Alonso Sánchez Coello, pintor nacido en Valencia pero formado en Portugal y Flandes, sirvió durante más de treinta años como retratista en la corte de Felipe II y, pese a los incendios del Alcázar de Madrid y del Palacio de El Pardo, en los que se destruyó gran parte de su obra, conservamos numerosos retratos de la familia real y de su entorno. De estos retratos la mayoría representan al rey, a sus mujeres y sobre todo a las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, por las que el monarca sentía una especial predilección.

No obstante, entre estas figuras regias también han llegado hasta nuestros días retratos de importantes personajes cuya identidad permanece en el anonimato. Es el caso del discutido Autorretrato, del retrato de Joven desconocida y de este fascinante retrato de La dama del abanico, que hoy presentamos aquí. Está fechado en la década de 1570, gracias a la indumentaria de la retratada, especialmente por el tipo de cuello de lechuguilla que sube hasta las orejas sin taparlas y está abierto por delante a la moda flamenca. La dama aparece representada siguiendo una de las fórmulas más habituales del retrato renacentista: de medio cuerpo, ligeramente girada hacia la izquierda y sobre un fondo neutro que realza su presencia con brillantez.

El retrato está resuelto con un pasmoso detallismo, aprendido por Sánchez Coello durante su estancia en Flandes. Destaca el delicado modelado del rostro, de la boca jugosa y de la nariz. Y sobre todo el extraordinario cuidado puesto por el autor en la captación de los ojos, cuyos iris azules reflejados con todos sus matices de color y brillo son, por sí mismos, una obra maestra de la pintura española. El riquísmo traje y el tocado, ambos cuajados de perlas, símbolo del estatus de la retratada, están también realizados con una precisión admirable. Y, junto a ellos, como atributo de la dama aparece el abanico que da nombre a la obra.

El abanico plegable que la joven desconocida lleva entre sus manos fue una de las principales novedades en la moda femenina del siglo xvi. Se introdujo en Europa gracias a los contactos comerciales con Oriente, probablemente a través de Portugal, y a partir de mediados de siglo aparecen frecuentemente en los retratos como atributo femenino, junto a los ya tradicionales pañuelos o libros. Así, lo encontramos en el retrato de Doña Juana de Austria, de Antonio Moro, maestro de Sánchez Coello, fechado hacia 1552, o en alguno de los retratos de Rolan de Mois. Durante todo el siglo xvi el abanico fue un complemento reservado a las damas de clase alta, puesto que era un artículo de lujo, elaborado con ricos materiales y normalmente importado. Su producción fue aumentando con el paso del tiempo y su uso se fue popularizando, pero permaneció asociado al retrato femenino y, desde Velázquez a Picasso, conservamos interesantísimas muestras dentro del arte español.