Rajoy íntimo
Manuel Jabois (Pontevedra)
(27-11-2011)
ELVIRA Y MARIANO RAJOY EL DÍA DE SU BODA .
Su mujer siempre le dice: "Sé tú mismo". Ante cualquier consejo, él expone: "Yo soy como soy". Y si se le pide que haga las cosas de otra manera, contesta: "No puedo ser quien no soy". Después de treinta años en la vida pública y más de quince de ser nombrado ministro, tras ser fotografiado prácticamente cada semana más de la mitad de su vida, conceder decenas de entrevistas y patear los pueblos casi visceralmente en una estrategia deliberada para que en su cabeza cupiese no el Estado, sino el mapa municipal, una de las preguntas que suscitan más interés en España es saber quién es Mariano Rajoy.
Este hombre al que se está poniendo barba de señor afable, especialmente cuando sonríe incrédulo sin abrir los labios, en un gesto de mejillas abundantes y sonrosadas, va a ser el presidente del Gobierno con mayor poder desde el regreso de la democracia y la figura en la que tiene apoyada su mirada media Europa para saber cuáles serán sus movimientos. Lo ha logrado con una campaña de perfil bajo, sin estridencias, a la espera del derrumbe socialista. Él ha estado ahí. Siempre ha estado ahí. Indetectable, como los delanteros que no se distinguen por desmarques y remates pero acaban apuntándose el tanto.
Tiene mérito la cosa. Entre otras razones, porque efectivamente Rajoy nunca ha dejado de ser quien es. Un hombre aparentemente aburrido, aparentemente perezoso, muy dado a ser caricaturizado como el típico señor burgués de puro y tertulia, pero que esconde una formidable piel de rinoceronte a quien ni siquiera el núcleo duro del PP, jaleado por los tambores de guerra de los medios afines, lograron torcerle el pulso cuando perdió sus segundas elecciones. Fue mucho más difícil ganar la presidencia del PP con Aznar ninguneándolo a la vista de todos entre riñas coléricas que llegar a La Moncloa. Salió ganador de unas semanas terribles, sometido a una presión bárbara que se reflejó en su rostro cubierto de ojeras y arrugas florecientes. ¿Cómo ese pachorras que refleja la prensa, un señor que ya en los noventa reconocía que desde que era ministro vivía "bastante mal", supera eso? ¿Cómo este hombre de quien el primer alcalde de Pontevedra, que lo llevó de número dos en su lista, dice que "é un vago que non pega bancada", se pone de presidente del Gobierno? Probablemente porque no sea ese quien dicen que es, y sí el que él dice ser. "Yo trabajo muchísimo", le espetó en una ocasión a un periodista de El País. Repasando la hemeroteca de Diario de Pontevedra, que registra casi a diario su actividad desde el año 1984, se diría que Mariano Rajoy no ha hecho otra cosa en la vida.
"Rajoy es infatigable. Un estudioso obsesivo y un obcecado. Además, tiene una capacidad de sacrificio más allá de lo tolerable. Y aunque se fomente cierta imagen de él, y le gusten las sobremesas y los paseos, su cabeza trabaja más de lo que dice su cuerpo. Desde 2008, liberado de la herencia de Aznar, tiene una misión en la cabeza, que es gobernar España", contaba hace unas semanas un amigo de él. "Alguna vez me he preguntado qué hago yo aquí. Pero no desde luego ahora, porque creo que lo puedo hacer mejor que el que ahora está, y el objetivo no es a largo plazo", dijo Rajoy a este periódico el año pasado. Su galleguidad no está en la ambigüedad siempre calculada, ejercida más como táctica que como convicción, sino en la indiferencia que le provoca el ruido de alrededor. "Para dedicarse a la política", dijo hace años, "además de paciencia y espíritu deportivo, hay que tener sentido del humor y sentido de la indiferencia". El fuego que se desató sobre él en 2008 no le hirió; todo lo más, le sobresaltó: echó mano de la paciencia y la indiferencia en grandes cantidades. "Jiménez Losantos llegó a decir que me había ido a México a un acto masón. Pero hombre, qué barbaridad".
