Navidad.
Sufrirla con los niños que nacen sin esperanza de vida, con los
cuarenta mil niños que mueren de hambre cada día -¡ay, qué negra
Navidad!-, por los millones de niños mutilados por las minas
antipersonales, por los millones de niños sin casa y sin familia,
huérfanos, refugiados, abandonados, en la calle, en el ejército, en el
prostíbulo… -¡ay, qué triste Navidad!
También se debe gozar
esta Navidad. No derrochando en la cena y en las fiestas, sino
compartiendo, compadeciendo, ayudando, salvando. No hay mayor alegría
que hacer sonreír a un niño o dignificar a cualquier persona.
3ª apertura: a ti mismo
Dios
quiere nacer también en ti. Tú puedes ser un Belén. Si recibes a Jesús,
tu vida cambiará. Pero no dejarás de ser tú, sino que te encontrarás
más contigo mismo. Abrir tus puertas a Dios es abrirte también a ti a
lo mejor que hay en ti. Dios no nacerá en ti desde fuera, sino desde
dentro. Empieza por liberar todo el dinamismo de amor que hay en ti,
toda la capacidad de apertura y acogida, todas las posibilidades de
transcendencia. Sentirás el aleteo del Espíritu que actúa secretamente,
purificando agrandando todas esas dimensiones.
Puede
decirse también en negativo: vacíate de lo que te sobra, corta las
ataduras que te esclavizan, corrige lo que te desfigura, libérate de lo
que te agobia y te oprime, prescinde de lo que es postizo, lo que
provoca la mentira y el engaño, encuéntrate contigo mismo, en verdad, y
no tardarás en ver al niño que nace.
Te deseo feliz Navidad, mi estimado amigo.
(Recibido de una amiga de Cáritas)