POR SER EL DÍA DE LA ABUELA, COMPARTO UN RELATO DE MI AUTORÍA INSPIRADO EN UNA VECINA INMIGRANTE DE MI INFANCIA.
LA BABA
Cuando era pequeño sólo existía el presente, el pasado y el futuro no significaban nada. En aquellos tiempos conocí a un ser pequeño, arrugado y de cabellos blancos que caminaba lentamente y respondía al nombre de "Baba". Hablaba mal el castellano. Yo también, por eso nos entendíamos perfectamente. Agigantadas por el valor que otorgamos a lo que sabemos irremediablemente perdido, acuden a mi mente las imágenes de un lugar cálido y pintado con colores de una belleza que jamás he vuelto a ver. Junto a la falda de la Baba, descubrí y disfruté manjares y aromas exquisitos. Ella hablaba poco, prefería hacer. Cuando colocaba ciertos platos negros en una caja brotaban sonido incomparables. No me enseñaba el nombre de las cosas, dejaba que yo disfrutara de ellas. Nada había más suave y mullido que sus almohadones. Yo era feliz. Bien temprano, atrincherado entre sábanas y cobijas, yo escuchaba a través de la pared el ruido de una puerta al cerrarse, y sabía que ella ya estaba en pie. Pensaba entre sueños : - Ahora golpeará la tierra con ese palo con punta de hierro, después arrancará pepinos para ponerlos en salmuera, le dará de comer a las gallinas y los gansos, juntará huevos... Ni bien me despertaba, desayunaba apurado y rogaba a mi madre que me dejara ir con mi vecina. Todos los fines de año, invariablemente se escuchaba su voz débil intentando hacerse oír: " ¡ Añíbel ! " (mi nombre es Aníbal). Yo miraba hacia el sitio desde donde me parecía escuchar su llamado y veía aparecer desde el borde de la pared, que aún hoy separa nuestras casas, un enorme pan dulce recién horneado, sostenido por sus mágicas manos. En ciertas ocasiones me salían uñeros: ella cortaba con un cuchillo una planta verde y gelatinosa que cultivaba en su huerta , con una tira de género ataba un trocito a mi dedo inflamado y al día siguiente estaba curado. Cuando mi padre la veía intentar subir a una escalera para podar la parra, temeroso de que pudiese caerse, le rogaba que le dejase hacer a él el trabajo y solo después de mucho insistir conseguía convencerla. Pero una vez concluida la tarea, mi padre se veía obligado a probar pepinos, pickles y salamines, y a beber dos o tres copitas de vodka, de lo contrario la Baba se ofendía. Cuando me enseñaron que existía algo llamado tiempo, comencé a crecer. La Baba, en cambio, se tornaba más pequeña y más lenta. Sin embargo jamás dejó de trabajar. La recuerdo labrando la tierra, apoyada sobre un bastón. Nunca fue al colegio ni aprendió bien el castellano, tal vez por eso conservó todo lo que yo perdí. Sin mi consentimiento, mis mayores decidieron comenzar con mi educación. Recuerdo el primer día de clase. Me peinaron con fijador, me pusieron medias "tres cuartos", me entregaron una cartera de cuero usada y me convirtieron en estudiante. Allí empecé a "aprender": me contaron que la Baba , era una mujer muy vieja y que le decían así porque de ese modo se llamaba a las abuelas en idioma ruso. También supe que aquél lugar maravilloso era la cocina de su casa, que los almohadones estaban rellenos de plumas de ganso, que el sonido que me encantaba se llamaba música, que los platos negros se llamaban discos y la caja tocadiscos, que los manjares eran esto y aquello, que los colores tenían nombres y se llamaban, azul, rojo, amarillo... Ya nada fue igual. Cada vez me quedaba menos tiempo para estar con mi vecina: el colegio y las tareas escolares me lo robaban. Sin embargo debo admitir que aprendí muchas cosas: que los países son necesarios para separar a las personas según el lugar en que nacen, que existen las razas para poder diferenciarlas según el color de su piel, supe donde estaba el norte de los ricos y el sur de los pobres; cual es la religión "verdadera", que sentimientos podía manifestar y cuales debía reprimir, aprendí a formar fila, a tomar distancia, a dividir, restar, cantar el himno, hacer silencio, no correr en los recreos y muchas otras cosas. Un opaco mediodía de invierno volví de la escuela y encontré a mi madre llorando. Intentó enseñarme una nueva lección. Me abrazó y me dijo: Hijo, tengo que darte una triste noticia ... Pasaron muchos años, pero la lección que intentó enseñarme mi madre aquel día, no he podido aprenderla, al mirar por sobre la pared lindera que antes me parecía tan elevada, siempre creo ver a la Baba recorriendo el pasillo con su pasitos cortos y lentos. Sigo pensando que aquella mañana, mientras yo estaba en el colegio, la Baba fue hasta su huerta, cortó una extraña planta y como a mis uñeros, hizo desaparecer también a la muerte.