Le gustan los números redondos, los festejos, los cumpleaños. Cumplió 70 en octubre pasado y celebró como a él le gusta: fiestón. La chocotorta era gigantesca y sobre ella flameaban las llamas de 70 velitas. Enrique Pinti cerró los ojos y pidió un deseo. En esos días intensos de cambio de década -encuentros, brindis, balances- los cabos se ataron. El nudo que enlaza sus espectáculos a los avatares de la patria, próxima cumpleañera, se cruzó una vez más. Ahí estaba él, un señor actor, humorista, dramaturgo, preguntándose en qué momento los bordes de eso que parece tan real empiezan a esfumarse de la memoria. Ahí estaba él, pensándose: "¿Entré en el tiempo de descuento? ¿Y si me viene un Alzheimer y me olvido de todo?" "Tengo pila para 20 años más, pienso vivir hasta los 90. ¿Cómo? No sé. Por ahí más adelante no tendré el vigor, la memoria, las ganas. Antes de que me olvide, podría hacer un espectáculo y volver a contar las historias de la Argentina que me impactaron. Como si estuviera diciendo a alguien: te-lo-digo-por-úl-ti-ma-vez. Eso es lo que a mí me disparó esto", cuenta Enrique Pinti esta tarde, en un sofá del sencillo camarín que ocupa en el Teatro Maipo. En un rato estará sobre el escenario haciendo "esto", que finalmente se llamó -se llama- Antes de que me olvide . Una historia de la Argentina en versión pintiana, su homenaje en las vísperas del cumpleaños patrio número 200. Si el día de su aniversario el humorista pidió un deseo que tuviera que ver con esa obra que pergeñaba y escribió en una semana, se ha cumplido con creces. Más de 50.000 personas la vieron y la aplauden de pie al finalizar.
Esta versión de la historia argentina sobre tablas se construye como esos videos que pasan en cumpleaños o casamientos, y relatan distintos momentos de la vida del agasajado. En este caso, con ironía, lentejuelas, baile y sendos monólogos políticos como marcas de fábrica. Se sabe: el hombre gusta tanto de la conversación -¡habla tan rápido!- que centramos la charla en el Bicentenario. Justamente, su obra arranca en los orígenes de la patria, culmina en nuestros días y dispara directo sobre varios de los temas que atravesaron los doscientos años de vida del país.
-¿Cuánto le importa a la gente común el Bicentenario?
-El Bicentenario importa tanto como puede importar algo decorativo, sin su verdadero significado. Importa que va a haber festejos, fuegos artificiales, carrozas. La gente lo ve como un carnaval, con bastante menor entusiasmo. Está más enchufada con el Mundial de fútbol que con el Bicentenario. Los que están a favor del Gobierno quieren creer que el Bicentenario es importante: "Festejemos que tenemos un gobierno maravilloso". Para los que están en contra de cualquier cosa que hace el Gobierno, está mal: "El canal estatal que pagamos todos se la pasa con esa escarapela de mierda, que me tiene harto". Pero el solo pensar que el Gobierno significa eso, ya es señal de que el Bicentenario no interesa. Entonces, depende del color del cristal con que se mira. La ciudanía en general, más allá de sus ideologías políticas, no le da mucha bola.
-¿Qué significa para usted el Bicentenario?
-El verdadero significado es el que tiene el cumpleaños de cualquiera. Al cumplir 70, hice una fiesta a todo vapor. Llegué a 70, ¡caramba! En un estado normal, digamos, estoy acá. Este es el significado real. Cumplir 200 años como país es importantísimo. A pesar de nuestros graves errores, no tuvimos el destino de otros países de 600 años que después de guerras y guerras se disolvieron, se fundieron con otros, no existen más. Yo festejo que en 200 años nos seguimos llamando República Argentina, con lo malo y lo bueno. El sentido es haber estado y estar en el mapa mundial, a pesar de ciertas cosas que no sé si fueron obra de Dios, Alá o el Diablo. Tuvimos dos guerras, como la de Malvinas y la del Paraguay; el proceso militar, que fue un horror, y todas las concepciones políticas, con torturas incluidas, de todas las épocas, guerras intestinas... Pero nunca tomaron la dimensión de un conflicto bélico infernal, con ejércitos de afuera. El promedio no es tan malo si miramos a Europa y Estados Unidos, que se han metido en todas y de todas salieron maltrechos.
