¿Qué fue del "Marxismo Analítico"? (En la muerte de Gerald Cohen). Por : Antoni Domenech Figueras
Antoni Doménech Figueras. ( 1952 -?). Filósofo-Derecho. http://es.wikipedia.org/wiki/Antoni_Dom%C3%A8nech
Gerald Allan cohen
El pasado 5 de agosto murió el filósofo oxoniense Gerald A. Cohen (Montreal, 1941), el animador principal del llamado ―Grupo de Septiembre‖, compuesto por intelectuales de distintas disciplinas (filosofía, politología, teoría económica e historia) que se reunían anualmente en Oxford en los 80 y los 90, dando lugar a una corriente académica conocida como ―marxismo analítico‖. El significado de ―analítica‖ predicado de la filosofía ha ido desdibujándose cada vez más desde sus orígenes (cuando lo que se pretendía era el análisis lógico del lenguaje, científico o cotidiano), al punto de convertirse paradójicamente en un término vagaroso y polisémico, capaz, en el mejor de los casos, de identificar cierto estilo de escribir y enseñar filosofía propio de una tradición histórica dominante en el mundo académico angloparlante de la segunda mitad del siglo XX. Es lo más probable que si Wittgenstein o Neurath o Reichenbach o Carnap o Russell (o Ryle) levantaran la cabeza, apenas reconocerían a la ―filosofía analítica‖ como tradición vividera ni en el realismo modal extremista de David Lewis (1941-2001) ni en la metafísica teoría causal de la referencia de Saul Kripke, (1940-) por limitarnos a los nombres de dos de sus grandes e indiscutibles representantes en nuestros días.
Parte importante en el calificativo de ―analítico‖ aplicado al marxismo del Grupo de Septiembre fue el primer libro publicado por Gerald A. Cohen, La teoría de la historia de Karl Marx: una defensa, que recibió en 1978 el premio Issac Deutscher, acaso el más prestigioso de la izquierda intelectual británica. Cohen había nacido en el seno de una familia de emigrantes judíos comunistas en Canadá, se había penetrado en su infancia y primera juventud –como él mismo gustaba de contar con cierto donaire no exento de autoironía— de la versión más esquemática del marxismo doctrinalmente normalizado por el estalinismo, y, luego, los avatares de la vida le habían llevado a estudiar filosofía en Oxford con uno de los representantes más caracterizados de la filosofía analítica británica de posguerra, Gilbert Ryle. Pues bien; su defensa de la ―teoría de la historia‖ de Karl Marx venía a juntar ambas cosas. Porque La teoría de la historia de Karl Marx puede leerse como un intento de reconstruir y defender una versión supuestamente ortodoxa del ―materialismo histórico‖ –el determinismo tecnológico—1 con instrumentos conceptuales sacados del arsenal de la filosofía analítica de la época, señaladamente el análisis lógico de los conceptos disposicionales funcionales y de las explicaciones funcionalistas a través de ―leyes de consecuencia‖. En contra de lo que a veces se sugiere, el cruce de la filosofía de tradición analítica con el marxismo no era una novedad; mucho menos, una novedad radical. Por dar algunos ejemplos: Otto Neurath (1882-1945), a justo título considerado uno de los fundadores de la tradición analítica, fue un marxista convencido, además de un activista político de primera magnitud en la Viena y en el Munich revolucionarios de los años 20. Karl Korsch (1886-1961), el gran teórico y dirigente de la extrema izquierda comunista antibolchevique en la primera posguerra, se carteó y llegó a apreciar en el exilio norteamericano el trabajo filosófico de Rudolf Carnap (1892-1970), el ―profesor rojo‖, y de Hans Reichenbach (1891-1953), otro socialista convencido. El secretario de Trotsky, Jean van Heijenoort (1912- 1986), fue el autor de uno de los hitos clásicos de la filosofía de estirpe analítica, el manual From Frege to Gödel (Harvard Univ Press, Cambridge, Mass.,1967). Y por terminar en algún sitio, los que acaso hayan sido los dos mayores filósofos en lengua castellana de la segunda mitad del siglo XX, el argentino Mario Bunge (1919-) y el español Manuel Sacristán (1925-1985), fueron, cada uno a su modo, filósofos marxistas o de convicciones profundamente socialistas formados en la tradición analítica.
