Los habitantes del bosque quisieron un día designar una reina o un rey de belleza. Junto a la gracia aérea del colibrí , a la elegancia de la garza, a la hermosura del siete colores, al deslumbrante traje del churrinche, o a la fina silueta del terutero, avanzaron las pretensiones del Juangrande, el mampelao , el cerdo silvestre, la tortuga, la lechuza y algunos señores tan intensamente perfumados como el zorro, el carpincho y el zorrino.
Desde el río clamaban por su éxito el lobo, el bagre y el marguyón; desde su arena cálida el yacaré; desde el pantano la sanguijuela y, lo codiciaban también el pato plácido, la gallineta lígera y el sapo flautista. Delegaciones de pájaros conversadores intentaron convencer a los otros bichos para que apoyaran a ciertos candidatos.
-El poder de mi canto llama la lluvia o hace aparecer a la Luna -decía el sapo - Yo tengo un hermoso pelambre - decía el carpincho. - Y yo una espléndida dentadura -argumentaba el cerdo. - Yo camino con lentitud para que puedan admirar la gracia con que está decorada mi caparazón - decía la tortuga. |
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La cotorra tomaba la palabra y hacía enmudecer todo el bosque y la rana, croaba, vanidosa. - ¡Yo!, ¡Yo!, ¡Yo! La primera asamblea fue un chillar, gruñir, berrear, piar caótico, donde nadie se entendía. El avestruz que, por vagar por las praderas, no sabía de lo que se trataba, aventuró:
-¿ Están construyendo una nueva torre de Babel ? Una cachirla lo informó: - No, señor de las botas de siete leguas, los habitantes de la selva realizan elecciones. - ¡ Igual a los hombres! - silbó un águila individualista. Tan grande fue la confusión de la segunda reunión que tampoco se entendieron . -¡Animales!, que cada uno muestre sus habilidades -dijo el zorro.
Entonces el Benteveo, que no se consideraba con más virtudes que una voz fuerte y audaz reflexionó:
-¡Criticaré! Descubriré en todos algún defecto. Si no conquisto el triunfo, por lo menos conseguiré poner una piedra en el camino de los demás. Cuando el carpincho se adelantó - con su cabezota chata, sus ojillos diminutos y su pelaje hirsuto- el Benteveo le gritó: ¡Bicho feo! ¡Bicho feo! Muero de horror cuando te veo, ¡Bicho feo!, ¡Bicho feo!
El tímido roedor, desesperado, se tiró de cabeza al arroyo. Lo mismo le sucedió al sapo, al mampelao, a la lechuza, a la tortuga y siguió con la misma táctica, y no se pudo realizar la elección.
El Benteveo, envanecido de la eficacia de su acción o quizás defendiéndose de que alguien pudiera quitarle el puesto que ambicionaba, continúa desgañitándose en todo momento, gritando hasta cuando ve su propia sombra:- ¡Bicho feo!, ¡Bicho feo!
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