-Hablemos de lo mejor de esta criatura de doscientos años.
-La Argentina fue un país de acogida, donde las razas se mezclaron sin conflictos gravísimos. Hubo una fundición de razas que usualmente, y desde hace siglos, se agarran a golpes. Acá los judíos y los árabes vivieron por años en armonía. Cuando, en los sesenta, se puso muy violento el asunto entre Israel y Palestina, acá parecía que eso no ocurría. Hay una película de Adam Sandler, Zohan, que con muy buen criterio cuenta la historia de un agente secreto del Mossad y otro agente del islam. En la guerra son enemigos irreconciliables, pero llegan a Estados Unidos como dos inmigrantes. Cuando van a sus colectividades se dan cuenta de que tienen muchos puntos en común, no se agreden y de lo único que hablan es de con quién se acuesta la mujer de Bush.
-Lamentablemente, la Argentina también cobijó a los nazis.
-Fue un refugio de nazis... Tremendo... Pero también refugió a la gente que huía de la persecución nazi. Si bien ellos fueron amparados por los gobiernos de turno, no fue un lugar donde los judíos no pudieran estar por miedo a que los mataran a la vuelta de la esquina. En plena guerra y con los nazis entrando, acá no pasaron ese tipo de cosas. Sí hubo agrupaciones neonazis que pusieron bombas en sinagogas y todo lo demás hasta llegar a los horrorosos atentados a la embajada de Israel y a la AMIA. Pero la Argentina fue un país amplio, generoso y se nutrió de los inmigrantes que ayudaron. Nos ayudamos los unos a los otros. Digo "nos" por mis genes italianos. Soy nieto de italianos por parte de madre y bisnieto por parte de mi padre. Tengo bastante de argentino: tres generaciones. Pero no me puedo poner como representante de la clase indígena exterminada, de la clase autóctona.
-El exterminio indígena es otro tema que en sus monólogos señala como deuda pendiente.
-El exterminio es una cuenta pendiente, pero que no se va a poder pagar. Los mataron y también mataron esa raíz cultural que debería estar incorporada. ¡Incorporamos tantas culturas! Tenemos mezquitas, sinagogas, iglesias ortodoxas, católicas estatales. Deberíamos tener también la parte de la cultura indígena, no como un aspecto turístico solamente. Pero acá ni siquiera eso; hay muy poco de los pueblos originarios. Y son el elemento natural que nos compone. ¿Qué pasó? Hubo una filosofía racista de la clase dirigente. Por eso digo: hubo muchas virtudes y muchas barbaridades horrorosas.
-¿Algún otro motivo para brindar?
-Que en los últimos años hemos estado en la senda democrática, aun con sus problemas. En otro momento quizás una crisis como la del corralito hubiera derivado en un golpe. En los últimos años de democracia hemos tratado de que esto no ocurra. Eso es muy importante.
-De todos estos años de historia, ¿A quiénes rescata con mayor fervor en la clase dirigente?
-A Manuel Belgrano. A José de San Martín. A Sarmiento, con todos los bemoles que se le puedan encontrar, por la educación. Y a otros menos conocidos: a Juan José Castelli, un tipo muy importante en los primeros momentos de la historia de la patria. A Mariano Moreno. Más adelante, a Alfredo Palacios, a Juan B. Justo, a Alicia Moreau de Justo. A Yrigoyen, Alem, Lisandro de la Torre. Pero también nos deben enorgullecer nuestros escritores, poetas, actores, creativos, creadores. Toda esa gente es honra. No es que yo grite ¡vivan los artistas! por ser del sindicato. Creo que el aporte cultural de la República Argentina ha sido realmente importante. En todas las épocas, bajo todas las presiones, en dictadura, en democracia. Nuestra cultura siempre estuvo a la vanguardia de muchas otras. Situaciones como los exilios han llevado, por ejemplo, a que Cortázar sea un ícono de la cultura universal. No sé qué hubiera pasado si se quedaba acá; tal vez habría sido como Borges. Me sigue impresionando que tengamos una cultura importante, que a pesar de tantos retrocesos todavía sigan tan vivos el cine, el teatro.
