CUANDO LAS MUJERES DE LOS CONVENTILLOS SALIERON A LA CALLE PARA "BARRER LA INJUSTICIA"
POR EL AUMENTO EN LOS ALQUILERES
En Buenos Aires, por la gran epidemia de fiebre amarilla de 1871, las familias de la aristocracia se trasladaron al Barrio Norte, abandonando sus residencias en la zona sur de la ciudad. Esa situación permitió que numerosas familias se ubicaran en los ya obsoletos caserones. Además, algunos comerciantes y especuladores acondicionaron viejos edificios o construyeron precarios alojamientos.
Los conventillos, (el nombre proviene del diminutivo de convento porque, así como los monjes habitan en celdas reducidas, en estas viviendas colectivas cada familia se agrupa en una pequeña pieza que da a un patio central) también conocidos como "casas de inquilinato", calificaban como tales a las que albergaban a más de cinco familias en piezas, de escasos metros cuadrados, sin ventilación y tuvieron su auge por el importante flujo de inmigrantes y de buena parte de la clase obrera argentina.
Las condiciones eran miserables: en algunos casos había cocinas comunes, pero lo más frecuente era que se cocinara en los cuartos. También se destinaban a la cocina los rincones del patio. En cada pieza había un calentador a alcohol o aceite que se colocaba en la puerta para que los olores fueran al exterior. El patio fue un ámbito de encuentros, para las fiestas, “donde reinó el tango y el sainete”, y sirvió también para organizar los reclamos. Fueron caldo de cultivo para la cultura popular, expresada en el tango y los sainetes, entre los que merecen destacarse las obras de Alberto Vaccarezza:
Tu cuna fue un conventillo (1920) y El conventillo de la Paloma (1929)
En agosto de 1907, la Municipalidad de Buenos Aires decretó un incremento en los impuestos para 1908. Los propietarios de los conventillos no dudaron en subir los alquileres.
El conflicto sobre la suba de alquileres estalló en el conventillo llamado "El Cuatro Diques", propiedad de Pedro Holterhoff, ubicado en la calle Ituzaingó al 255, 279 y 325 en el que vivían 132 familias, que se distribuían en habitaciones repartidas en cuatro patios.
Los vecinos reclamaban no solo que no se les aumentase el alquiler, sino una rebaja del 30%. Según recreó la revista Caras y Caretas, el casero del conventillo, Natalio Tinelli, al ver la protesta, corrió a buscar al vigilante de la esquina:
“-Vea, la plebe y la fotografía (por Caras y Caretas) me han violado el conventillo, y aquí están dele meter batuque y dele escarchar.”
"La guerra de los inquilinatos", titulaban los medios.
“La gente se reunía en los patios de los conventillos para escuchar los discursos donde se enumeraban los reclamos de los inquilinos” (Caras y Caretas).
Los huelguistas también exigían higienización de las habitaciones, terminar con el pago adelantado del alquiler y, como ya lo intuían, que no fuese desalojado nadie que hubiera participado de esta protesta. Sabían que era muy difícil en esos tiempos conseguir vivienda.
La lucha había comenzado. Y la represión también.
Peligrosas eran las madrugadas en que los ocupantes de los conventillos porteños se preparaban para ir a sus tareas. Esa era la hora elegida para sacar a los trabajadores y sus familias de las habitaciones por la fuerza, usando agua helada disparada por los bomberos.
Pero nadie imaginaba que se produciría el hecho inédito de que los protagonistas de la huelga serían las mujeres con sus hijos. La consigna que pasó de un conventillo a otro fue: resistir el alza de los alquileres y los desalojos.
Las mujeres, que estaban todo el día en las casas al cuidado de sus hijos, enfrentaron los desalojos. El diario La Prensa comentó que el 21 de octubre la Policía intentó desalojar un conventillo, “pero las mujeres ya estaban preparadas e iniciaron un verdadero bombardeo con toda clase de proyectiles, mientras arrojaban agua que bañaba a los agentes”.
En medio del conflicto, desfilaron cerca de trescientos niños y niñas de todas las edades, que recorrían las calles de la Boca en manifestación, levantando escobas “para barrer a los caseros”. “Cuando la manifestación llegaba a un conventillo, recibía un nuevo contingente de muchachos, que se incorporaba a ella entre los aplausos del público”, según publicó la revista Caras y Caretas.
Los propietarios y el gobierno no podían creerlo.
De los 500 conventillos porteños en rebeldía, se llegó en semanas a 2000.
El comandante Ramón Lorenzo Falcón, Jefe de policía con ayuda del cuerpo de bomberos, desalojó a las familias obreras a manguerazos de agua helada, a punta de bayonetas y máuseres.
El 22 de octubre una comisión judicial fue a desalojar un conventillo en la calle San Juan 677. El rumor corrió y cientos de vecinos se acercaron y quisieron impedirlo. Entre gritos, golpes y sablazos, se abrió fuego. Cayó fulminado con un tiro en la cabeza el obrero baulero Miguel Pepe de 15 años, vestía una remera rayada y un saco de hombre. Junto a él caen heridos 3 inquilinos.
La resistencia se incrementó y mientras se sucedían las marchas de mujeres por las calles blandiendo las escobas, algunos propietarios accedieron a rebajar el monto del alquiler, como fue el caso de la familia Anchorena, que concedió una rebaja superior a la reclamada.
La alegría recorrió la ciudad. En muchos patios, volvieron las fiestas y bailes.
Pero en donde la organización era débil, los desalojos avanzaron. Docenas de familias quedaron en las veredas.
Este original movimiento, que fue tomado como ejemplo y replicado en varias capitales del primer mundo, representó un llamado de atención sobre las dramáticas condiciones de vida de la mayoría de la población .
Muchos propietarios nunca cobraron los alquileres de los meses que duró la protesta, aunque replantearon las condiciones de alquiler para que en el futuro no los volviesen a correr con una escoba.