Para entender quién es Mariano Rajoy hay que conocer el funcionamiento de la tradicional burguesía de provincias en la que creció. En expresión acertada de Xosé Hermida, una perfecta "burbuja social". Jóvenes exigidos por sus padres en las mejores carreras, frutos muchos de ellos de un matriarcado gallego en el que importan mucho las formas, el qué dirán y con quién te juntas. Grupos de apellidos que conformaban antaño la comidilla de las pequeñas ciudades y que todavía subsisten, ya como elementos de decadencia, hoy en día. Todavía en Pontevedra pululan matrimonios paseando alrededor de un círculo definido que va del Carabela al Blanco y Negro con esa misión tan peculiar de estirar las piernas y dejarse ver; saludarse y dejarse saludar; girar la cabeza a uno y otro lado buscando rostros conocidos y fomentar la selecta vecindad, la ciudad que un día existió y a la que entierra poco a poco el polvo imparable del tiempo. Una Pontevedra de clases que conoció su esplendor a finales del XIX, cuando la Alameda tenía cuatro paseos divididos por las hileras de árboles y ocupados por otras tantas clases sociales. El más cercano al palco de la música lo utilizaba la clase obrera. La clase media, el siguiente. Más allá paseaba la buena sociedad, formada por las familias distinguidas. Y el siguiente estaba reservado para militares sin graduación, doncellas, cocineras y niñeras que sacaban a los chavales de juegos. Ninguna ley exigía esta separación: aquella era una norma que todos cumplían con la disciplina natural "de quienes trataban de arrimarse y confraternizar con los suyos sin invadir territorio ajeno", como escribió Fernández Sieira. Una ciudad ordenada.
Muchos de los íntimos de Rajoy proceden de las familias de toda la vida de Pontevedra. Una de las primeras veces que el nuevo presidente del Gobierno vio su nombre publicado en las páginas de un diario nacional no fue como político, sino como testigo de boda: la de su hermana Mercedes y Francisco Millán-Mon, eurodiputado del PP, en aquella sección ‘Vida social’ del Abc que conoció tiempos mejores y donde se anunciaban enlaces encopetados de largos apellidos compuestos. Mercedes Rajoy, registradora como su hermano, volvería al lugar en el que se casó, el Gran Hotel de A Toxa, quince años después. Lo hizo como madrina, ya fallecida la madre de ambos, Olga Brey. Mariano Rajoy se casó con Elvira Fernández Balboa, una joven de Sanxenxo que le presentó su hermano Luis en el pub Universo. De noche, en la isla meca, fueron desfilando los amigos íntimos y cargos del partido y el Gobierno, conquistado medio año antes. El primero en llegar fue Fraga; después aparecieron desde Cascos y su entonces mujer, Gema Ruiz, hasta Esperanza Aguirre. Ana Botella excusó a José María Aznar, de visita en Guatemala. Decenas de cámaras y curiosos se arremolinaron en los alrededores de la pequeña capilla. "Demostrando mi conocimiento de la realidad, quería hacer una boda de la que no se enterase nadie. Y allí todo el mundo quería ver el espectáculo. Pero bueno, fueron muy amables".
Cuando se casó tenía 41 años. Tiempo suficiente como para que desde el ala ruralita del PP gallego (‘os da boina’) se empezase a difundir la especie venenosa de que el político pontevedrés era homosexual. Como buena infamia, se extendió rápidamente a la calle y constituye una de esas leyendas urbanas sobre las que se estructura el habitual chiste grueso en España. Rajoy pasa con indiferencia olímpica si se le pregunta: "Hay que darle importancia a las cosas que la tienen, porque a veces nos enredan en temas menores y minucias", contestó a este periódico. "A un registrador de la propiedad de 23 años se lo rifaban las chicas en Pontevedra", dice un amigo de juventud. "Y tuvo sus líos con ellas, como cualquiera; si no se emparejó en serio hasta tarde es porque no les prestó suficiente atención, se dedicó a la política y a pasarlo bien, y pegarse sus viajes al Caribe, a donde iba siempre con sus íntimos. Llama a alguno de ellos y que te cuente".
Pero casi ninguno cuenta. Rajoy los ha prevenido de la que se les venía encima. Los han venido a buscar periódicos de toda España. En la sede del PP provincial han recibido decenas de llamadas para recibir pistas de a quién acercarse. Suelen surgir entonces nombres habituales (Ana Pastor, Pilar Rojo, Suárez Costa o Tomás Iribarren) y otros menos conocidos como Ángeles Borrajo y Andrés Montaner, Elías Mareque y Susana Ameijeiras o el propio Alfredo Díaz-Grande, marido de Rojo. Ninguno está por hablar. Algunos, por haber sido malinterpretados por periodistas en ocasiones anteriores. Otros, por petición expresa del propio Rajoy. Su familia, en este sentido, protege y cuida su nombre. Se dice que en una ocasión su hermana Mercedes llamó a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, para decirle, en plena tormenta por la sucesión de 2008: "Cómo eres capaz de hacerle lo que estás haciendo a mi hermano".
