La Iglesia
no anda sobrada de prestigio. Para colmo, parece no perder ocasión de
desprestigiarse más y más ante muchos de sus todavía fieles y otros
ajenos a la fe cristiana. Es lo que está sucediendo con el asunto del
libro del teólogo J. A. Pagola: Jesús. Aproximación histórica
(PPC, 2007). (Uso el término Iglesia en dos sentidos: el más común en
los medios, el de la jerarquía en sus grados más altos en España, y el
teológico y exacto de "todos los fieles cristianos, el Pueblo de Dios",
aunque reducido a esta parte de la geografía, la que más sale
perdiendo). Hay en todo el asunto una cuestión de fondo y dos más, el
modo y el resultado. La primera es quizá la menos asequible al público
en general no reciclado en sus conocimientos bíblicos y teológicos. Y,
por desgracia, es la más difícil de exponer en unas pocas líneas.
Para
el creyente, Jesús es un ser único, a la vez verdadero Dios y verdadero
hombre, sucede que su divinidad no es sujeto de historia, aunque Jesús
sea un personaje histórico, sino de fe. La historia se ciñe a lo
sensible, a lo terreno. Es histórico que unos hombres afirmaron que
Jesús era Hijo de Dios, y que muchos aceptaron esa fe. También que
otros, ya creyentes, escribieron sobre ese Jesús y, tratando de dar
plasticidad a su ser divino, utilizaron un lenguaje heredado en parte
del Antiguo Testamento en forma narrativa. Escribieron desde su fe para
la fe de los cristianos, y para suscitar curiosidad, intriga, preguntas
entre los no cristianos sobre la identidad total de dicho personaje. Es
lo que en infinidad de libros se ha venido leyendo durante siglos. Pero
la divinidad de Jesús no es objeto de historia sino de fe.
Pagola
es un gran creyente, entusiasmado con ese Jesús, el Mesías, Hijo de
Dios. Es su profesión de sacerdote, es su vida. Todo en él -sus
homilías difundidas en los medios- muestra su fe. Pero en su último
libro descubre y redacta con estilo sencillo, atrayente, modelo de
pedagogía, lo que de histórico -con aproximación histórica- ha quedado de esa vida del verdadero hombre que fue conocido como Jesús de Nazaret.
Ha pensado -y su éxito muestra que ha acertado- que su libro podía ser
útil para los creyentes. Con fe en que era verdadero Dios, verían al
verdadero hombre, cercano en cierto modo a uno mismo, pero ejemplar de
hombre que tiene una misión y la cumple aunque le cueste la vida.
Verían y ven en él la vida humana, sencilla, singular y trágica, de
Dios en la tierra, en el s. I, en el antiguo Israel dominado por Roma;
la vida humana de aquel que "siendo igual a Dios se despojó de sí mismo
apareciendo en su parte como hombre" (Fil 2. 7). Pagola escribió
también para los no cristianos, a quienes el acercamiento a
Jesús-hombre podía abrir el camino hacia Jesús-Dios. Pero habla sólo
del primero. Habla sólo de su historia terrestre. Se trata de un libro
de historia.
Quienes
le acusan -siento una gran pena al decirlo- muestran, a mi juicio, una
ignorancia o confusión sobre un tema que en estos últimos sesenta años
está suscitando muchísimos estudios entre católicos y no católicos, con
muchísimos más medios y objetividad que en los cien años anteriores.
Las deficiencias que la CEE
encuentra en la obra no rozan siquiera el planteamiento y propósito de
Pagola. Quienes, por otra parte, no buscan un conocimiento más objetivo
y aproximado a lo histórico y captable de la vida terrena de
Jesús-hombre, quienes optan por alimentar su fe en Jesús, Mesías, Hijo
de Dios, tienen a mano en las librerías el Jesús de Nazaret de Ratzinger -Benedicto XVI-, cuya traducción al español apareció en otoño del 2007, a la vez que el Jesús de Pagola. Pero ¡ojo!, no identifiquen ni confundan fe e historia.
