La época dorada de la escultura griega corresponde a los días de Pericles, la segunda mitad del siglo V a.C.
Mirón será el maestro interesado por el cuerpo humano en movimiento como se puede apreciar en su Discóbolo.
El escultor nos presenta a un atleta en el momento de lanzar el disco,
inclinando su cuerpo violentamente hacia delante, en el límite del
equilibrio, y elevando su brazo derecho al tiempo que gira su cuerpo
apoyado sobre su pierna derecha.
Policleto está preocupado por las proporciones del cuerpo humano y es el autor del "Canon". En el Doríforo
podemos comprobar que la cabeza es la séptima parte del cuerpo humano;
el arco torácico y el pliegue inguinal son arcos de un mismo círculo; y
el rostro está dividido en tres partes correspondientes a frente, nariz
y la distancia de ésta al mentón. Se trata del prototipo de cuerpo
varonil perfecto, elegante, sin formas hercúleas pero sin
afeminamiento.
Fidias
es el conquistador de la belleza ideal, siendo sus personajes
prototipos. Sus obras maestras están vinculadas al Partenón y en ellas
podemos contemplar su belleza a través de la técnica de los paños
mojados.
En el siglo IV a.C. los dioses se humanizan, las formas se
ablandan y la pasión se manifiesta en los rostros, gracias,
fundamentalmente, a Praxiteles. Los cuerpos de sus estatuas presentan suaves y prolongadas curvas como se observa en el Hermes. Su cadera se arquea para formar la famosa curva mientras que su brazo derecho mostraría las uvas al niño Dionisos.
Scopas
es el escultor que mejor interpreta los estados del alma y la pasión.
Sus trabajos se agitan con convulsivos movimientos y las cabezas
muestran expresiones apasionadas.
Lisipo
prefiere proporciones más esbeltas y cabezas más pequeñas, delatando
una actitud más naturalista en la que destaca los múltiples puntos de
vista.