"Mariano odia el cotilleo, los rumores, y que escarben en su vida porque entiende que eso es algo que no tiene interés", zanja uno. Sin embargo, prácticamente todo lo que hay que saber de él ya se ha hecho público. En una suerte de tags de su vida privada, el Rajoy de puertas adentro podría resumirse en: familia, paseos, ciclismo, fútbol, tertulia, puro. Y sueño: duerme entre las once y media y las siete de la mañana. En vacaciones, cuando era más joven y salía de copas (su bebida siempre fue el ron; ahora no le hace ascos al chupito después de comer), podía llegar a despertarse a media tarde. En Pontevedra mucha gente recuerda la escena que un próximo suyo montó en el entierro de Ricardo García-Borregón. Se trataba de un entierro al que Rajoy podía ir o no, "estaba bien que fuese, pero no pasaba nada si no iba", cuenta uno de los presentes. "Rajoy ni se enteró, de hecho, de que había muerto, pues se organizó el entierro con cierta rapidez". Llamaron a Rajoy a su apartamento de Sanxenxo sin suerte, pues había salido la noche anterior. Se insistió de tal manera que al final uno convenció a un concejal -entonces gobernaba el PP en Pontevedra- de que enviase a Silgar a la Policía Local a despertarlo. Y ni entonces, con los agentes llamando a la puerta, hubo manera de levantarlo. En la escena, casi de escopeta nacional, estaban las esencias de ese pontevedresismo añejo que mira mucho las formas, y también, aunque por despiste, el desmarque de Rajoy. No sería el único ni el más importante: su boda con Elvira, de familia ajena a esta pequeña burguesía, también llamó la atención de los vigías más reaccionarios de la ciudad: "Hubo quien no lo entendió. Gente de otro tiempo, pero es que las cosas en ese mundo funcionan así", cuenta alguien cercano a la pareja.
Elvira Fernández Balboa es la causa de la estabilidad de Rajoy; su madurez. Resulta imposible imaginarlo fuera de ella. "Es para toda la vida, en lo que a mí respecta", dice en su libro, con esa matización tan galaica. Procedente de una famila que trabajó duro (su padre estuvo emigrado a Venezuela), Elvira, madre de dos hijos (perdió una niña en su sexto mes de embarazo), trabaja en Telefónica. "Mira que podía darse aires, incluso tenerlos inconscientemente, pero no. Es la persona más sencilla del mundo, alguien que quiere pasar inadvertida y que lleva todo esto con naturalidad", dice alguien que la trata. Probablemente se deba a la herencia de su madre, una mujer muy conocida en Pontevedra.
Su hija Viri huye de notoriedades y todavía se sobresalta si es reconocida en cualquiera de sus paseos por el centro. Al fin y al cabo su rostro no es demasiado popular. Siempre, salvo en la derrota de 2008 o la victoria de hace una semana, se ha buscado un tercer o cuarto plano que ahora le resultará difícil. La idea de vivir en La Moncloa, como a su marido, no le gusta nada. "Va a ser una cárcel", ha llegado a decir. "De oro", le contestaron. "Pero una cárcel", matizó con una sonrisa. Al fin y al cabo el apoyo firme que decidió prestarle a su esposo cuando éste enfiló la carrera de la Presidencia del Gobierno, a finales de 2003, sabía que desembocaría en La Moncloa.
Los momentos más amargos que vivió la mujer de Rajoy fue junto a él en la crisis del Prestige. Llegaron a ser insultados delante de sus hijos en la isla de A Toxa. Rajoy suele referirse a esa época como la más dura de su carrera. Para la opinión pública quedó marcado por aquellas declaraciones de los "hilillos de plastilina" con los que el Gobierno Aznar trataba de menguar el desastre. Pero en la calle el acoso fue tremendo. "No podían salir a pasear, hacer vida en su ciudad; fue duro". Y ambos, como consecuencia de ello, guardaron una cierta hostilidad hacia Pontevedra, que entendían que no valoraba el esfuerzo que él estaba haciendo tratando de gestionar una crisis que le tuvo contra las cuerdas.