La reconstrucción funcionalista de la pretendida “teoría de la historia” de Karl Marx
La novedad venía más bien de otro sitio. Porque, por lo pronto, ninguno de los filósofos que se acaban de mencionar se habría allanado tan fácilmente a pretender que en Marx hubiera una ―teoría de la historia‖ –el propio Marx, se calla por sabido, no—; ni siquiera a suponer que fuera posible construir, y no digamos ―reconstruir‖, cosa semejante a una ―teoría de la historia‖. Porque theoreîn e historeîn, teorizar e historiar, tareas intelectualmente respetables ambas, son, como bien enseñó Aristóteles, de naturaleza cognitiva harto distinta. Lo cierto es que cuando inquirimos en las realidades históricas podemos hacer muchas cosas, pero no, desde luego, limitarnos a ―pasar de lo necesario a lo necesario a través de lo necesario‖, por seguir con Aristóteles. Sin ―teoría‖, Aristóteles no habría conseguido ordenar el material para escribir su fabulosa historia de la constitución de Atenas (la única que se conserva de las cerca de 150 historias constitucionales que llegó a escribir de otras tantas póleis mediterráneas). Pero la investigación histórica de la trayectoria única seguida por la vida política de Atenas no era una empresa propiamente ―teórica. Una filosofía de la historia que no entienda eso, que trate de arrebatar a la investigación historiográfica –estudio de trayectorias únicas— toda tangencia con lo contingente –con lo necesariamente contingente, si se quiere así— está condenada al fracaso. O al ridículo. Nadie ha expresado esto mejor que el historiador marxista británico Edward P. Thompson (1924-1993) en su demoledor libro La miseria de la teoría (trad. castellana en la editorial Crítica, Barcelona 1981), precisamente publicado en Gran Bretaña en el mismo año (1978) que el de Gerald Cohen. El lúcido y mordaz ensayo de Thompson era una crítica inmisericorde de la ―théorie‖ francesa, particularmente del marxismo estructuralista de ascendencia althusseriana, empeñado en esquemáticas reconstrucciones ―teóricas‖ escolásticas del materialismo histórico (―es escolástica sin la única virtud de los escolásticos, a saber: la claridad‖, dijo una vez el filósofo Manuel Sacristán, amigo político de Thompson y también editor suyo en castellano). Ese marxismo tartarinesco a la moda parisina había hecho estragos en la izquierda británica a partir de la reconversión gálica de la revista New Left Review, tras la marcha del propio Thompson y de toda una generación de historiadores e intelectuales marxistas tan sólidos como brillantes que la habían fundado luego de romper con el Partido Comunista británico a finales de los 50. El juicio de Thompson no era sólo científico: en el transfondo de la Théorie y de la ―práctica teórica de impronta althusseriana supo ver con gran penetración y sagacidad políticas secuelas del doctrinarismo cerrado de la normalización estalinista del marxismo. ―… no sois una generación postestalinista‘. Sois una generación en cuyo seno las razones y legitimaciones del estalinismo, mediante la práctica teórica‘, vienen siendo reproducidas día tras día. La idea de reconstruir conceptualmente una pretendida ―teoría de la historia‖ de Marx estaba en el aire en esa ―generación postestalinista‖ que, según Thompson, no acababa de serlo. Althusser (1918-1990) y sus seguidores acometieron la tarea con los mostrencos instrumentos de la lamentable epistemología francesa de posguerra y con una hermenéutica marxiana por lo menos tan ―creativa‖ como la contabilidad financiera de los actuales hedge funds. Jürgen Habermas, quien, aunque fuera por la ósmosis de su ambiente, conocía un poquito mejor a Marx, acometió también por esa época la tarea de ―reconstruir el materialismo histórico‖; el instrumental venía aquí de muy variados y encajonados sitios, pero señaladamente de la psicología ontogenética de Kohlberg: el desarrollo de la historia humana podía entenderse –obscuramente, hay que apresurarse a añadir— como el desarrollo de un programa ontogenético de aprendizaje moral. Habían sido necesarias décadas de ―normalización‖ y falsificación del pensamiento de Marx (un proceso que arrancó en la propia socialdemocracia de