Y me quedé sin alas
Me pidió el alma, para verla, un día,
y yo se la presté, como quien deja
al curioso de turno el libro nuevo
que apenas se cerró sobre la mesa.
Uno espera que observe la portada,
título, autor, quizá la referencia al tema
que aparece en la solapa,
y que seguidamente lo devuelva.
Y me quedé sin alma.
Yo esperaba que, vista ya,
me la restituyeran. Pero se la llevó.
Mi cuerpo todo temblaba
como junco en la ribera,
pero desposeído de energía,
no fui capaz de articular protesta.
Vivir sin alma tiene sus ventajas:
Una extraña quietud, una ceguera
que impide ver el mundo,
y al escuchar su ruido, indiferencia.
Nada nos hiere, nada nos perturba,
nada nos espolea.
¿Pero de qué nos sirve ser planta o ser estrella?
Ser de músculo y carne es un peldaño
tan sólo superior al de la piedra.
Devoraremos nuestros alimentos
sentados impasibles a la mesa,
ocultos en el bosque sin ensueños
sabremos atrapar nuestra pareja,
nos reproduciremos con
escaso ritual sobre la hierba.
Yo quiero más. El gozo y la agonía,
la esperanza, el recuerdo, la tristeza,
la fe y la duda y el desasosiego;
quiero que me devuelvan el alma
que ayer tuve y me robaron,
quiero vivir la vida a mi manera.
Francisco Álvarez Hidalgo
Los Angeles, 26 de septiembre de 2007
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