Almacenes, un viaje en el tiempo
En sus orígenes, además de abastecer de artículos de primera necesidad, eran sede de reunión de los vecinos. A mediados de los años 90 comenzó su decadencia, como consecuencia de la aparición de los hipermercados y de los súper chinos. No obstante los cambios culturales, muchos de estos viejos locales se resisten a desaparecer.
El tiempo ha dejado su huella en los barrios porteños. Los tranvías desaparecieron, muchos empedrados fueron reemplazados por asfalto e innumerables casas antiguas, motivo de nostalgia para los más ancianos, ya no existen más. Sin embargo, hay pequeños espacios que se mantienen ajenos al paso del tiempo. Son construcciones añejas que permanecen intactas a lo largo de los años y albergan décadas de recuerdos y charlas. Se trata de los almacenes de barrio. Estos lugares no tienen carteles luminosos ni vidrieras resplandecientes. Pero tienen historia. En sus comienzos, en el almacén se desarrollaba una especie de centro social y cultural donde los vecinos se conocían y charlaban acerca de lo que sucedía en el barrio. Detrás del viejo mostrador de cada almacén se encuentra un personaje bastante particular: el almacenero. Ese hombre que no es simplemente "el que te cobra", sino también un amigo, un vecino más. El Barrio visitó algunos de los almacenes con más años de antigüedad de Villa Urquiza y Villa Pueyrredon para saber un poco más sobre sus particulares historias.
Personalidad destacada
Los más longevos recordarán que todos en algún momento tuvieron un "almacenero de la esquina". También se acordarán de su responsabilidad por el trabajo: todos los días desde la mañana hasta la noche, con un par de horas libres para dormir la siesta, estaba detrás del mostrador y con su sonrisa infaltable. Tal vez lo primero que se les viene a la mente es la libreta negra, donde se anotaban los gastos del día y a fin de mes se pagaba el total. Sin dudas, el almacenero es una personalidad destacada del barrio.
Pero su tarea no es nada fácil. La gente que acude al almacén no lo hace sólo para comprar productos sino también a modo de relajación luego de un día de trabajo: el almacenero deja de lado su rol de comerciante y se pone el traje de psicólogo. Por lo menos así lo entiende Sergio González, dueño del almacén "Ricky", ubicado en la esquina de Crisólogo Larralde y Altolaguirre. Sergio atiende hace 25 años el local, que heredó el nombre por un amigo suyo que falleció en un accidente de tránsito. Quería tener un videoclub pero necesitaba mucho dinero para abrirlo, así que aprovechó que en la cuadra ya había una verdulería y una panadería y puso su propio almacén para ganarse la vida. Mi laburo es muy personalizado. Mucha de la gente que viene acá la conozco desde que estaba en la panza. Sé hasta cómo quieren que les corte el fiambre, explica Sergio, con orgullo.
Con respecto a la relación con los clientes, asegura que no cambió mucho en el último cuarto de siglo. Según Sergio, a los vecinos les gusta contar sus problemas y pasar el rato con el dueño del local. Es por este motivo que el almacenero debe estar dispuesto a escuchar y ser amable con quienes los visitan. Después de tantos años, asegura Sergio, la relación laboral que tiene con los clientes se puede llegar a transformar en una amistad. Mi almacén es un lugar especial, porque además de pasar prácticamente todo el día acá adentro también conocí gente que pasó a formar parte de mi vida. Con muchos clientes terminamos siendo amigos, conozco a sus familias. ¡Hasta me fui a Brasil con uno de ellos!, ejemplifica. Cuenta con orgullo que también ha ido a recitales (fui a ver a Charly García a todos lados) y a cumpleaños con quienes fueron clientes en algún momento y ahora son amigos. Asegura que la receta para ser un buen almacenero es trabajar mucho y ser honesto.
En la misma línea se encuentra Alberto Carballo, quien atiende la despensa "Diógenes" desde hace 35 años. Está ubicada en Albarellos 2636, a una cuadra de Wal-Mart. El hombre asegura que su relación con los vecinos es excelente y que, al igual que Sergio, pasa varias horas de su día charlando y riendo con sus clientes. En cuanto a la relación comercial, dice que antes se fiaba más que ahora. Muchos clientes vienen acá para que les fíes, pero cuando consiguen guita se van al supermercado, se queja. Agrega que antes las amas de casa iban al almacén para comprar quesos y fiambres, pero ahora, con los cambios en los hábitos alimenticios, las parejas jóvenes vienen a comprar comida hecha. Por eso me puse una mini-rotisería. Rinde mucho más vender empanadas o tartas ya hechas, porque cada vez se cocina menos, aclara. Según Alberto, la fórmula de un buen almacenero es la siguiente: Buena mercadería, mejor trato con la gente y excelentes precios.
