DR . RAMÓN BARRAGÁN JAÍN
Título: La Pasión de Cristo desde un punto de vista médicoAutor: Dr. R. Barragán JainFecha de publicación: 05/06/2004Fuente: http://www.clerus.org/
La Pasión de Cristo desde un punto de vista médico
Dr. R. Barragán Jain
Al momento de leer e investigar más acerca de la pasión de Nuestro señor Jesucristo, encontré algunos de los pasajes más desgarradores que como médico haya podido estudiar, esta pequeña investigación que NO es nueva, se la agradezco antes que a nadie al Dr. Rivero Borrel, quien con su extenso conocimiento de la pasión, a través de la Sábana Santa, me inspiró para realizar este pequeño artículo. Lo que a continuación van a leer, es producto de una investigación documental, aún no completa.
Realmente no se puede realizar un estudio antropológico como tal, por la carencia de distintos tipos de evidencia física, como se haría en un estudio forense, más bien se elabora un estudio de acontecimientos, y se busca una explicación médico científica de lo ocurrido.
La Crucifixión (lat. Crux, crucis = Cruz, figere = fijar).
Fue inventada por los persas entre 300-400 D.C. Es posiblemente la muerte más dolorosa inventada siempre por el hombre., reconociéndola como forma de sufrimiento lento, doloroso. Este castigo era reservado para los esclavos, los extranjeros, los revolucionarios, y para el más vil de los criminales.
La crucifixión –definida por Cicerón como «crudelíssimus taeterrimumqus supplicium», el castigo más cruel y abominable– este suplicio provocaba una muerte lenta con el máximo dolor y sufrimiento materia en la cual los romanos eran expertos.
En marzo de 1986, la prestigiosa publicación Journal of American Medical Association (On the physical death of Jesus Christ. JAMA. 1986 Mar 21; 255 (11): 1455-63), sacó a la luz un artículo en el que se detallaban, paso a paso, los aspectos físicos de la muerte de Jesús. El estudio causó un auténtico revuelo. La revista JAMA recibió muy duras críticas, y los autores del trabajo, multitud de peticiones del polémico artículo.
Durante 18 horas –desde las 9 de la noche del jueves hasta las 3 de la tarde del viernes, la hora en que murió–, Jesús sufrió múltiples agresiones físicas y mentales pensadas para causar una intensa agonía, debilitar a la víctima y acelerar la muerte en la cruz.
La Oración en el huerto
«Y Jesús, sumido en la agonía, –escribe San Lucas (Lc 22, 39-44)– insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra». El único evangelista que reporta el hecho es un médico. El sudar sangre, o hematidrosis, es un fenómeno rarísimo. Se produce en condiciones excepcionales: para provocarlo se necesita un debilitamiento físico, y se atribuye a estados muy altos de estrés, esto provoca una presión muy alta y congestión de los vasos sanguíneos de la cara, la presión alta y la congestión provoca pequeñas hemorragias en los capilares de la membrana basal de la piel y algunos de estos vasos sanguíneos se encuentran adyacentes a las glándulas sudoríparas. La sangre se mezcla con el sudor y brota por la piel. Esta es la primera perdida de líquidos corporales (aproximadamente de 150 a 200 ml.)
El arresto de N. S. Jesucristo (Mc 14, 43-52; Lc 22, 47-53; Jn 18, 2-12)
Poco después, Jesús fue arrestado por los oficiales del templo, que le llevarían durante toda la noche de un lado para otro a los lugares donde se celebraron los distintos juicios judíos y romanos. En total, recorrió unos 4 kilómetros a pie.
Todo lo anterior, estrés, perdida sanguínea por la hematohidrosis, provoca en el cuerpo humano un aumento del metabolismo en su fase catabólica (consumo), este mismo se refleja directamente en el consumo principal de carbohidratos (glucógeno), esta reserva es muy pobre y se acaba pronto, por lo que se inicia un estado en el cual se consumen las proteínas del cuerpo y el catabolismo, en condiciones normales este mismo, puede estimular la redistribución de líquido del espacio intracelular al extracelular.
