VISTA DE VÉLEZ RUBIO - LUÍS CRISOL
Vélez-Rubio se vislumbra
entre pinares y almendros,
bancales de rica huerta
y cantos de río seco.
Olivos de gruesa estampa
tildan de sombra el terreno.
Un ramito de
cortijos,
tan blancos como el lucero,
se dispersa por la tela
de tan apreciado lienzo.
Mahimón vigila el dibujo
como un mecenas atento.
Y seguimos adelante
y vemos el cementerio,
con su tapia enjalbegada
y sus
cipreses enhiestos,
como cuadrados civiles
acompañando el cortejo.
Una mirada se escapa,
un
suspiro, un lamento,
y quedamos atrapados
en las garras del recuerdo.
El alma se nos encoge
y
nos pellizca por dentro.
Y seguimos adelante,
y subimos el repecho:
Iglesia de esbeltas damas,
con
tejas de firmamento,
mantilla de oronda cúpula
y vestido de crucero.
Su escudo de nobleza
en su
rostro tan sereno,
de mirada cristalina
y semblante de misterio,
parece cristiana vieja
entre
susurros de rezos.
Clavel de blanco uniforme
y de caminos estrechos,
empinados como el niño
que quiere poner un beso
en la cara de su madre,
que lo levanta con celo.
Rosal con flores de
aurora,
ornado de monumentos:
La mansión de catequistas,
el restaurado Convento,
el Museo comarcal
con
sus valiosos objetos.
Nuestra Señora del Carmen
con su mirar marinero…
Vélez-Rubio es la
belleza,
es el arte, el sentimiento.
Es el latir de sus calles
con sus sortijas de hierro.
Es la raíz de mi
vida.
Es… mi recuerdo más bello.
LUCÍA ABADÍA GIMÉNEZ (19/08/2014)