Jesús Cornejo
De la corresponsalía de La Plata
LA PLATA.- Falleció ayer, a los 76 años, el reconocido poeta Horacio Castillo. Escritor, crítico, ensayista, traductor, abogado y miembro de número de la Academia Argentina de Letras y correspondiente de la Real Academia Española, estuvo marcado por el mundo y las letras griegas.
Opinaba que los occidentales han buscado el misterio en la oscuridad, mientras que los griegos lo han buscado en la luz: "Pertenezco, culturalmente, al mundo occidental de lo oscuro, y la frecuentación del mundo griego, empezando por su luminosa lengua, me ha permitido abrir una brecha y experimentar la transparencia, que hace visible lo esencial".
Comenzó a publicar sus poemas a principio de los 70. Su primer libro fue Descripción (1971), lo siguieron: Materia acre (1974), Tuerto rey (1982), Alaska (1993), Los gatos de la Acrópolis (1998), Cendra (2000), Música de la víctima y otros poemas (2003) y Mandala (2005). Este última cierra su período lírico, que fue reunido en varios volúmenes, entre ellos: La casa del ahorcado (1974-1999) y Por un poco más de luz (1974-2005).
Sus obras fueron traducidas al francés, inglés, portugués e italiano. Nacido en Ensenada, recordado por su serenidad, de rasgos marcados y palabra clara, aseguraba que la poesía es el instrumento de lo que nos excede. "La poesía es una forma de percepción de lo indecible, del misterio de la vida o, si no resulta demasiado pretencioso, de lo que se llama filosóficamente el ser".
Conoció a temprana edad a Ricardo Rojas y en Chile, a Pablo Neruda. En España se relacionó con Vicente Aleixandre. Y mantuvo correspondencia con el poeta griego y premio Nobel de Literatura (1979) Odysseas Elytis, de quien tradujo varios libros al castellano.
Entre sus traducciones de poesía griega figuran Epigramas de Calímaco (1979); Poemas de Odysseas Elytis (1982); María la Nube de Odysseas Elytis , en colaboración con Nina Alghelidis (1986); Romiosini y otros poemas , de Yannis Ritsos (1988), y Poesía griega moderna (1997).
En 2001 fue declarado ciudadano ilustre de La Plata y su obra obtuvo diversos reconocimientos, entre ellos el Premio Konex-Diploma al Mérito (1993) y el Primer Premio Fondo Nacional de las Artes por traducción literaria (1988).
Su obra marcó a escritores argentinos y españoles, que en las redes sociales lo recordaron: "¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos? Bebíamos al atardecer el vino de los ciegos, soñábamos todavía con un bosque de orquídeas. ¿Qué es aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla" (fragmento: Tren de Ganado ).
Tren de ganado
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Asomados por el tragaluz mirábamos la inmensa llanura.
De pronto un mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia
y volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho.
¿Qué es aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube.
Habíamos olvidado el color del mar, el olor de la lluvia.
Los que sabían de estrellas habían olvidado sus nombres
y les dábamos los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso.
¿Qué es aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río.
Y un canto gregoriano se elevaba a nuestro alrededor,
hablaba por todos los destinados al sacrificio.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
La leche se había agriado en los pechos de las madres,
peinábamos nuestro cabello y se convertía en ceniza.
¿Qué es aquello? Un pájaro. ¿Qué es aquello? Una piedra.
Y bajando la cabeza ocultábamos nuestro rubor,
cortábamos en silencio las uñas de los muertos.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Bebíamos al atardecer el vino de los ciegos,
soñábamos todavía con un bosque de orquídeas.
¿Qué es aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla.
Y la vida escapaba como un murciélago entre las sombras
y nos dormíamos con una inusitada mansedumbre en la mirada.
Después nuestros ojos se volvieron como los ojos de las estatuas,
miramos nuestras manos y había desaparecido la línea de la vida,
y desde la estiba se elevó el ronco yambo
gimiendo por ti, por mí, por todos nuestros compañeros.
Sólo quedaron detrás nuestro líneas etruscas,
cantos de cera navegando hacia el sol,
y a nuestro lado siempre tú, piadoso coro,
tú, alma mía, vaca coronada de nardos y violetas.