Las
otras dos cuestiones podrían llevar el título: "Historia del libro
Jesús. Aproximación histórica: Hechos, procedimiento y desenlace". Tras
siete años de trabajo, el manuscrito de Pagola, leído y aprobado por
especialistas en el tema, aparece al público, editado por PPC, del
grupo SM (Madrid) en septiembre del 2007. El éxito está que en octubre
y noviembre, y casi cada mes, se impone una nueva tirada. Para enero
del 2008, críticas y acusaciones duras, del obispo de Tarazona y del
director del Secretariado de la C.E. para la Doctrina de la Fe de la CEE
-acusaciones que otros repiten-, saltan a la prensa, conmueven la
opinión de los fieles, sorprenden y apenan a Pagola. Ante esta
situación, monseñor Uriarte, obispo de la diócesis del autor,
asesorado, propone un tipo de correcciones o aclaraciones. Sin duda por
bien de la paz, Pagola parece consentir y asentir a que se introduzcan
en su libro algunas de ellas. No tengo manera de conocerlas. Con la
garantía de sus asesores y la sumisión de Pagola, monseñor Uriarte da
el visto bueno a la nueva edición, tras ocho reimpresiones. Uriarte se
hace responsable de la ortodoxia de la obra -¡de un libro de
historia!-; compromete así su autoridad y ortodoxia propia. Su nota a
la prensa aparece el 19 de junio del 2008. El día anterior, la Com. Epis. para la Doctrina de la Fe de la CEE,
firmaba una nota de siete folios, en la que expone las deficiencias
metodológicas y doctrinales de la obra. Resultado: compuesta la nueva
edición o no se divulga o rápidamente se la retira. Nadie dice una
palabra. En un escrito publicado, solicité una aclaración. Silencio.
Cumplido su período y retirado monseñor Uriarte de su misión al frente
de la diócesis, PPC divulga la nueva edición, cuyos ejemplares se
venden al ritmo anterior. Pero, a toda prisa, la editorial requiere a
las librerías diocesanas y religiosas le devuelvan los ejemplares. Para
PPC supone renunciar a una pingüe ganancia.
Pero
nadie dice una palabra, nadie se hace responsable de nada. A nadie
parece importarle el martirio psicológico del buen Pagola. Si el 11 de
enero del 2008, decía "sufro, sobre todo, por ver sufrir a mi
alrededor... sufro al vivir en estos momentos una experiencia extraña
que nunca antes había conocido", ¿qué sufrirá ahora? Siempre hay una
primera vez, y aquellos momentos son ya más de dos años. Pero a alguien
de la alta Iglesia le da igual. Tampoco les interesa cómo queda
Uriarte. Sin embargo, sacerdotes y fieles que han leído el libro y los
que quieren leerlo, y quienes sufren por Pagola y por la situación de la Iglesia
de Cristo, se sorprenden, se irritan, se escandalizan y protestan. Yo
denuncio: éste puede ser el procedimiento de un régimen totalitario o
de un sistema irresponsable, pero no es un procedimiento humano; es un
procedimiento vergonzoso, habría que decir cobarde. Y, si se escudara
en la prudencia, cobarde e hipócrita. No es un procedimiento
evangélico. Jesús lo condenaría: "¡luz del mundo y sal de la tierra!".
Pero se "prefieren las tinieblas a la luz". La clave parece estar en
PPC ¿Quién la maneja? ¿con qué poder? Si es de la alta jerarquía, su
desprestigio salpica al desprestigio de la Iglesia de Cristo. Ella es la que sufre. Porque su misión no es el poder sino dar la cara para servir.
El
resultado de ese procedimiento oscuro, sucio, de ocultamiento, es
imponer silencio: la obra ha sido retirada. ¿Con qué autoridad? ¿Es la CEE
mayoritaria en PPC? Pero si aun corregida la obra de Pagola les sigue
pareciendo heterodoxa, peligrosa o dañina a la fe, pónganla en el
Índice de Libros Prohibidos. Este anticuado e inútil sistema es más
tolerable en estos tiempos que el tapar la boca a nadie. Pónganla en el
Índice, pero denme ocasión de leerla, porque seré yo sólo quien me
condene. Este sistema de censura es hoy inadmisible para toda sociedad
civil y civilizada. Es probable que el sistema de la Inquisición,
hoguera incluida, resultara más tolerable a aquella sociedad
acostumbrada a tantas prácticas salvajes generalizadas, que hoy todo
tipo de censura previa o posterior contra la libertad de expresión.
Tampoco la sociedad religiosa la comprende. La libertad de expresión es
un derecho humano inalienable. Los laicos mismos en la Iglesia
son mayores de edad, tan pueblo de Dios como su mayor jerarca. Y, al
parecer, muchos de ellos están más impuestos en los avances exegéticos
y teológicos que algunos de sus pastores. Se puede decir que, al menos
en ciertos lugares, se están formando dos Iglesias: la del
tradicionalismo, casi fundamentalismo, y la de los reciclados, el aggiornamento de la Iglesia que quería Juan XXIII.
No
dudo de la buena intención de nadie. Pero no basta. Si no están
conformes con el libro, rebatan sus errores, demuestren que lo son,
admitan los debates. Pero no quiten la libertad de investigación y
expresión a nadie. La concedida por Pío XII en ¡1943! a los biblistas,
se ha quedado en agua de borrajas. No quiten la "libertad gloriosa de
los hijos de Dios" a nadie (Rom. 8, 21). Se desprestigian a sí mismos y
hacen gran daño a la verdadera Iglesia de Cristo. Con ella y en ella
todos nos hacemos daño sin necesidad en situaciones como ésta.