-Parte de nuestra cultura, según parodia en su espectáculo, ¿Pasaría también por sentir vergüenza al cantar el Himno?
-Somos un pueblo vergonzoso para cantar, no mostramos mucho apego por los símbolos patrios. Quizás venga de que nos hemos desilusionado millones de veces. Entonces creemos que el patriotismo se demuestra de otra manera: no siendo corrupto, no votando mal, no matando gente, no prohibiendo. Los gobiernos han sido prepotentes, han prohibido; entonces, da la sensación de que esos símbolos patrios no representan lo que uno quisiera. Pero también somos muy contradictorios y tenemos una autocrítica feroz. Creemos que cualquier país es mejor que el nuestro, más desde el advenimiento de la democracia. Hay una especie de sobreestimación de lo que pasa afuera y desprecio por lo de adentro. Al mismo tiempo, si hablan mal de nuestro país saltamos como leche hervida y decimos "no, no, no". Tenemos una dualidad bastante esquizofrénica. En épocas de dictaduras la gente decía "es el mejor país, donde mejor se come, tiene las mejores minas", cualquier cosa decía la gente. Ahora, en cambio, son pocos los que enarbolan la banderita.
-Usted critica y se ríe de las banderas que cuelga la gente.
-¡Sí! ¡No lo entiendo! Durante una época no se ponían casi banderas. Mirtha Legrand fue de las que más lucharon diciendo "ay, pongan banderas". Y así como las compraron, las dejaron. De cada tres banderas colgadas hay dos tremendas, sucias, desteñidas. La gente dice "por la crisis". ¡Qué va a ser por la crisis! Si querés poner la bandera, ¡poné la bandera bien! En Estados Unidos ponen la bandera para cualquier cosa. Se basan en una especie de gran respeto por el pabellón, la respetan tanto que se la ponen en los calzoncillos. Acá sería una falta de respeto, no se la considera tan personal. De la misma manera, algunos norteamericanos, cuando se hartan, la queman, de a cien y de a mil. Viven la patria con otra intensidad.
-¿Qué es la patria?
-La patria es el lugar en el mundo que uno encuentra. El lugar donde uno nace o vive. Cada quien tiene su lugar de nacimiento, madre y padre. A lo largo de los años va adoptando nuevas madres, nuevos hermanos. Pero el padre es el padre y la madre es la madre. Y la patria es la madre, la que te parió, lo que sos. Para mí es importante esa noción de patria. No es perfecta. Como el padre o la madre, tiene muchos defectos. Pero a menos que sean asesinos, abusadores, siempre los vas a reconocer. Si estoy muy negativo y digo "pero así no se puede vivir", trato de pensar que algún granito de arena de la responsabilidad también tengo. A veces me pregunto qué me dio y qué no me dio.
-¿Y qué se responde?
-Sé de mucha gente fracasada, resentida, maltratada por la patria. A mí la patria me lo dio todo. Soy un privilegiado. El reconocimiento, el cariño..., todo eso me lo dio la gente de acá. Aunque yo critique los vicios argentinos y me sienta a veces víctima de esos vicios. La patria es el envoltorio, es donde uno está contenido de alguna manera. No obstante lo cual, si uno está incómodo, es lícito buscar otra alternativa, otra patria. Muchos lo tienen que hacer por la fuerza. Como los inmigrantes que llegaron acá y adoptaron esta patria, porque la de origen les había dado guerra, marginación y muerte. Vinieron y dijeron "es mi patria". No es sólo el lugar de nacimiento, sino el lugar que uno, de acuerdo a los acontecimientos de la vida, elige para vivir. Un lugar en el mundo.
