FRANCISCO MERINO -Director de la Escuela Internacional de Protocolo 13.09.2012
La información que se detalla a continuación está extraída del Libro de la Cámara Real del príncipe don Juan (1548) de Gonzalo Fernández de Oviedo, texto nacido en su día con la finalidad inicial de informar en la corte del futuro Felipe II acerca del orden que se siguió en la casa del príncipe don Juan, primogénito de Fernando e Isabel que había sido educado y servido conforme a los usos que regían el llamado ceremonial de etiqueta de Castilla.
El banquete en sí era un espectáculo ritual, donde la ostentación y el lujo trataban de impactar
Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que no había un comedor como tal, sino que la gran sala de palacio en la que se realizaban las recepciones, se transformaba en comedor en el momento de las comidas, lo que requería el que la servidumbre montase las mesas, las cubriese con manteles, etc.
El banquete en sí era un espectáculo ritual, donde la ostentación y el lujo trataban de impactar y sobrecoger a quien tenía el privilegio de compartir la mesa con los reyes.
El ritual requería comenzar por acondicionar la gran sala en la que tendría lugar el banquete, para ello se ponían en marcha un gran número de oficiales de la corte. Los reposteros de estrados y mesa montaban las mesas, los bancos y las sillas; los estrados en los que se situarían los reyes y los aparadores en los que se exhibía la vajilla y la cristalería, piezas que se encontraban bajo la supervisión de los reposteros de plata y botillería respectivamente. Al lado del aparador de la plata se situaba el repostero de plata sujetando una serie de platos que iba facilitando al maestresala o al trinchante, según se necesitaban para el servicio, y que previamente había limpiado con una toalla.
El rey ocupa la posición central situándose a su lado los invitados de alto rango a los que quisiese agasajar
La comida se convertía de esta manera en un acto público en el que el lujo y la abundancia tenían como objetivo resaltar la imagen del rey como el centro del reino. El comportamiento del monarca en la mesa aparece descrito en las Partidas como: digno, mesurado, siguiendo un ritmo equilibrado, y de esta forma mostrar a sus súbditos su sabiduría en el comer y el beber, ya que ellos serán el modelo a seguir.
El rey ocupa la posición central situándose a su lado los invitados de alto rango a los que quisiese agasajar. Una vez todos estaban sentados a la mesa, y se habían lavado las manos, el capellán mayor la bendecía y comenzaba el ritual del servicio de la misma, que requería una larga procesión de servidores que presentaban los platos precedidos del sonido de trompetas.
Coordinados por el maestresala, vestido de negro, con un paño sobre el hombro derecho y una vara de mando con la que daba instrucciones, los pajes iban trayendo la comida a la mesa. La comida venía escoltada desde la cocina. La razón de la escolta es la misma que la de la salva, es un momento de exposición, de peligro para el rey que podía ser envenenado; haciendo la salva se comprobaba que ni en la comida ni en la bebida había veneno.
La tarea más compleja, técnicamente hablando, de las que se realizaban en la mesa real la llevaba a cabo el trinchante, y consistía en cortar los alimentos, colocar los trozos sobre rebanadas de pan, sazonarlos y distribuirlos entre los invitados por orden de precedencia. La comida se reducía así a bocados que el comensal podía pinchar con el cuchillo o recoger con los dedos, la cuchara o la escudilla; la importancia de este oficio la daba el hecho de no existir tenedores.
Al rey nunca se le servía sobre trozos de pan, como a los otros invitados, a él se le servía sobre platos de metal cubiertos por una rebanada de pan, plato que se cambiaba con cada nuevo alimento, para evitar tanto la mezcla de sabores, como el ser considerado tacaño.
Como se ha visto en párrafos anteriores, todo lo que se le servía al rey había de ser probado por el trinchante para comprobar que no estaba envenenado. Incluso los utensilios que iba a utilizar para cortar los alimentos que ingeriría el monarca eran objeto de salva, se les pasaba por un trozo de pan que era ingerido por el trinchante o el repostero.
La tarea que requería un ceremonial más elaborado era el servicio del vino. Cada vez que el rey quería beber la copa se transportaba alzada y en silencio escoltada por un ballestero de la maza y un rey de armas, que irán delante del copero del maestresala y del caballero de la salva. La bebida del rey era guardada y custodiada, por las razones que se han mencionado: podía ser envenenada, o de estar en mal estado y producir enfermedades.
Terminada la comida se volvía a rezar en acción de gracias por los alimentos recibidos
Terminada la comida se volvía a rezar en acción de gracias por los alimentos recibidos; los comensales se volvían a lavar las manos y el maestresala con todo su equipo de servidores hacían la reverencia y se marchaban a comer.
La comida sobrante se repartía entre los servidores teniendo en cuenta un determinado orden de precedencia, a mayor rango se elegían los mejores manjares sobrantes, algunos, como en el caso del trinchante tenían precedencia para escoger de entre los alimentos que trinchaba las mejores piezas; otros recibían las viandas como parte del pago por sus servicios, e incluso determinados cargos llevaban aparejado el suministro de estas viandas.