En San Carlos corría como una verdad indiscutible que Letamendi era un genio; uno de esos hombres águilas que se adelantan a su tiempo; todo el mundo le encontraba abstruso porque hablaba y escribía con gran empaque un lenguaje medio filosófico, medio literario.
Andrés Hurtado, que se hallaba ansioso de encontrar algo que llegase al fondo de los problemas de la vida, comenzó a leer el libro de Letamendi con entusiasmo. La aplicación de las Matemáticas a la Biología le pareció admirable.
Andrés fue pronto un convencido.
Como todo el que cree hallarse en posesión de una verdad tiene cierta tendencia de proselitismo, una noche Andrés fue al café donde se reunían Sañudo y sus amigos a hablar de las doctrinas de Letamendi, a explicarlas y a comentarlas.
Estaba como siempre Sañudo con varios estudiantes de ingenieros.
Hurtado se reunió con ellos y aprovechó la primera ocasión para llevar la conversación al terreno que deseaba y expuso la fórmula de la vida de Letamendi e intentó explicar los corolarios que de ella deducía el autor.
Al decir Andrés que la vida, según Letamendi, es una función indeterminada entre la energía individual y el cosmos, y que esta función no puede ser más que suma, resta, multiplicación y división, y que no pudiendo ser suma, ni resta, ni división, tiene que ser multiplicación, uno de los amigos de Sañudo se echó a reír.
—¿Por qué se ríe usted? —le preguntó Andrés, sorprendido.
—Porque en todo eso que dice usted hay una porción de sofismas y de falsedades. Primeramente hay muchas más funciones matemáticas que sumar, restar, multiplicar y dividir.
—¿Cuáles? —Elevar a potencia, extraer raíces… Después, aunque no hubiera más que cuatro funciones matemáticas primitivas, es absurdo pensar que en el conflicto de estos dos elementos la energía de la vida y el cosmos, uno de ellos, por lo menos, heterogéneo y complicado, porque no haya suma, ni resta, ni división, ha de haber multiplicación. Además, sería necesario demostrar por qué no puede haber suma, por qué no puede haber resta y por qué no puede haber división.
Después habría que demostrar por qué no puede haber dos o tres funciones simultáneas. No basta decirlo.
—Pero eso lo da el razonamiento.
—No, no; perdone usted —replicó el estudiante—. Por ejemplo, entre esa mujer y yo puede haber varias funciones matemáticas: suma, si hacemos los dos una misma cosa ayudándonos; resta, si ella quiere una cosa y yo la contraria y vence uno de los dos contra el otro; multiplicación, si tenemos un hijo, y división si yo la corto en pedazos a ella o ella a mí.
—Eso es una broma —dijo Andrés.
—Claro que es una broma —replicó el estudiante—, una broma por el estilo de las de su profesor; pero que tiende a una verdad, y es que entre la fuerza de la vida y el cosmos hay un infinito de funciones distintas: sumas, restas, multiplicaciones, de todo, y que además es muy posible que existan otras funciones que no tengan expresión matemática.
LETAMENDI
Andrés Hurtado, que había ido al café creyendo que sus preposiciones convencerían a los alumnos de ingenieros, se quedó un poco perplejo y cariacontecido al comprobar su derrota.
Leyó de nuevo el libro de Letamendi, siguió oyendo sus explicaciones y se convenció de que todo aquello de la fórmula de la vida y sus corolarios, que al principio le pareció serio y profundo, no eran más que juegos de prestidigitación, unas veces ingeniosos, otras veces vulgares, pero siempre sin realidad alguna, ni metafísica, ni empírica.
Todas estas fórmulas matemáticas y su desarrollo no eran más que vulgaridades disfrazadas con un aparato científico, adornadas por conceptos retóricos que la papanatería de profesores y alumnos tomaba como visiones de profeta.
Por dentro, aquel buen señor de las melenas, con su mirada de águila y su diletantismo artístico, científico y literario; pintor en sus ratos de ocio, violinista y compositor y genio por los cuatro costados, era un mixtificador audaz con ese fondo aparatoso y botarate de los mediterráneos. Su único mérito real era tener condiciones de literato, de hombre de talento verbal.
LETAMENDI
EL ÁRBOL DE LA CIENCIA
Narra la formación de Andrés Hurtado; un estudiante de medicina madrileño, triste y solitario que busca respuestas a sus inquietudes. Empieza estudiando Medicina en la Universidad de Madrid, donde conoce a otros dos jóvenes (Julio Aracil y Montaner), con los que entablará amistad. Según avanza la obra, comienza a perder el interés por la vida diaria, a lo que se suman sus decepciones académicas y políticas.
Acabada su carrera de medicina, Hurtado va en busca de trabajo a un pueblo situado entre Castilla y Andalucía, (Alcolea del Campo) Allí ejerce el oficio de médico. Hasta que le llega la noticia de que Luisito había muerto. Lo que le hace volver.
El ambiente familiar, áspero y hostil, contribuye negativamente en su busca del lado positivo de las cosas. La muerte de Luisito, el fracaso como médico rural, la vuelta a Madrid,.... El conjunto de esas circunstancias le llevan a caer en una depresión y en un mar de dudas.
La novela termina con la muerte de su hijo y su esposa (Lulú). Esta fue la última vez que la vida le decepcionó. Poco después de oír un comentario por parte de Iturrioz (su tío); de que su esposa podría haberse salvado. Decide quitarse la vida; se sentía sin fuerzas: quería demasiado a su mujer.
1-http://es.wikipedia.org/wiki/El_%C3%A1rbol_de_la_ciencia EL ÁRBOL DE LA CIENCIA DE PIO BAROJA . 1911
2-http://www.gabitogrupos.com/EL_UNIVERSO_DE_LA_HISTORIA/template.php?nm=1350582299JOSÉ LETAMENDI . UN ÍDOLO CAIDO
3-http://www.manueltalens.com/articulos/elpais/etapa95/7donpio.htm Don Pío no quiso bailar -MANUEL TALENS