Ésta es otra de las características de Rajoy. Su carácter de provincias, que él reivindica frente a Madrid. Provinciano en el sentido de reivindicar los rincones de España que olvidan con frecuencia las televisiones salvo para reflejar los sucesos. Y provinciano a la manera de querer ser alguien en el pueblo, valorado por los suyos, presentarse con buena posición y recibir el reconocimiento de la gente. "Todo se hace siendo un tipo decente y de provincias, que es lo que soy. Ésa es la clave en la vida: ser decente y de provincias".
Rajoy sabe que lo más difícil en una ciudad pequeña en la que todo el mundo vive bien al punto de permitirse el vicio de la maledicencia es ser profeta en su tierra. Que aunque sus visitas sean cada vez más multitudinarias, porque todo el mundo de repente lo conoce y quiere pararse con él, con Mariano, en Pontevedra lleva gobernando doce años un nacionalista gallego de Vilalonga. "A Rajoy lo que le gusta es estar sentado en el Blanco y Negro fumándose un puro y recibiendo alabanzas de todo el mundo. Él sería feliz pasando de aquí a los toros, y de los toros al Casino, donde todo el mundo lo conoce, todo el mundo lo aprecia y sobre todo, todo el mundo le dice lo bueno que es y lo alto que ha llegado. Ésa es una felicidad para él inmensa. Por eso con lo del Prestige se llenó de un cierto rencor, porque además de que no le quepa en la cabeza que invadan su intimidad de una forma tan grosera, no soportaba la idea de no poder estar tranquilo en la que considera su casa", dice alguien que lo trata normalmente. Torrente Ballester contaba que Franco había hecho la Guerra Civil para poder entrar en su ciudad como almirante porque era lo máximo a lo que podía aspirar un ferrolano, y Mariano Rajoy ha conseguido ser presidente del Gobierno, el primero presumiblemente estable, en una ciudad en la que se multiplicaban los ministros como sardinas.
Antes Galicia ya le había dado digustos a Rajoy. Salió de aquí tras una tormenta en la Xunta que lo colocó de vicepresidente, una situación que duró los meses que tardaron los tránsfugas de Barreiro Rivas en aliarse con el PSOE y tumbar el Gobierno. Uno de esos días Manuel Fraga agarró a Pepe Rivas Fontán, alcalde de Pontevedra, y se confesó con él: "No puedo con este chico. ¿A usted qué le parece?". Y Rivas dijo: "Rajoy tiene un problema, que es hombre soltero. Y nosotros, los hombres casados con hijos, tenemos un sentido de la vida diferente del de Rajoy, porque nos volcamos en lo que nos rodea, y él no, que tiene la vida resuelta". Dice Rivas que a Fraga le convenció el argumento. No hay que dudar de él; durante los años siguientes el expresidente de la Xunta repitió como un mantra que Rajoy, para llegar alto, debía casarse y hablar gallego.
Lo rescató Aznar para su proyecto en Madrid, ciudad a la que llegó sin conocer a nadie. Fue entonces donde el hermético gallego que solo se soltaba con sus amigos de Pontevedra ganó fama de indetectable. "Es usted el ministro espía", le soltó Carmen Rigalt en el Magazine de El Mundo. "Es usted el ministro desconocido. Eso le da bula para vivir la vida con campechanía y hacer las cosas que otros ministros no se permiten", sigue la periodista: "¿Le recuerdo un ejemplo? En la boda de Álvarez Cascos no le pusieron falta, sin embargo usted se había desmarcado estratégicamente y estaba cultivando las relaciones prematrimoniales en un parador de turismo". Responde él: "No sé cómo pudieron enterarse. Es cierto, en mi ausencia no reparó nadie. En cambio a Matutes o a Romay, que tampoco asistieron, les pusieron falta".
Son los años en los que llegó a hacer un cameo en la televisión, en la serie ‘Jacinto Duarte Representante’, y a seguir Vuelta y Tour con García, que acuñó sobre él su famosa frase: "Lo malo es que por donde pasa no limpia. Lo bueno, que no ensucia". En la entrevista del Magazine se lo encuentra el periodista pensando chistes de vascos y catalanes y protestón con la lluvia, rasgo extraño en un gallego. Le gusta el humor negro, dicen quienes lo conocen, y también ácido, revestido de esa retranca tan propia del país. Como él, en ocasiones es un humor de tan afilado indetectable, invisible, de ahí que a veces acabe riéndose en silencio de sus propias ocurrencias.
