Un día el señor Verdad partió hacia la ciudad para buscar trabajo. En el camino se encontró con el señor Falsedad, que también iba a la ciudad con el mismo propósito. Falsedad le pidió permiso a Verdad para montar a caballo con él, y Verdad accedió de muy buen gusto.
Mientras cabalgaban, conversaron animadamente sobre el tipo de trabajo que cada uno buscaba. Verdad dijo que quería ser secretario, así podía estar siempre radiante y limpio. Falsedad, por otra parte, quería ser cocinero, porque de esa forma siempre tendría montones de manjares para comer.
Habían pasado ya un par de horas de viaje, cuando se encontraron con un hombre que llevaba un cadáver al cementerio. El pobre hombre no tenía nadie que lo ayudara, así que Verdad, en un gesto de gran compasión, saltó del caballo y lo ayudó. Después de que el cadáver fue enterrado, Verdad preguntó: “¿Has rezado ya por el reposo del alma del muerto?” “No”, fue la respuesta del hombre, “yo no sé rezar, y no tengo dinero para pagarle las velas a un sacerdote”. Así que Verdad le dio al hombre todo el dinero que tenía para que hiciera rezar plegarias por el muerto, y regresó con Falsedad.
Cuando llegó la hora de la cena, Falsedad, por demás hambriento, se puso furioso al enterarse que Verdad había regalado todo su dinero, pero finalmente propuso que debían ir al río a intentar pescar la cena. Cuando llegaron al río, se encontraron con unos peces que habían quedado atrapados en un charco cuando bajó la corriente, y pescaron tantos como quisieron. Pero Verdad estaba muy apenado por los pescaditos, por lo que devolvió la mitad de los que él había atrapado al agua. Falsedad, ofuscado, murmuró: “hubiera sido mejor que me los dieras a mí. Si hubiera sabido que arrojarías la mitad de ellos al río de nuevo, no te hubiera dejado atrapar ninguno”. Luego, siguieron cabalgando.
Cuando pasaron por un espeso bosque en el corazón de las montañas, escucharon un sonido terrible en las cercanías. Verdad se adelantó para ver qué sucedía, pero Falsedad, temblando de miedo, se quedó escondido detrás de su amigo. Al final vieron que se trataba de siete pequeñas águilas en un nido bien alto, en la copa de un árbol. Estaban llorando de hambre, y la madre no estaba por ningún lado. Verdad sentía mucha pena por ellas, así que mató a su caballo para darles algo de carne a las crías. El resto de la carne la esparció alrededor del árbol, para que la mamá águila pudiera encontrar el camino de regreso a casa.
Falsedad odió en ese momento a su compañero por haber matado el caballo, porque ahora estaban obligados a caminar. Bajaron de las montañas y entraron a la ciudad. Se presentaron frente al rey, deseando ser tomados en servicio, uno como secretario y el otro como cocinero. Y qué alegría sintieron cuando el rey concedió a ambos sus peticiones.
Pero cuando Falsedad vio que su compañero se sentaba a la mesa con el rey, y que siempre estaba radiante y muy bien vestido, mientras que él estaba siempre muy sucio y debía comer en la cocina, se puso furioso y decidió que debía hacer algo para arruinar a su amigo.
Un día el rey y la reina salieron a navegar por el mar. Cuando estaban muy lejos de tierra, la reina dejó caer accidentalmente su anillo por la borda. Cuando Falsedad se enteró del accidente, fue al rey y le dijo: “Mi Lord, un amigo, que casualmente es tu secretario, me ha dicho que tiene poderes mágicos y que es capaz de encontrar el anillo de la reina. Y dice que estaría dispuesto a hacer una apuesta contigo: que si no encuentra el anillo que lo mandes a colgar”.
El rey envió a llamar a Verdad de inmediato y le dijo: “Encuentra el anillo de la reina sin demoras, o haré que te cuelguen mañana cuando salga el sol”.
