José María Navia-Osorio ha seguido con interés las entregas de mi última lección sobre "El habla de los españoles". El asturiano confiesa que "no acaba de ver la tesis de la conferencia". Tendré que refinar el texto para que queden claras las tesis, pues son varias. Aunque prefiero considerar, humildemente, que son hipótesis, esto es, tesis que deben ser confirmadas por la observación.
La primera observación es que el habla resulta de la suma de decisiones individuales para utilizar una pequeña parte del repertorio de la lengua. Esa decisión se toma por economía, pero sobre todo porque no hablamos solo para comunicarnos sino para otros fines. Por ejemplo, para engañar a los interlocutores, para solazarnos con ellos o para satisfacer nuestra vanidad. Por eso el habla es tan variada y tan retorcida.
El habla es la expresión de la cultura (tradiciones y valores). En cuyo caso la observación sobre el habla va mucho más allá de lo que permite y aconseja la Lingüística y ciencias afines. La prueba es este corrillo de LD donde, a propósito de las cuestiones referidas a la lengua común, manan todo tipo de sentimientos, ideologías y creencias. Por encima de todo, sobresale la idea de que las cuestiones léxicas producen alegría. Es claro que el ser humano habla porque previamente se ríe. Desde luego, los bebés saben sonreír mucho antes de poder hablar. Sospecho, además, que esos primeros gestos de sonrisa neonatal se producen como respuesta al sonido de las palabras. Tengo una curiosidad; a ver si alguien me la satisface. ¿Sonríen también los niños que nacen sordos? Bueno, también es verdad que esos niños no oyen palabras, pero quizá aprecian el lenguaje corporal. Las situaciones verdaderamente cómicas no necesitan tanto de la palabra como del lenguaje del cuerpo. Recordemos las películas cómicas del cine mudo. Los buenos payasos apenas hablan.
Lo más interesante es que la reducción del idioma al habla no se produce de forma aleatoria. Es decir, el habla de una población se estructura de forma parecida para muchos individuos. Hay pautas espontáneas del habla como hay reglas estructuradas de la sintaxis de la lengua. Si es así, el sociólogo tiene mucho que decir. El habla es parte fundamental de la sociedad donde se manifiesta. El habla es cultura. Esa no es ya una tesis sino la apoteosis.
Recibo muchos emilios cariñosos a propósito de mi jubilación como catedrático en activo. Son de agradecer, aunque me llegan en un momento en el que se me acumulan proyectos de cursos, libros, conferencias y demás faenas académicas. (Siempre me ha gustado el catalanismo de "faena" como equivalente de obligación agradable; en castizo castellano "faena" es mala pasada). Rosa Gómez Redondo, colega de la Facul, me dice: "Espero que encuentres tiempo para disfrutar de viajes tranquilos y del ocio que te has ganado a través de tantos años de clases a sucesivas generaciones [...]. Te deseo también tiempo libre de compromisos para disfrutar con alegría de los frutos de tu dedicación en etapas pasadas". Hermosas palabras, y más viniendo de una colega. Hubo otra que pidió (y consiguió) el voto en contra de la Facul para que a mí no se me reconociera como emérito. Por lo que dijo, yo me había dedicado a "los medios" y no al trabajo académico. En el Valle de Josafat se aclarará todo, incluso el asunto de la envidia como pecado nacional de los españoles ("y de las españolas", habría que decir esta vez). De momento, lo del ocio lo entiendo como el arte de disfrutar con mi trabajo en buena compañía. Por ese lado me encuentro satisfecho. El emilio de doña Rosa me llega al tiempo de presidir el tribunal de una ameritada tesis doctoral en la Universidad de Zaragoza. Mi figura era poco airosa al llevar una pata escayolada, pero lo decisivo es no llevar una férula en la mente.
Entre los insultos (a los que otras veces me he referido), las loas. Callo las loas por vergüenza, pero alguna vez conviene airear las vergüenzas. Martín Cuenca (Holanda) propone que se me conceda el título de Gran Complutense Libertario. Agradezco el honor.
Son innúmeros los libertarios que me felicitan por mi última lección como catedrático en activo de la Universidad española. No puedo citar a todos. Valga el mérito de la veteranía para acusar recibo de las congratulaciones que me envían dos antiguas alumnas (¡de hace 50 años!): Josefina Salvo Salanova y Encarnación Orden Mascuñán, que ahora trabajan en Cáritas. Recuerdo muy bien aquellas primeras clases que di, siendo yo todavía alumno de Políticas. Dedicaba una tarde entera a preparar cada lección y escribía el texto a máquina.