Esa época de paz, cuando disfrutaba en Madrid de su primer hijo, Mariano (le seguiría Juan, en 2005) con su matrimonio asentado, vino a romperla Galicia. Su enfrentamiento con los Cuíña y Baltar, galleguistas del PP que aspiraban a hacer del partido una fuerza autónoma de Génova, se plasmó en una de sus escenas más duras: la que lo presentó humillado junto a su amigo Romay Beccaría en el Congreso del PP de Galicia de 1998 como vocal. Fue la manera que tuvo Cuíña, todopoderoso secretario general del PPdeG, de decirle a Aznar lo que hacía él con sus ministros: mandarlos al gallinero. También supuso el punto de mayor dramatismo de un enfrentamiento cuya raíz se había enquistado y comenzaba a supurar en público. Los barones provinciales del PP aseguraban graneros de votos con un estilo sui generis, mezcla de galleguismo lindante con el nacionalismo, ‘xente da terra’ hecha a sí misma desde posiciones modestas; Rajoy y Romay encarnaban el centro derecha próximo a Madrid, gente con bagaje y formación académica, "casta previlexiada", como dijo en la época un dirigente enemigo.
Se les conoció como ‘os da boina’ y ‘os do birrete’, y el triunfo de Cuíña en ese Congreso -consentido por un Fraga enfrentado a Rajoy desde los ochenta- fue su canto del cisne: Aznar bajó el pulgar y todo el peso del PP cayó sobre él hasta que consiguió, poco a poco, lo que parecía imposible: descabalgarlo de la sucesión de Fraga. Sus relaciones se templaron y Rajoy asistió, junto a Feijóo y Ana Pastor, a la inauguración de una escultura que recuerda el trabajo de Cuiña -fallecido en 2007- por Lalín y Galicia. Rajoy todavía tiene que lidiar en Ourense con Baltar. Ni siquiera con Feijóo en la Xunta han podido hacerle frente. Hace dos años le plantaron cara con un candidato al PP de la provincia que resultó derrotado por Baltar hijo. Allí donde el partido arrasa sigue paseándose Baltar cantando al trombón "si no eres del Pepé, jódete, jódete", contratando bedeles sin ton ni son para los edificios públicos y paseándose en campaña, como se paseó una vez, agitando los recortes de prensa que le acusan de enchufismo en "su" Deputación provincial: "¿Vedes como eu me preocupo polos meus?".
Ante eso, tradicional silencio pasmado de Rajoy, fiel a que las cosas, si no puedes cambiarlas, se cambien solas. Eso debió de pensar la noche electoral, cuando prácticamente fue el último en echar la llave de la sede. A las cuatro de la madrugada sólo quedaban en Génova banderolas del PP tiradas por el suelo. "Los periodistas se han ido. También los policías, y los dirigentes más conocidos. Hasta su mujer, Viri, se ha marchado, harta de esperarle", contó Carlos E. Cué en El País. ¿Qué hacía Rajoy? Viendo los resultados en cada uno de los pueblos de España, especialmente en aquellos en los que él estuvo de paso en los últimos cuatro años. "Rajoy necesita reivindicarse", dice el periodista. "Ante sí mismo, en soledad, en esa esquina impersonal de su despacho".
"Me lo creo porque es una persona que ha trabajado duro", cuenta un amigo suyo. "Aunque es extremadamente inteligente, las oposiciones no se aprueban solas, y él sabe que para conseguirlas hay que trabajar". En la última entrevista con Diario de Pontevedra, interrumpió su trabajo el segundo día de vacaciones para recibir al periodista. En la mesa de su terraza se acumulaban los papeles, llenos de subrayados, y junto a la mesa su maletín, donde escondió el cenicero con el puro que se estaba fumando "por las fotos, que luego me sacáis fumando". Lejos quedaba el día en que alardeaba de ser fumador empedernido y lamentaba las restricciones puestas entonces por su propio Gobierno respecto a fumar en lugares públicos. "Esa cultura represiva que se ha puesto tan de moda me genera indignación, lo que sucede es que en los sitios donde mando yo, establezco las reglas de juego y fumo todos los puros que me da la gana", dijo a El Mundo. Una frase que ahora no diría. "Aunque lo piense", como matizaría Manquiña.
Resulta curioso, por lo demás, observar el cambio en las entrevistas que mantenía Rajoy entonces a las de ahora, donde exhibe su celebrada ambigüedad hasta límites tremendos. Por ejemplo, cuando le pidió hace años Carmen Rigalt que eligiese entre Mar Flores y Demi Moore. "Ni se pregunta, Demi Moore. Por razones negativas: no me resulta simpática Mar Flores". Una manera de mojarse, desde luego, que ahora ni siquiera tiene respecto a sus propios proyectos de Gobierno. Preguntado por su virtud principal, un íntimo de Rajoy lo tiene claro: "La humildad". Y a cualquiera que lo haya tratado, coincide en su agilidad mental y sus valores. Un alto funcionario que trabajó con él en el Ministerio de Educación lo recuerda llegando "con aire papal y extremadamente cortés: daba una inmejorable impresión".
