Después del fracaso del breve reinado de
Amadeo I de Saboya, el Sexenio Revolucionario entra en una nueva etapa,
la Primera República española que también fracasará a los pocos meses.
El 11 de febrero de 1873 el Congreso y el Senado, reunidos en Asamblea
Nacional, proclamaron la República, por 258 votos a favor y 32 en
contra, contraviniendo el principio constitucional que prohibía su
deliberación conjunta. Lo que la Asamblea había aprobado era la
siguiente proposición: "La Asamblea Nacional resume todos los poderes y
declara como forma de gobierno de la Nación la República, dejando a las
Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno... Se
elegirá por nombramiento directo de las Cortes un poder ejecutivo que
será amovible y responsable ante las Cortes mismas". La República no
partió de una mayoría definida, pero el vacío de poder que provocó la marcha de Amadeo precipitó la colaboración de los radicales monárquicos.
La nueva forma de gobierno, pues, llegaba como resultado de un pacto
político coyuntural, muy frágil. Resultaba transitorio el nuevo
consenso surgido entre radicales y republicanos federales. Cada uno de
ellos tenía su propio modelo republicano, pero ambos grupos se
comprometieron a sostener la República, todavía indefinida. Se
demostraba así el interés de los radicales por valorar el ideario
democrático, que antepusieron a la forma de gobierno. Los federales,
por su parte, sacrificaron su proyecto y consintieron el avance de la
República unitaria, pero las bases del partido no aceptaron la
postergación y comenzaron a elaborar, por su cuenta, la República
federal.
De la coalición de gobierno surgió un primer presidente del Poder Ejecutivo, el federal Estanislao Figueras, arropado por tres destacados republicanos: Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar. Los radicales estaban representados en cinco carteras: Echegaray, en Hacienda; Córdoba, en Guerra; Beranger, en Marina; Becerra,
en Fomento y, finalmente, Francisco Salmerón, en Ultramar -todos ellos,
salvo el último, habían sido ministros del último Gobierno de Amadeo-.
La actuación de este gabinete estuvo repleta de tensiones y salpicada
por múltiples intentonas de relevo.
La alianza entre radicales y republicanos originó fuertes roces
que provocarían, a los pocos días, la elección de un nuevo Gobierno,
esta vez dominado por los federales. Estaban ya en disposición de
lograr su objetivo: disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones
a Cortes constituyentes, para proclamar después la República federal.
Antes de que eso sucediera había tenido lugar una secuencia de
sucesos que constataron la imposibilidad de mantener la República
indefinida: en Andalucía se habían reavivado las protestas de los campesinos
sin tierra, que confiaban en que la República traería, por fin, el
reparto social. A primeros de marzo, los comités republicanos, con
intervención de varios internacionalistas, intentaron proclamar el
Estado Catalán dentro de la República Federal Española, intento que fue
abortado desde el poder por los propios federales. La situación en
Cataluña estaba determinada, además, por la guerra carlista;
de ahí el conflicto que se originó por el abandono de muchos soldados
republicanos del ejército. Pero el intento de sustituir el ejército por
un cuerpo de voluntarios fue sólo una realidad transitoria, sucumbiendo
ante los nuevos embates del carlismo. En defensa de la República se
postergó la abolición de las quintas para un futuro incierto.
A finales de marzo los federales lo tenían todo a su favor para
conseguir sus propósitos desde la legalidad. Suspendidas las sesiones
de la Asamblea, una Comisión permanente se hizo cargo de la situación
hasta las elecciones. Por fin estalló el último acto del conflicto
entre radicales y federales, los días 23 y 24 de abril. Aquéllos
intentaron derribar al Gobierno, con la colaboración de batallones de
voluntarios, de tendencia monárquica, apostados en la plaza de toros de
Madrid, y la connivencia del capitán general de Castilla, el general Pavía.
El golpe fue abortado por la actuación de los voluntarios de la
República, y al día siguiente fueron disueltos por decreto la comisión
permanente y los batallones de voluntarios rebeldes. Los republicanos,
que gobernaron solos a partir de entonces, lograron las posibilidades
legales de una República federal, pero a costa de alejar a los
radicales del régimen.
Entre el 10 y el 13 de mayo de 1873 se celebraron las elecciones a
Cortes Constituyentes. El sufragio universal se aplicó, por primera
vez, a todos los varones mayores de 21 años, ampliando todavía más el
electorado. El abstencionismo siguió su carrera al alza, ya que alcanzó
el 60 por ciento del total del censo. De esta manera la indiscutible
victoria de los republicanos, con el 90 por ciento de los votos,
resultaba engañosa. A la indiferencia o cansancio de buena parte del
electorado se unía la política de retraimiento ordenada por todos los
partidos de la oposición. A título individual, algunas personalidades
de estas tendencias políticas ocuparon escaño de diputados. Pero la
realidad es que los republicanos se habían quedado solos, lo que
suponía, de un lado, que los otros partidos cuestionaran la legitimidad
del nuevo régimen y, de otro, que la soledad hiciera más visibles las tensiones siempre latentes en el seno del republicanismo español. ARTEHISTORIA Primera República Espñaola . (C) Angel Bahamonde http://www.artehistoria.jcyl.es/histesp/contextos/7018.htm