LEYENDA DEL HORNERO Y EL AMOR ETERNO EN LAS SIERRAS DE LA VENTANA.
Cuentan que hace muchos, muchísimos años, cuando estas sierras estaban pobladas por indígenas Chechehets, en medio de un pequeño valle y al amparo de las rocas, se levantaba un toldo muy humilde. En ella vivía junto a su anciano padre, un joven indiecito llamado Jalhué.
Jalhué era un muchacho apuesto, espectacularmente alegre y, por sobre todas las cosas, muy laborioso. Diariamente se lo veía trepar por las sierras y remontar los arroyos en busca de los alimentos que pródigamente le proporcionaba la naturaleza. Salvaje, tan salvaje como ahora.
Una de esas tardes en que regresaba de sus acostumbradas cacerías, Jalhué se detuvo a escuchar el canto de un pájaro. Era un canto diferente al de su amigo el jilguero. No se parecía tampoco al de la calandria imitadora. Ni al del churrinche que tantas veces lo saludaba temprano.
¿Quién era entonces ese nuevo músico serrano? Atrapado por la curiosidad, se acercó sigilosamente al lugar de donde provenía el canto, pensando que tal vez sería algún pájaro desconocido; venido de otras tierras. Pero cuando lo descubrió, su sorpresa no tuvo limite. No se trataba de un pájaro, sino que la melodía provenía de la garganta de una bellísima muchacha.
Itpionát era su nombre, y desde el día que Jalhué conoció a Itpionát, todos sus pensamientos fueron para ella.
El amor floreció rápidamente y con fuerza incontenible en el corazón de ambos jóvenes. Su felicidad era solamente comparable con la inmensidad que los rodeaba cuando contemplaban el mundo desde Casuhatí, la cumbre más elevada.
Su felicidad era reflejada en el agua de cristal del rio Hueyque que descendía viboreando del Vakacuá y se deslizaba cantando saltarín junto al Pillahuinco.
Y así, siempre juntos, Itpionát y Jalhué esperaban dichosos tener lo suficiente para casarse. Claro que, para casarse, Jalhué primeramente tendría que hacerse hombre y, según los ritos y las leyes indígenas, únicamente lograban ser hombres aquellos que superaban airosamente las pruebas de fuerza y de destreza a que eran sometidos anualmente todos los muchachos de la tribu.
De manera que nuestro joven enamorado se presentó ese año a la competencia. Y con la sonrisa y el canto de Itpionát en su mente poco le costó superar las dos primeras pruebas, en las que además resultó como triunfador. Faltaba la última prueba, la más difícil.
Era habitual que el ganador, además de acreditarse el flamante título de hombre, recibiera un valioso premio. En esa oportunidad el premio sería muy especial y les fue anunciado a los participantes antes de iniciarse esta tercera y última prueba; quien pudiera permanecer encerrado durante cinco días con sus lunas, totalmente atado con cueros frescos de animales, ese año tendría como premio el honor de casarse con Cauté, la hija del cacique de la tribu.
Jalhué era el candidato a ganar. Pero Jalhué no quería ganar. Su corazón pertenecía a la bella Itpionát.
A medida que el sol contraía los cueros, a medida que los participantes iban abandonando, Jalhué que no quería ganar. Tampoco quería abandonar. Y así, gracias a su fortaleza resistió hasta el final.
Cuando los ancianos de la tribu se dirigieron a desatarle los cueros para declararlo vencedor, no lo encontraron allí. Solo había en ese lugar un pájaro de color canela-rojizo, que salió volando, que se fue a pararse a la rama más alta de un aguaribay cercano.
Desde allí emitió su canto, un llanto de soledad que abrió una honda herida en el cielo. El eco de su fuerte grito saltó mil veces de ladera en ladera. Fue transportado a través del aire lastimado y llegó finalmente a los oídos de otro pájaro que se acercó volando a la alta rama.
Otro pájaro que cantó junto a él con la misma voz que la bella Itpionát. Y en ese momento, en las ramas más altas del aguaribay se estaba celebrando una extraña boda. La boda para la que Jalhué había querido ser hombre. Itpionát y Jalhué se habían casado tal cual lo habían soñado. Ya no se separarían jamás y siempre cantarían juntos.
Por eso es que las parejitas de horneros una vez que constituyen su hogar, no se separan hasta la muerte y es por eso que los horneritos siempre cantan juntos.
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OTRA LEYENDA CAMPERA DEL HORNERO
Cuenta la leyenda que, frente a la entrada de un toldo, un indígena querandí transformaba el barro en vasijas y platos. Era el mejor alfarero de su pueblo. Al día siguiente debía casarse con la joven más hermosa de la tribu, también alfarera.
Esa noche, el “Suaj” (hechicero) del pueblo advirtió sobre grandes desgracias derivadas de aquel matrimonio. Bajo tal influencia, el cacique prohibió su realización.
Al enterarse, los enamorados huyeron. Los indígenas del lugar los persiguieron lanzando sus flechas, cuyas puntas envenenadas mataron a los jóvenes enamorados.
Ambos se transformaron en hermosas aves que, empleando su habilidad para modelar, hacen su hogar en nidos de barro.
Así nació el hornero, el pájaro laborioso de los campos rioplatenses.