



El primer paso para decidir se llama DISCERNIMIENTO
y es el momento donde llevamos en cuenta
lo que está sucediendo o sucedió,
y sus consecuencias inmediatas.
Junto con ello, también influyen el entorno, cultura, etc.
Con la práctica de meditación, se puede sin embargo
ir más allá, pues el mayor riesgo del discernimiento
es que genere arrepentimiento en el futuro.
Cuando medito, me desprendo de lo que pasa alrededor,
siendo capaz de percibir el rumbo de las situaciones
y discernir por la mejor opción no solo ahora,
sino para el futuro.
El segundo paso es la decisión en sí
y es como ser un juez y dar un veredicto
– ya no hay vuelta atrás después de tomar una decisión.
Aunque sí vuelves atrás, lo que pasa muy a menudo,
ya has caminado algo y el que vuelve atrás no es el mismo,
algo ya cambió. Cuando medito,
siento que es el poder de Dios lo que torna la decisión en algo sagrado.
Lo que sí hay que hacer es meditar
y a través del poder que se genera de ahí,
tomar una nueva decisión que sea complementaria a lo que ya se vivió.
Por último, hay que asumir la decisión
con todas sus consecuencias.
Por eso es fácil tomar decisiones para otros,
algo que los padres y otros hacen con cierta frecuencia porque,
al final, no tendrán que vivirlas.
La meditación ayuda a dar poder a la decisión a todo momento.
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