„ No le dijo a nadie que se iba,
no se despidió de nadie, con el hermetismo férreo con que sólo le reveló a la
madre el secreto de su pasión reprimida, pero a la víspera del viaje cometió a
conciencia una locura última del corazón que bien pudo costarle la vida. Se
puso a la medianoche su traje de domingo, y tocó a solas bajo el balcón de
Fermina Daza el valse de amor que había compuesto para ella, que sólo ellos dos
conocían y que fue durante tres años el emblema de su complicidad contrariada.
Lo tocó murmurando la letra, con el violín bañado en lágrimas, y con una
inspiración tan intensa que a los primeros compases empezaron a ladrar los
perros de la calle, y luego los de la ciudad, pero después se fueron callando
poco a poco por el hechizo de la música, y el valse terminó con un silencio
sobrenatural. El balcón no se abrió, ni nadie se asomó a la calle, ni siquiera
el sereno que casi siempre acudía con su candil tratando de medrar con las
migajas de las serenatas. El acto fue un conjuro de alivio para Florentino
Ariza, pues cuando guardó el violín en el estuche y se alejó por las calles
muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que se iba la mañana siguiente, sino
que se había ido desde hacía muchos años con la disposición irrevocable de no
volver jamás. “
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