comienzos de siglo y culminó en el estalinismo) para dar por sentado que en Marx había una ―teoría de la historia‖ conceptualmente ―reconstruible‖. Algo que el propio Marx, y por motivos filosóficos bastante interesantes, había negado mil veces expresis verbis. Un solo ejemplo (de 1877), pero tan elocuente, que vale la pena citarlo generosamente: ―…mi crítico (se) siente obligarlo a metamorfosear mi esbozo histórico de la génesis del capitalismo en la Europa occidental en una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino impondría a todo pueblo, cualesquiera sean las circunstancias históricas en que se encuentre, a fin de que pueda terminar arribando a la forma de economía que le asegure, junto con la mayor expansión de las fuerzas productivas del trabajo social, el desarrollo más completo del ser humano. Que me disculpe, pero me honra y me avergüenza demasiado. Daré un ejemplo:
―En diversos pasos de El Capital aludo al destino que les cupo a los plebeyos de la antigua Roma. En su origen habían sido campesinos libres que cultivaban por su cuenta su propia parcela de tierra. En el curso de la historia romana, fueron expropiados. El mismo movimiento que los divorció de sus medios de producción y subsistencia trajo consigo no sólo la formación de la gran propiedad agraria, sino también la del gran capital financiero. Así que, una buena mañana, lo que había eran, de un lado, hombres libres despojados de todo menos de su fuerza de trabajo, y del otro, prestos a explotar ese trabajo, quienes se habían apropiado de toda la riqueza. ¿Qué pasó? Los proletarios romanos se convirtieron, no en asalariados, sino en una chusma ociosa, más abyecta aún que los antiguos blancos pobres‘ del Sur de los Estados Unidos, y con eso lo que se desarrolló fue un modo de producción que, lejos de ser capitalista, dependía de la esclavitud. Así pues, acontecimientos asombrosamente análogos pero que se dan en ambientes históricos diferentes llevan a resultados totalmente diferentes. Estudiando cada una de estas formas de evolución por separado y luego comparándolas podrá acaso descubrirse fácilmente la clave del fenómeno, pero nunca se llegará a eso mediante el pasaporte universal de una teoría general histórico-filosófica, la virtud suprema de la cual consiste en ser suprahistórica. En general, ninguno de esos intentos reconstructivos suprahistóricos de Marx que se pusieron de moda en los 70 escapó a la regla de que los llamados filósofos o epistemólogos de la historia suelen ser grandes ignorantes de la historia –también de la historia de las ideas: por lo pronto, como se ve, de las de Marx—, y no digamos de la labor de los historiadores. El Cohen de 1978 no escapaba a esa regla. Pero, a diferencia de otros intentos, su instrumental conceptual era más sólido, y desde luego, más claro, porque procedía del arsenal de la tradición analítica.
Podría decirse: la construcción del edificio estaba condenada de antemano a la ruina, porque el plan de obra era absurdo (filosóficamente absurdo); pero los materiales empleados eran, en general, nobles. En no menos de 400 páginas trataba de probarse la cogencia conceptual de las dos siguientes afirmaciones: primero, que las fuerzas productivas tienen una tendencia a desarrollarse, y segundo, que todas las manifestaciones de la vida social, política y cultural son funcionales al grado de desarrollo de la tecnología y las fuerzas productivas. Esa noción de función quedaba recogida en una ―ley de consecuencia‖ (que trata de explicar algo por sus consecuencias), con la forma [(A → B) → A] (si es el caso que A es condición suficiente de B, entonces eso es suficiente para que A sea el caso). Supongamos que la tesis central de la visión de la historia humana de Marx y Engels fuera esta; que todas las manifestaciones importantes de la vida social, política, jurídica y económica, en todos los tiempos y en todos los lugares, pueden explicarse, en principio, porque son más o menos mediatamente funcionales al respectivo grado de desarrollo de las fuerzas productivas, tecnológicamente determinado. Todavía quedaría por hacer lo más importante.
CONTINUARÁ .
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