El impactante antes y después de la histórica Confitería del Molino luego de su restauración.
ANTES ...
Ahora
Es un emblema del Art Nouveau en la Argentina. Terminado en 1916 para la celebración del Centenario de la Independencia, por los salones de la confitería pasaron grandes personalidades del arte y la política argentinas. Cerró en 1997, se deterioró y hasta fue intrusado. Hoy, luego de una formidable puesta en valor, el edificio está cerca de reabrir sus puertas con el mismo esplendor del siglo pasado.
Sin embargo, a pesar de esa declaración, el edificio quedó abandonado y llegó hasta ser intrusado. El deterioro progresivo fue ensombreciendo la tradicional esquina de 6.900 m2. Recién se tomó una acción concreta en el año 2014, cuando se expropió mediante la Ley 27.009, y se lo transfirió al Congreso de la Nación. La Comisión Administradora del Edificio del Molino, que fue creada por dicha ley, tomó posesión en julio del 2018 y allí comenzaron las tareas de restauración a través del Plan de Restauración Integral del Edificio del Molino (RIEM).
Los vitrales interiores de la cúpula inexistentes
Restaurados
La historia de la confitería se remonta a finales del 1800, cuando los pasteleros Constantino Rossi y Cayetano Brenna crearon la Confitería del Molino, en homenaje al Lorea, primer molino harinero de la ciudad de Buenos Aires. En 1904 compraron el predio de Rivadavia y Callao, y años más tarde, para homenajear al centenario de la Independencia nacional, convocaron al arquitecto italiano Francesco Terenzio Gianotti para aplicarle el inconfundible estilo que quedó al descubierto.
Hoy, la cúpula iluminada y con sus vitrales
"Hablamos de uno de los edificios más emblemáticos del Art Nouveau -señala García-. Gianotti, luego de recibirse en Italia se formó en Bélgica, donde nació ese estilo arquitectónico. Llegó muy joven, con 28 años, a Buenos Aires. Cuando Brenna lo contrató ya estaba haciendo la Galería Güemes, que en ese momento era el edificio más alto de la ciudad. Tardó muy poco en terminar, algo más de un año. A nosotros nos llevó más tiempo restaurar todo lo envolvente, que a Gianotti construirla. Trajo una mirada de la vanguardia. Además, tenía un hermano que importaba productos de ornamentación prefabricados, con lo cual buena parte de los elementos ornamentales del Molino son italianos o de otros países europeos”.
El salón principal antes ...
El salón, ahora. Será destinado a eventos culturales
El reloj y los vitrales de la confitería, abandonados
Ahora, reloj y vitrales a nuevo
Durante el aislamiento por la pandemia de COVID-19, las obras continuaron. En forma domiciliaria se hicieron tareas de fichaje, planos, catalogación del material arqueológico que se halló en el edificio y se preparó documentación para licitaciones de obras que están actualmente en curso.
Son 40 los especialistas que contrató el Congreso de la Nación para los distintos talleres: vitrales, maderas, estucados, terminaciones superficiales, moldería, electricidad y otros… “También dividimos las obras por complejidades, lo que permitió convocar a especialistas de cada soporte, lo que nos permite un ahorro importante”, señaló García. El costo estimado de la restauración, hasta el momento, es de unos 100 millones de pesos
Fachada y balcones del quinto piso deteriorados
El quinto piso por fuera, impecable ahora
A través de una convocatoria por redes sociales, además, se buscó información respecto de los colores y el diseño de los vitrales, ya que cuando el equipo que restauró el edificio llegó para hacerse cargo de la obra, no quedaban rastros. Con material que donó la gente, el equipo técnico del Molino reconstruyó las trazas originales, sus colores y sus texturas.
La intervención de las fachadas incluyó la reposición de piezas faltantes y un proceso denominado nebulización para la limpieza del símil piedra. En la fachada de planta baja que se trabajó en las vidrieras, los ornatos de bronce, las cortinas de enrollar y el revestimiento pétreo. También se ejecutó el refuerzo estructural del balcón más importante del quinto piso, ubicado sobre la avenida Callao. Por otro lado, los restauradores propios de la Comisión Administradora Edificio del Molino, hicieron limpieza de bronces y columnas de estuco (símil mármol) de la confitería. Y parte del equipo se dedicó a la limpieza, remasillado y réplica de algunos faltantes de los paños del vitral de la guarda perimetral de la confitería. También se pusieron en valor los departamentos del edificio (los dos últimos pisos se alquilaban como viviendas de lujo), la restauración de carpinterías de madera y las molduras en yeso.
En efecto, los 5 pisos de la histórica confitería tienen una rica historia. En primer lugar, porque se lo llamó “la Tercera Cámara”, ya que diputados y senadores se daban cita allí para debatir cuestiones partidarias y comer bien. Además, eran habitués figuras como Niní Marshall y Libertad Lamarque, autores como Oliverio Girondo y Roberto Arlt, quienes escribieron en sus obras sobre el inmueble. Y hasta Carlos Gardel dejó su sello al pedirle al pastelero Brenna que hiciera un postre en homenaje a su amigo, el jockey Irineo Leguisamo. que tomó el nombre de su apellido. Un año antes de que la confitería cerrara sus puertas -lo que sucedió en febrero de 1997- Madonna (que filmaba Evita en ese momento), grabó en el salón del primer piso el videoclip de una versión de su tema Love don’t live here anymore, que había sido incluido en el disco Like a Virgin, pero que volvió a registrar para una recopilación de baladas. En la otra mano, quizás el momento más lamentable de la vasta historia del Molino ocurrió en 1930, cuando en medio del levantamiento militar contra Hipólito Yrigoyen se incendió.
“El destino del edificio, según la ley, es recuperar la confitería histórica, que se va a concesionar y destinar distintos espacios a cuestiones culturales, como el Museo de las Aspas y promocionar artistas jóvenes. También establecer un Museo de Sitio, que cuente la historia del edificio y su propio proceso restaurativo, tipo cápsula de tiempo. Según los principios de los nuevos documentos internacionales, como la Carta de Madrid de noviembre de 2011, cada edificio, de alguna manera, debe estudiarse a sí mismo y analizar qué puede ser, cuáles son sus posibilidades. Esto permite que no haya que esperar que se arruine una obra para comenzar con la siguiente”, concluye García.