Don Francisco Álvarez Hidalgo
Quisiera ver tus ojos
La muerte llegará, y estarás lejos,
a mi postrera realidad, ajena;
así has permanecido tantos años
en los que yo te conservé tan cerca.
Será una habitación vulgar y fría
de cualquier hospital;
las enfermeras entran y salen
con el ajetreo de quien
cumple monótona faena.
Tráfico en el pasillo,
donde distante cháchara se enreda.
Miro al techo, de un blanco indiferente,
donde escribir quisiera mi último grito en verso,
con palabras que sangran y me queman.
Y aparecen tus ojos en el aire,
pálidos, tenues, como
si temieran ser percibidos,
como tantas veces los he visto flotar
en mis quimeras, disipándose al fin,
leves alondras en rápido
aleteo, sombra y seda.
Una vez más quisiera contemplarlos,
no los de mi recuerdo,
los que llevas abriéndote caminos,
y acarician antes de que
la mano prevalezca, que besan a distancia,
que en silencio se expresan con más diafanidad,
más arrebato que lo hiciera la lengua,
los que taladran, se hunden y establecen
en el alma su propia residencia.
Quisiera ver tus ojos
al fin de mi periplo por la tierra,
antes de mi partida, capturarlos,
bajar mis párpados, y abrir la puerta
en ese mismo instante al mundo
transcendente que me espera,
dando el paso inicial,
y último paso,
a punto de extinguirse las estrellas.
Los Angeles, 21 de enero de 2010
Fuiste una vez
Fuiste una vez el ansia que ya no eres,
la sombra y voz que ya no van conmigo,
el afecto en que ya no me prodigo,
y hoy la ausencia en que lentamente mueres.
Un tiempo fuiste daga, ya no hieres;
ni me interno en tu mies ni en ella espigo;
y al no tener madera de mendigo,
no impetraré tu vuelta o que me esperes.
El olmo seguirá temblando al viento,
el arroyo en su canto o su lamento,
y en su locuacidad el estornino.
Como ahora están, continuarán las cosas.
No suelen germinar las mismas rosas
que agostara la escarcha en el camino.
Los Angeles, 8 de febrero de 2011
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