La flagelación (Mt 27, 11-26; Jn 19, 1-5; Mc 15, 16-20)
Le llevaron ante Anás, Caifás –el Sumo Sacerdote de aquel año– y el Sanedrín –el Tribunal Supremo de los judíos– y todos ellos le acusaron de blasfemia, un crimen que se penaba con la muerte. Pero como para ejecutarle necesitaban el permiso de la autoridad romana, le enviaron ante Poncio Pilatos acusándole de haber infringido las leyes romanas. Pilatos no le encontró culpa alguna y lo envió a Herodes. Y éste, de nuevo, lo devolvió a Pilatos, quien lo mando azotar (según la ley judía este castigo se realizaba con un máximo de 39 latigazos, los mismos que se le propinaron).
El flagelo (flagrum), es un instrumento con el que se realizaba esta tortura; estaba formado por cuatro o cinco correas de piel de becerro con bolas de plomo y pedazos de huesos de oveja insertados en los extremos. Despojado de sus ropas y atado a un poste, Jesús fue azotado repetidamente hasta quedar moribundo. Se estima que los latigazos provocaron heridas equivalentes a quemaduras de tercer grado: las correas de cuero y las mancuernas de huesos de carnero que remataban unas bolitas de hierro, actuaron desgarrando la piel y el tejido subcutáneos, y las bolas de metal causaron serias contusiones. Se calcula que aproximadamente la pérdida sanguínea de cada uno de los flagelos es de 2 ml, si multiplicamos por 39, a su vez por 2. 5 obtendremos la pérdida hemática aproximada (487 ml).
Jesús recibió una tercera parte de los golpes en el pecho y, el resto, en la región lumbar (espalda) mientras permanecía inclinado hacia adelante. Los verdugos deben haber sido dos, uno de cada lado, de constitución física diversa (uno es más bajo que el otro, debido al ángulo de las heridas que se observan en la sábana santa). Se continúa con estrés, la hormona principal que se secreta es la adrenalina, esta hormona que se produce en la médula de la glándula suprarrenal en estas situaciones (estrés y dolor), tiene varias acciones, la primera es una redistribución de líquido, hay una vaso-constricción en la piel y el tejido celular subcutáneo, y una vaso-dilatación en los músculos, sudoración profusa en la piel de la cara (hiperhidrosis); se puede comentar que el flagrum utilizado para este suplicio algunas veces desgarraba hasta el músculo lo que debió de aumentar la pérdida de sangre.
Coronación de espinas (Mt 27, 27-30; Jn 19, 2-3; Mc 15, 16-20)
Según un estudio publicado en abril de 1991 en el Journal of the Royal College of Physicians of London, Jesús de Nazaret fue llevado al Pretorio para desempeñar el papel de «juguete para las tropas», costumbre que solía permitirse una vez al año. Allí fue abandonado dentro de un espacio confinado con un batallón de 600 pretorianos, cuerpo de guardia del emperador romano, famoso por su corrupción. Se sabe muy poco de lo que pasó entre aquellas paredes. Los soldados colocaron una tela sobre su espalda, una corona de espinas sobre su cabeza; cabe explicitar que posiblemente se haya usado la Poteriun spinosum L, que cuenta con largas espinas, por medio de la sábana santa. Sabemos que fueron 33 heridas en el cuero cabelludo (las heridas en cuero cabelludo sangran aproximadamente de 10-15 ml dependiendo del sitio): 330 ml.
Según la estatura calculada por la sábana santa, se está pensando que midiera aproximadamente de 1,80 y pesara ente 78 y 80 Kg. Es decir que su volumen circulante debió de ser aproximadamente entre 5 y 6 litros, llevando a cuestas una pérdida sanguínea de 10 al 12 %, más aparte, los efectos fisiológicos del estrés y el ayuno agudo.
Los efectos fisiológicos de una pérdida hemática.
En este momento podríamos decir que se encuentra en la clase I del choque hipovolémico, más aparte debemos descontar las pérdidas insensibles, que posiblemente haya tenido hasta esta parte de la pasión.
Dentro del pretorio (Jn 19, 2-5; Mt 27, 27-30; Mc 15, 16-30)
Le escupieron, le abofetearon y lo golpearon con la vara, lo humillaron, le arrancaron de nuevo la ropa, reabriendo, probablemente, las heridas de la espalda. Con todo esto, las condiciones físicas de Jesús antes de la crucifixión debían de ser críticas. Llevaba toda la noche caminando, sin dormir ni comer; con la piel destrozada por la flagelación.
