Por caminos polvorientos, azotados por las inclemencias de la estación del año en que se movilizaran y expuestos a la generosidad o a la hostilidad de los pobladores donde les tocara recalar, los crotos fueron parte de un paisaje y productos de un tiempo en el que su existencia tuvo un fin fundamental: la migración hacia el trabajo.
Fue de linyera como tantos pobladores de las zonas más empobrecidas del país recorrían, llevando un equipaje elemental que envolvían en su inseparable "mono o perico", las diversas distancias que los separaban de aquellos lugares donde hubiera algún trabajo temporario que les permitiera, a fuerza de trabajar duro durante algunos meses, conseguir el sustento para otros cuantos en su lugar de origen o bien seguir vagando por vías o caminos de las zonas mas fértiles del país, donde hubiera cosechas.
Linyera era el nombre original que en la Argentina mutó a croto, producto de un decreto que tenía la finalidad de facilitar la llegada de estos peones golondrinas a las zonas de zafra, emitido por Camilo José Crotto, que fue gobernador de Buenos Aires. Esa norma los habilitaba a viajar gratis en los trenes.
Y así como cambió su nombre también lo hizo la idiosincrasia de los linyeras, ya que una colorida legión se integró a esa forma libertaria y romántica de viajar -barata, por cierto- que para muchos se convirtió también en una manera de vivir en esta tierra que en la mayoría de las estancias les tenía reservado un lugar en las materas, junto a algún alimento que era común obsequiarles a los circunstanciales viajeros. De lo contrario se arreglaban con lo que hubiera y cualquier bicho silvestre como nutrias, vizcacha y hasta liebre era alimento, aunque en muchas oportunidades debían soportar alguna jornada de ayuno forzado.
Las croteras de las estancias fueron durante años punto de reunión de sujetos de las más variadas vertientes sociales devenidos en crotos, entre los que no faltaban anarquistas inmigrantes y autóctonos y que, en el fragor de esas interesantes charlas podían debatir sobre reivindicaciones sociales, movimientos proletarios y hasta filosofía, aunque no se abstraían de los problemas del camino, de la solidaridad de la gente y de los lugares donde podían encontrar refugio para pasar la noche mientras emprendían una marcha que, en algunos casos, les llevó gran parte de su vida.
También hubo analfabetos y vagabundos crónicos entre ellos, algunos "pasados de mono" (vocablo con el que identificaban a los que no supieron retirarse a tiempo y les ganaba la demencia senil) y hasta escapados de manicomios que se mezclaron entre los verdaderos linyeras pero sin los códigos de ellos.
Por Horacio Ortiz
Para LA NACION