Los años dorados y la decadencia
Al igual que en todos los barrios porteños, Villa Urquiza y Villa Pueyrredon vieron sus cuadras pobladas de almacenes hacia fines de la década del 30. Producto de la gran cantidad de inmigrantes llegados al país por esos años, muchos vieron la posibilidad de alcanzar el sueño de mantener a sus familias con un local donde se vendía de todo. Cerca de 1940, casi todas las manzanas ya tenían su "almacenero de la esquina", a quien los vecinos visitaban diariamente. Estos locales llegaron para quedarse y tuvieron una larga era dorada, que duró hasta mediados de los años 90. En los fervientes años menemistas, con la llegada de las grandes cadenas de hipermercados, a los vecinos se les presentó la posibilidad de comprar desde un mueble hasta un paquete de fideos en el mismo sitio y, como si fuera poco, con tarjeta de crédito. En segundo lugar, a fines de los 90 aparecieron como hormigas los supermercados chinos, que se esparcieron por todo el barrio. Sus precios bajos, sumados a la gran cantidad de sucursales, complotaron contra los clásicos almacenes barriales, estableciendo su defunción.
Miguel Angel Mari es dueño del almacén "Candy", ubicado en Núñez 5644, y recuerda a los viejos locales con nostalgia. Las épocas doradas de los almacenes eran cuando los chicos venían a comprar dos caramelos. Eso ya no existe más, ahora van a los chinos, sostiene, para agregar con cierto enojo: Ellos corren con ventaja porque pagan el IVA, al igual que yo, pero luego en la embajada se los restituye. Por eso venden más barato y no nos dejan competir. Pero la gente se está empezando a dar cuenta de que no pueden confiar en sus productos lácteos y en los fiambres. Entonces, de a poco, nos están comenzando a comprar de vuelta a los almacenes de barrio. La principal diferencia entre los supermercados chinos y los almacenes, según él, es el trato con los clientes. Mientras que los chinos tratan al consumidor como a un número, en el almacén se lo considera una persona, razona.
El Wal-Mart de Avenida de los Constituyentes abrió sus puertas en mayo de 1996 y cambió las costumbres y la estética del barrio. Para Carlos Curia, dueño del almacén "La Esquina", que se encuentra en Nazca y Cochrane desde hace 50 años, el problema no son los chinos sino Wal-Mart. Para Carlos, el hipermercado ha hecho que los vecinos se inclinen hacia la comodidad de tener todos los productos en un mismo lugar, a pesar de no recibir el mismo trato que en un almacén barrial. Los chinos no afectaron mi negocio, los vecinos prefieren el viejo almacén antes que a ellos. Pero, sin dudas, muchos eligen ir al súper por las facilidades, dice con resignación.
Opinión similar tiene Sergio González, quien está convencido de que la decadencia de los almacenes es culpa de los hipermercados. Ellos tienen de todo. Antes venía la señora de la casa a comprar las cosas del día a los almacenes. Ahora va al Wal-Mart o al Coto de Monroe y hace grandes compras para una semana entera. Pero los fiambres y los lácteos me los compran a mí porque saben que allá no son confiables.
Patrimonio cultural
Yo conozco Villa Pueyrredon desde que era como una quinta. Era visitador médico y gerente de Latinoamérica en un laboratorio. Pero me cansé de laburar para otro. Entonces me puse este almacén, que siempre me garantizó un buen ingreso económico. Nunca me arrepentí de quedarme en este hermoso barrio. Lo que más me gusta es la tranquilidad y el trato de la gente, nunca me iría de acá, asegura Alberto Carballo. Según recuerda, en Albarellos, desde Nazca hasta Constituyentes, había ocho almacenes. Ahora, en varias manzanas a la redonda sólo quedan tres. El hombre evoca con nostalgia los viejos años dorados y la estética del barrio, corrompida por la inauguración del Wal-Mart hace 17 años.
Para Miguel Angel Mari, que vive hace casi un cuarto de siglo en el barrio, lo que más le llama la atención de Villa Urquiza con respecto a otras zonas es el saludo del vecino. Eso es muy importante para cualquier persona. Es lindo que no se pierda ese trato, como sucede en los grandes barrios, donde uno baja por el ascensor y ni siquiera saluda al vecino, compara. Por su almacén, "Candy", pasaron varios famosos que se transformaron en clientes regulares. Entre ellos recuerda a Jacobo Winograd, al actor Adrián Facha Martel y al músico Fidel Nadal, quien se mudó justo enfrente del local. Carlos Curia, por su parte, opina parecido a Miguel Angel. Y agrega que lo distintivo de Villa Pueyrredon con respecto a otros barrios es la relación de amistad que existe entre los vecinos. La buena onda entre la gente hace que el barrio sea único y que el almacenero pueda llevar adelante su trabajo, asegura.
Sergio González, por su parte, lamenta que la tranquilidad del barrio se vea afectada por la delincuencia que aqueja a toda la Capital Federal. El almacenero recuerda, al menos, una decena de robos en su local, aunque se ríe al acordarse del primero, cuando el ladrón se golpeó la cabeza con un estante y se fue sin llevarse nada. Por este pequeño almacén pasaron figuras como el actor Damián De Santo, el humorista Dady Brieva y el músico Leo García.
Los almacenes son patrimonio cultural del barrio. Escondidos en medio de las modernas construcciones, siguen funcionando como un cofre que guarda el tesoro del pasado. Son túneles del tiempo, donde los chicos todavía van solos a comprar sus golosinas y los grandes se quedan charlando con el dueño, quien atiende detrás de un mostrador y anota las deudas en una libretita negra