No es detallista y suelen pasársele los cumpleaños, dice otro amigo, que matiza rápidamente: "pero tiene maneras de recordarte lo importante que eres para él". Jugador empedernido de cartas, "con muy mal perder, porque suele ganar siempre, tanto a las cartas como al Trivial", gasta entre los cercanos fama de juerguista en su juventud, al punto de que en una ocasión, según escribe Graciano Palomo en su biografía, un día le soltó Fraga: "¡Rajoy, váyase usted al Daniel, que es donde tiene que estar!". Al patrón le habían chivado la afición del veinteañero Mariano a tomar sus copas en el emblemático local de la calle Daniel de la Sota. "Cada uno vale lo que vale y tiene cara para lo que la tiene. Era agradable, sí, pero había mucha barra", responde Rajoy si se le pregunta por sus años de ligoteo.
En estos tiempos echa por Madrid las caminatas que en Sanxenxo son de kilómetros, a veces hasta la Armenteira (cuando llega a la cumbre bebe de un tirón tres cervezas, agotado por la sed) y otras por las playas de Silgar o A Lanzada, donde baja temprano para que no le atosiguen. Mucho va a cambiar ahora la historia con la seguridad que llevará encima. "No va a haber síndrome de La Moncloa en él", dice una amiga de su círculo más íntimo, "porque siempre tendrá quien le haga volver a la realidad".
Entre ellos, su padre, el referente de su vida, según confesión propia. La noche de las elecciones Rajoy Sobredo se cruzó sonriente a altas horas con los dirigentes del PP de Pontevedra. Tiene 91 años y pasa largas temporadas en Canarias. Su estampa es habitual recorriendo Rosalía de Castro con los periódicos bajo el brazo. Hace dos semanas de la bolsa de plástico que los protegía de la lluvia se transparentaba La Gaceta. De su madre, que perdió pronto en plena campaña de las generales de 1993, cuando ella tenía 61 años, recuerda que "era una mujer muy alegre, muy sociable. No era Rajoy, que somos más retraídos".
Con tres hermanos (Mercedes, Enrique y Luis; los dos primeros registradores, Luis notario), Mariano Rajoy seguirá definiéndose una persona normal pese a que lleva muchos años sin poder serlo. Ha ido dejando por el camino algún amigo y algún colaborador valioso, de siempre, a veces atado por las circunstancias y otras por encontronazos que siempre resuelve con el silencio, su personal manera de enfadarse: poner la cruz y no volver a coger el teléfono. Lo ha hecho y en más de una ocasión. "Yo tengo pocas virtudes", dijo a este periódico hablando de sus equipos. "Una de ellas es la capacidad de distinguir, aunque a veces me equivoque. En política, como en cualquier faceta de la vida, distinguir entre personas es muy importante. Porque en todas partes hay buena gente y también gente que puede ser mejor". En esa entrevista sentenció: "Yo nunca he traicionado a nadie".
Cuentan en su partido que el titular circuló con cierto cachondeo entre las filas de los agraviados. Que silben, debió de pensar ya en verano fotografiándose con gente por el puerto de Sanxenxo acompañado de su familia, oliéndose el pescado de las elecciones anticipadas y una victoria irremisible. Al nieto de Rajoy Leloup, el redactor del Estatuto de Autonomía del 36, amigo de Alexandre Bóveda, le quedaba poco de su carrera de ocho años en pos de un Gobierno arrebatado delante de sus narices en tres días de marzo. "Mariano me transmite tranquilidad", dijo el socialista Paco Vázquez en El País. "No pierde las formas jamás", dice un amigo suyo, "y si ha de rebatir argumentos lo hace quitándole hierro a la discusión". El adolescente acostumbrado a hacer autoestop entre Sanxenxo y Pontevedra ("eso se ha perdido, ya no se ven tantos"), y que llegó así a Ibiza un verano para escándalo de su padre, se ha bajado en La Moncloa. Una España en crisis, al borde del colapso económico, espera al hombre tranquilo.
http://diariodepontevedra.galiciae.com/nova/139396.html DIARIO DE PONTEVEDRA . RAJOY ÍNTIMO . MANUEL JABOI.