1) El bufón Don Sebastián de Morra, de Diego de Velázquez
Prototipo de la enfermedad denominada acondroplasia. Este retrato es un libro abierto de síntomas: la frente ancha, la nariz ensillada, discreta hipoplasia lateral facial y, evidentemente, extremidades cortas. Hábilmente, Velázquez no le pinta las manos para ocultar la mano en tridente que va asociada a esta patología. Eso denota un gran respeto hacia el retratado, algo que además refleja el hecho de haberlo sentado para evitar plasmar las piernas cortas y arqueadas. Cuando se pintó, la acondroplasia era poco más que una curiosidad. Ahora se sabe que es hereditaria y que está causada por la alteración del cromosoma 4. ¿Cómo iba a imaginar Velázquez que siglos después se iba a conocer la mutación de un gen que provocaba la alteración de los cartílagos de los huesos largos, que se osifican, y por ello impide el crecimiento normal? Otro síntoma que refleja muy bien el cuadro, y que hay que tener en cuenta en el análisis, es que en estos casos no se da alteración intelectual. Esto queda claro gracias al perfecto reflejo que el artista hace de la mirada de Don Sebastián de Morra: agresiva, insolente, inteligente y realmente dura.
2) La mujer barbuda, de José de Ribera
El Virrey de Nápoles encargó pintar a Magdalena Ventura cuando sufrió una masculinización a los 34 años, y después de haber tenido tres hijos, para dejar constancia de lo que se concibió como un «milagro de la naturaleza». Pero esta mujer sufría una tumoración. A pesar de la barba abundante y la calvicie, tuvo una hija, a la que da de mamar en el retrato. Esta transformación puede producirse por un tumor de ovario o ubicado en las glándulas suprarrenales. De ovario no parece tratarse porque este último provoca esterilidad además de hirsutismo, y el cuadro refleja que tuvo un cuarto hijo ya transformada en casi un hombre. En definitiva, se trata de un síndrome adrenogenital que ha dado lugar a una excesiva producción de esteroides sexuales andrógenos (es un hiperandrogenismo). Si se tratara del citado síndrome adrenogenital congénito, que existe, no hubiese aparecido a los 37 años, como en el caso de esta mujer, sino en la pubertad. Estos casos sí se ven en la consulta actualmente, pero solo en niños y niñas. Esta mujer hubiese recuperado los rasgos de su feminidad con la extirpación del tumor.
3) La monstrua, de Juan Carreño de Miranda
Esta niña, con 5 años y 57 kilos, fue llevada a la corte de Carlos II para ser exhibida. Hoy sería tratada como una enferma. Lo que sufre es un Síndrome de Cushing, enmarcado en las conocidas como patologías minoritarias. Los síntomas son claros: cara de luna llena, rubeosis (mejillas sonrosadas) provocadas por el exceso de corticoesteroides y, sobre todo, la prominencia del vientre. Además, tiene las manos afiladas y los pies finos. En un diagnóstico más completo, se aprecia un leve estrabismo. Sufre obesidad mórbida a todas luces, pero es fruto de una hiperfunción de las glándulas suprarrenales. Esto último podría estar provocado por un carcinoma (tumor maligno) o una hiperplasia (aumento de tamaño glandular) o adenoma (tumor benigno) ubicado en estas glándulas. Lo primero se descarta porque murió a los 24 años. En la actualidad no se llega a este extremo porque se detectar a tiempo y se trata. Gregorio Marañón fue el primero en sostener en el año 45 que este retrato era un claro síndrome de Cushing.
4) Milagros de los santos médicos Cosme y Damián, de Fernando del Rincón
Los dos santos que retrata este cuadro del siglo XV eran hermanos gemelos y médicos. En él se ve el cadáver de un hombre negro al que le ha sido cortado una pierna que está siendo cosida a otro hombre. Probablemente esta es la primera obra pictórica que alude a un trasplante de órganos de la Historia, en este caso de piernas. Hace 1.700 años ya se concibió que se podía hacer lo que en la actualidad el doctor Pedro Cavadas ha hecho realidad. Casi todo el mundo coincide en señalar que se trata de una amputación por gangrena porque se aprecia el pie azulado. Pero la causa de esta es discutida. Hay quien piensa que es el fruto de una arteroesclerosis o una vasculitis. Sin embargo, se ven heridas en la pierna, por lo que la causa sería un traumatismo en la pierna con heridas infectadas. Gangrena isquémica por traumatismo con heridas sería el diagnóstico. Otra curiosidad del cuadro es la rama que sostiene el enfermo. Debe ser un opiáceo, una planta adormidera, que sirve en este caso como sedante. Así quiso decir el pintor que el gesto durmiente del trasplantado es fruto de una anestesia. La leyenda cuenta que el trasplante fue un éxito.
5) Autorretrato de Goya asistido por el doctor Arrieta
Aquí se ve a un Goya enfermo en 1819, con 73 años, en brazos de su médico. Lo pintó en agradecimiento a él por salvarle la vida. La actitud del galeno es muy ética, de generosidad, y sostiene en sus brazos al paciente. Un contacto físico que tiende a desaparecer en la actualidad. Goya se encuentra en una situación de sufrimiento y angustia, pero a la vez de confianza en su médico. Sobre el diagnóstico, la palidez, la mirada perdida, la boca entreabierta y, sobre todo, las manos que agarran los pliegues de la sábana indican que le falta el aire, que sufre una disnea de reposo u ortopnea. Esto es a consecuencia de un edema agudo de pulmón con insuficiencia cardiaca izquierda (en las cavidades izquierdas del corazón). Goya tenía historia de hipertensión arterial y eso es lo que nos hace relacionar los síntomas. En cuanto al tratamiento, es difícil saberlo, pero la digoxina existía en la fecha en la que se pintó el cuadro y se suministraba en polvos diluidos en agua. De ahí el vaso que sostiene el doctor Arrieta. Es probable que le diese este fármaco contra el edema. Y tuvo que funcionar porque Goya vivió ocho años más.