Verdad bajó hasta la costa, se sentó en la playa y observó el infinito océano por un buen rato. Pero viendo que era imposible recuperar el anillo, comenzó a llorar. Un pez se le acercó, y asomando la cabeza fuera del agua, le preguntó: “¿Por qué estás llorando?
“Lloro”, contestó Verdad, “porque el rey me va a colgar mañana a primera hora a menos que yo encuentre el anillo de la reina, que se cayó al océano.”
El pez no tardó en sumergirse y en nadar a toda velocidad mar adentro. A los pocos minutos volvió con el anillo en su boca y se lo dio a Verdad. Entonces le dijo: “Yo soy uno de los peces que encontraste varados en el charco junto al río y que devolviste al agua. Como tú me ayudaste cuando yo tuve problemas, estoy muy contento de haber podido ayudarte a ti ahora”.
Otro día Falsedad fue hasta el rey y le dijo: “Mi Señor, ¿Recuerdas lo que te dije el otro día?”
“Por supuesto”, respondió el rey, “y creo que me has dicho la verdad pues el anillo finalmente fue encontrado”.
“Bueno”, dijo Falsedad, “mi amigo me dijo anoche que él es un gran mago y que está dispuesto a que lo hagas colgar frente a todo el mundo, ya que no le duele”.
El rey mandó a llamar a Verdad y le dijo: “Sé lo que le has dicho a tu amigo el cocinero. Mañana te haré colgar frente a todo el mundo, y ahí veremos si eres el gran mago que dices ser”.
Esa noche Verdad no pudo dormir. Alrededor de la media noche, para su asombro, un espíritu se le apareció de repente y le preguntó cuál era la causa de su tristeza. Verdad le contó el problema y el espíritu le dijo: “No llores más. Mañana yo tomaré tu forma y me vestiré con tus ropas. Déjalos que me cuelguen”.
A la mañana siguiente, al amanecer, el espíritu se puso la ropa de Verdad y se dirigió a la horca para ser colgado. Mucha gente vino a ver el espectáculo, y cuando terminó, volvieron a sus hogares. Cuánta fue la sorpresa del rey y de la corte cuando volvieron al palacio y se encontraron a Verdad sentado a la mesa, vivito y coleando.
Esa noche el espíritu se apareció ante Verdad y le dijo: “Yo soy el espíritu del muerto por el que tú diste tu dinero para comprar plegarias, para que yo pudiera descansar en paz”. Luego desapareció.
Otro día, el cocinero apareció frente al rey y le dijo: “Mi Rey, mi amigo (tu secretario) me dijo anoche que si le permitías casarse con tu hija, en una sola noche la princesa tendría tres hijos”. El rey envió a llamar a Verdad y le dijo: “Te daré a mi hija en matrimonio, pero si esta misma noche ella no tiene tres niños, haré que te entierren vivo mañana por la mañana”.
Así que el Sr. Verdad y la princesa se casaron. Esa misma noche, a medianoche, Verdad estaba recostado en su cama sin poder dormir, pensando en el destino que le esperaba al otro día, cuando un águila entró volando por la ventana y le preguntó qué lo tenía tan preocupado. Verdad le contó la historia, y el águila le dijo: “No te preocupes, yo me encargo”. Y se fue volando. Justo antes de que saliera el sol, tres águilas entraron a la habitación de Verdad, cada una cargando un bebé recién nacido. Verdad despertó a la princesa y le dijo: “Mi querida esposa, estos son nuestros niños. Debemos amarlos y cuidarlos muy bien”.
Entonces el rey, que se despertó por el ruido de los niños que lloraban, mandó a preguntar qué estaba ocurriendo. Cuando supo las noticias, entró en la torre donde se encontraba la princesa, y cuando vio a los niños lo invadió la felicidad, pues él no tenía hijos varones que heredaran su trono. Así que el rey hizo una gran fiesta y le entregó su cetro y su corona a su yerno, el señor Verdad, para que sea rey en su lugar, y él pudiera disfrutar de sus nietos.