En la Sábana Santa se nota un fuerte golpe dado con un bastón o un palo, de forma oblicua, que dejó sobre la mejilla derecha de Jesús una contusión importante; ya que la nariz aparece deformada por una fractura del tabique nasal, así mismo aparece una gota de sangre en el rostro de la sábana santa, lo cual nos puede orientar que con el mismo traumatismo se tuvo una hemorragia nasal, que sangró profusamente hasta dejar huellas posteriores: hemorragia nasal por contusión
Esto obedece a que en la vasculatura nasal se encuentra involucradas fundamentalmente las arterias etmoidales anterior y posterior, ramas de la oftálmica (carótida interna), encargadas de irrigar la parte superior del tabique nasal y paredes externas y las arterias palatina mayor y esfenopalatina, provenientes de la maxilar (carótida externa) que irrigan la parte inferior del tabique y los cornetes. Estos vasos se anastomosan entre sí formando una tupida red en la parte antero-inferior del tabique, dando origen a una zona predispuesta a la hemorragia, plexo de Kiesselbach o área de Little.
Pilato, después de haber mostrado a ese hombre quebrantado a la turba enfurecida, se los entrega para la crucifixión. A la hora tercia (9.00 a.m.) Mc 15, 25, los soldados romanos encaminaron a Jesús hacia el lugar de la ejecución.
La Crucifixión (Mc 15, 20-32; Lc 23, 26-38, Jn 19, 17-24).
La costumbre era que el condenado llevase a cuestas el travesaño de su cruz –o «patibulum»– que pesa unos cincuenta kilos, hasta el Gólgota, a unos aproximadamente 700 metros desde el Pretorio. Pero Jesús estaba demasiado débil para hacerlo, esto lo hicieron porque si el condenado a muerte moría antes del suplicio el pretoriano era castigado con la misma suerte, por lo que tomaron a Simón de Cirene, para que llevara a el patíbulo. Aun así Jesús caía continuamente, lo podemos inferir por el sangrado que presentan las rodillas de la sábana santa, su peso lo doblaba continuamente, la pérdida sanguínea lo agobiaba más.
Una vez allí, los verdugos le quitan sus vestiduras, pero su túnica se ha pegado a las heridas y el arrancarla es atroz, los soldados le arrojaron al suelo con los brazos extendidos para clavarle al «patibulum», con lo que lograrían reabrir las heridas de los latigazos. El siguiente paso era insertar el travesaño –con la víctima clavada en él– en la almilla del madero vertical para formar la cruz completa.
No se sabe si Jesús fue crucificado en la cruz tau o en la latina, pero el hecho de que le ofreciesen vinagre con una esponja enganchada a una caña de hisopo (de unos 50 centímetros de largo) hace suponer que fue ejecutado en la cruz pequeña, la tau.
Para fijar al condenado a la cruz, los soldados romanos utilizaban tres clavos de unos 13 a 18 centímetros de largo: dos para las extremidades superiores y sólo uno para ambos pies. El verdugo toma un clavo, lo apoya sobre el pulso (siempre se había creído que Jesús fue clavado a la cruz por las palmas de las manos, sin embargo ahora se sabe que se habrían desgarrado con el peso. En cambio, los ligamentos y huesos de la muñeca sí pueden sostener un cuerpo que cuelga de ellos) de Jesús. Con un golpe seco de martillo lo clava y lo remacha bien en la madera.
En ese mismo instante, su pulgar, con un movimiento violento se puso en oposición a la palma de la mano y los dedos medio e índice se paralizan de manera recta, describe perfectamente la lesión del nervio mediano (mano de predicador) esta lesión solo se podría observar si posterior al traumatismo se pidiera al paciente que flexionara o extendiera la mano posterior a la lesión de este.
David A. Ball, autor de un estudio publicado en el Journal MSMA en marzo de 1989, simuló la crucifixión con unos voluntarios –con la ayuda de cuerdas y ganchos en lugar de clavos– y comprobó que la posición de los brazos sobre el «patibulum» era un factor muy importante: cuanto más estirados estaban, más doloroso era permanecer suspendido. Con las dos muñecas clavadas a la cruz, y el cuerpo suspendido, la única forma de inhalar y exhalar aire es elevando el cuerpo. En cada subida y bajada, las profundas heridas de la espalda de Jesús rozaban obligatoriamente con la madera áspera de la cruz, con lo que, casi con toda seguridad, su espalda continuó desangrándose durante la cruel ejecución.