-En una entrevista dijo que uno queda instalado en la época en que se sintió mejor. ¿En qué época de la Argentina le gustaría instalarse?
-Me quedaría en la época actual, siempre. Porque está abierta; lo otro ya fue. Si pudiera volver atrás sin saber lo que va a pasar después, me gustaría volver a finales de los años cincuenta, principios de los sesenta. No solamente porque tenía 20 años, sino porque entonces pensé que la patria se podía arreglar realmente, con gobiernos como el de Illia. Pensé que Illia sería el puente para que entre el peronismo y el radicalismo se creara una unión dentro de las diferencias. Diría que de 1959 a 1964 pensé que el país iba a cambiar. Pero lo mataron en 1966.
-De las épocas que no vivió, ¿Algún suceso histórico en que le hubiera gustado o no estar?
-No me hubiera gustado estar en el Centenario, porque era un país con dos caras, como hoy, pero mucho peor. Había un país rico y un pueblo pobre. Sí me hubiera encantado estar en la Asamblea de 1813. Después hay un hecho que me conmueve muchísimo: la proclamación de la Constitución Argentina. La veo tan progresista, tan abierta, considerando que era 1853.
-En Antes de que me olvide usted subraya los antecedentes de la pobreza y la falta de equidad en la distribución de los recursos de la Nación.
-No sé si existen pobres desde hace doscientos años, vaya a saber qué categorías existen para juzgarlo desde el presente. Pero está claro que desde el siglo XX se ve una desigualdad social impresionante. Y que la pobreza se ocultó siempre como la basura, debajo de la alfombra. Por supuesto que éramos un país mayoritariamente rico, mayoritariamente acogedor. "¡Hombre, acá coméis! ¡Con lo que tiráis a la basura hacemos un menú de cinco días!", decían los europeos. Venían de la pobreza de la guerra y nosotros estábamos en cierta abundancia. No excluía que varios sectores de la República Argentina vivieran una desigualdad terrible. No hay un solo gobierno que diga: "Me importa un culo la pobreza". Casi todos dicen que la tienen que erradicar, pero no la erradican nunca.
-En su obra se lo ve desencantado de las clases dirigentes. ¿Cree que todo es estiércol en política, como dice uno de los personajes?
-No, para nada. Pero la tendencia es que la corrupción está siempre a dos pasos. Con poder la gente cambia. No es todo estiércol, pero el estiércol está ahí nomás: hay que ver si uno mete la pata o no. Es fácil criticar sin tener poder, pero hay que ver qué haría cada uno con poder. Por otro lado, el poder funciona como el ácido lisérgico: da una visión del país que no es real.
-¿Es verdad que ve el futuro de la Argentina tan oscuro como los genitales de Obama?
-¡No! Lo puse en boca de una vieja cartonera que en la obra habla del futuro del país, pero como recurso nomás. Yo no lo veo así: lo veo como el futuro de todo el mundo. Y el mundo hoy aparentemente no tiene lógica. Se siguen peleando, matando, amenazando. No creo que el futuro del universo en general sea tan brillante. La Argentina es un país potencialmente fantástico. Pero hay que tomar nota de qué hemos hecho mal. Tener memoria. No olvidar. A los políticos y dirigentes que nos defraudaron tenemos que matarlos con la indiferencia. Decirles "no existís". Y empezar a votar a la gente que nunca votamos, según el gusto de cada uno: más a la izquierda, más a la derecha, más al centro. Creo que es hora de darles la oportunidad a esos que nunca llegaron al poder.
-¿Cómo le gustaría festejar el Bicentenario?
-Las empanadas, los pastelitos y la negrita no me interesan. Quiero festejarlo trabajando y, casualmente, haciendo un espectáculo que habla de eso.
-¿Qué deseos pediría antes de soplar las velas del cumpleaños patrio?
-Lo que pido al final de cada función: paz, trabajo y libertad. Y que a nadie le falta nada.
Por María Eugenia Ludueña