¿Cuál es realmente el sistema de relaciones sobre el que se afirmó el campo bonaerense? ¿Qué fue pasando entre ese espacio y los hombres que a través del trabajo dejaron un patrimonio? Son preguntas que junto a sus respuestas ordenó Carlos Moreno en Cosas del campo bonaerense.
El sistema del cual habla Moreno se dio en el tiempo; el mismo que vio pasar cambios tales como de la pulpería al almacén de ramos generales, del caserío a los pueblos, de las huellas a los caminos, de las vaquerías a las estancias. Es un tiempo que el autor dividió en tres; así sus tres tomos. En los tiempos antiguos se ocupa del período que comenzó en 1536 y terminó en mayo de 1810 (como ejemplo muestra la chacra de Santa Coloma de 1805, en Quilmes; con patios interiores, galería orientada al río, oratorio, azoteas, pisos de ladrillo asentados en barro, revoque con mezcla de tierra, huerta y enorme palomar).
El de la expansión productiva (1810-1871) es el tomo En los tiempos del cambio. El tercer momento, En los tiempos modernos, se caracteriza por los nuevos productos y los nuevos hacedores llegados con la migración; y aquí el despliegue de palacios rurales. Con todo, por lujosas que fueron algunas construcciones, Moreno señala que siempre se invirtió muchísimo más en la producción (corrales, alambrados, galpones, trojes, semillas, mangas, molinos y todo tipo de aguadas).
¿Qué dejaron los agricultores y qué los ganaderos? Precisamente, estamos en lo que caracteriza el trabajo del arquitecto Moreno: el testimonio tangible del trabajo. Sin que olvide lo no tangible, ya que parte importantísima de la obra está dedicada a los frecuentemente olvidados, hacedores fundamentales del campo y del trabajo, como el hombre de a pie, como la mujer (es interesante la comparación que hace de la situación entre las mujeres de la migración irlandesa, la escocesa y otras que se habían aquerenciado tiempo ha). Moreno recuerda que si bien quedan algunas mansiones rurales, no están los millares de ranchos que le dieron sustento.
El libro muestra evoluciones jamás pensadas, como la del caballo, que de la media docena que fue olvidada cuando el abandono del Real (1536) llegó a reproducirse francamente y a ser parte fundamental del trabajo, de la socialización, de la diversión y del estatus. Y si de diversión hablamos, también Moreno testimonia sobre carreras cuadreras, de sortija, cinchadas, taba, bochas, doma, pialado, sortija y pato. Los dibujos que esta obra presenta dan colorida vida al texto, son muy explicativos y configuran un aporte estético de enorme calidad.
En fin, es un libro de tanta riqueza y tanta belleza que me resulta imposible reseñar. Al leerlo recordé aquello del Tesoro de la lengua, de Covarrubias, y algunos otros tesauros de siglos pasados que eran imprescindibles al momento de comprender el cómo y el por qué, además de anoticiarse sobre el cuándo y el quién.
Por Carmen Verlichak
Para LA NACION