Los pies se fijaban con un solo clavo al madero. Normalmente, el clavo atravesaba el primero o segundo espacio intermetatarsiano, en el extremo distal de la articulación tarsometatarsal. Puede que el nervio profundo peroneal y alguna rama del medio y el plantar lateral hubiesen sido dañados por el clavo.
Según Ball, existen dos factores a considerar. Primero, el punto del madero al que fueron clavados los pies: si el cuerpo quedó muy estirado, Jesús no pudo elevarse para coger aire, con lo cual hizo un máximo esfuerzo para coger un mínimo de aire. Pero si clavaron sus pies más arriba, pudo elevarse para respirar mejor.
En segundo lugar, es importante la forma en la que el clavo atravesó los pies: si los pies se colocaron de lado y el clavo pasó a través de los tobillos –entre la tibia y el tendón de Aquiles–, entonces la víctima pudo cerrar las rodillas y levantarse para respirar. Esto explicaría, según Ball, que algunos crucificados tardasen varios días en morir. Pero si los pies de Jesús se colocaron uno sobre otro, apoyando la planta del pie inferior en la madera, y el clavo los atravesó de arriba a abajo, entonces le fue imposible estirar o cerrar las rodillas.
En cada ciclo respiratorio, habría necesitado derrochar una gran cantidad de energía para levantar todo el peso de su cuerpo, tomar aire, y volver a descender lo más suavemente posible para evitar el dolor desgarrante de los clavos de las muñecas.
La sábana santa, nos puede dar un poco de luz en este momento, el hecho es de que Jesús al ser envuelto en la síndone, muestra como un miembro pélvico es menor al otro, sin embargo, esta es una ilusión óptica del mismo lienzo, en la parte que estuvo en contacto con el frente de Jesucristo, se puede observar como una rodilla resalta más que otra por las diversas caídas sobre las piedras del Gólgota, empero también por que al momento del rigor mortis, estas no pudieron extenderse, y quedaron de la misma forma, por lo tanto, podemos inferir que Jesús fue crucificado con los pies encogidos.
Normalmente, para respirar, el diafragma (el músculo grande que separa la cavidad torácica de la cavidad abdominal) debe bajarse. Esto agranda la cavidad torácica y el aire entra automáticamente en los pulmones (inhalación). Para exhalar, el diafragma se levanta para arriba, y comprime el aire en los pulmones y mueve el aire hacia fuera (exhalación). Mientras que Jesús cuelga en la cruz, el peso de su cuerpo abate al diafragma y el aire se introduce en los pulmones y permanece allí. Para exhalar Jesús debe empujar hacia arriba impulsándose sobre pies clavados (esto causa más dolor). Para hablar, el aire debe pasar sobre las cuerdas vocales durante la exhalación. Los evangelios mencionan que Jesús habló siete veces desde la cruz. Es asombroso que a pesar de su dolor, él empuja con sus pies para exhalar el aire y producir sonido y perdonar «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lucas 23, 34).
Según algunos estudios, como el de William D. Edwards de la revista JAMA, el efecto más importante de la crucifixión, aparte del dolor abominable, era la dificultad para respirar, sobre todo para exhalar el aire. La respiración era superficial, dado que la exhalación era principalmente diafragmática. Edwards cree que esta insuficiencia acabó en una hipercapnia –es decir, un exceso de dióxido de carbono en los líquidos corporales– y una fatiga que se acompañó pronto de calambres musculares y contracciones tetánicas. En definitiva, cada uno de los movimientos para conseguir un poco de oxígeno se convirtieron en un esfuerzo agonizante le condujo finalmente a la asfixia de Jesús.
La dificultad para exhalación conduce a una forma lenta de sofocación. El bióxido de carbono se acumula en la sangre, dando como resultado un alto nivel del ácido carbónico en la sangre. El cuerpo responde por instinto, accionando el deseo de respirar. En el mismo tiempo, el corazón late más rápido para circular el poco oxígeno disponible. La hipoxemia (debido a la dificultad en la exhalación) dañan a los tejidos y a los capilares, estos se tornan más permeables (es decir comienzan a escaparse el líquido de la sangre e infiltrarse en los tejidos). Esto da lugar a una acumulación del líquido alrededor del corazón (derrame pericárdico) y de los pulmones (derrame pleural) Jn 19, 34.