La cultura Santamaría en Argentina.
La cultura Santamaría, “o Calchaquí”, fue “una de las parcialidades” de la Nación Diaguita. Se extendió “por el valle del mismo nombre, llamado antiguamente Yocavil, el cercano valle del Cajón y el valle Calchaquí, hasta el nevado de Acay”, abarcando la provincia de Catamarca y el sudoeste de la provincia de Salta. Sus comienzos, deben fijarse “hacia el 1.000 de la era cristiana.”
Dos etapas de poblamiento. En la primera, familias extensas “habitaban en grandes casas comunales.” En la segunda, apareció “la aldea formada por agrupación de casas con paredes de piedra de planta rectangular”, ubicadas “en sitios altos protegidos con muros (anchos) de defensa.” La mayoría de las viviendas” carecían “de puertas, por lo que la entrada debió de estar en el techo.”
En lo económico, eran “agricultores” y “recolectores”, desarrollando la “agricultura intensiva con irrigación.” Así, “existen construcciones dedicadas al regadío, tales como represas, de la que hay un ejemplo cerca de la ciudad de Quilmes.” Paralelamente, “la recolección debió ser importante. Además, “se dedicaron al pastoreo de auchenidos.”
En cuanto a la alfarería, “las urnas de este estilo” constaban “de tres secciones.” El cuerpo y la base tendían a confundirse: “el cuello” era “cilíndrico o ligeramente achatado en el sentido anteroposterior.” En relación a los elementos decorativos, tenían “caras más o menos humanoides”, que llevaban “dos ojos oblicuos (u ovales) con pupila de doble línea”, las cejas estaban “modeladas” y la boca podía “tener forma rectangular o avalada y dientes marcados.” En algunas, existían “brazos modelados.” Importante, “gran cantidad de elementos geométricos.” Además, hay elementos antropomorfos, como individuos vistiendo largas ropas talares o provistos de enormes escudos.” Otro motivo, eran “las figuras de batracios, muy estilizados, o representaciones del ñandú o suri. Las serpientes y anfisbena (o serpiente de dos cabezas)” eran “frecuentes en la decoración.”
Asociado con las urnas, se encontraba “un gran número de pucos.” Los motivos, estaban “realizados con pintura negra y roja sobre engobe desleído blanco mate.”
Otros tipos cerámicos, “Yocavil Policromo”, Yocavil rojo sobre blanco” y “Famalabasto (negro sobre rojo)”, decorados con “motivos de manos.”
En cuanto a la metalurgia, desarrolló “el bronce con mayor proporción de estaño.” Así, “hay discos (o escudos) de 35 centímetros de diámetro que están decorados con representaciones zoomorfas o antropomorfas, particularmente rostros o figuras humanas completas.” Con líneas delgadas, “se ha dibujado el contorno de la cara, los ojos rectangulares u ovales y la boca rectangular provista de dientes.” En estos discos, “aparecen figuras humanas provistas de grandes escudos que les cubren hasta los pies.” También, de metal, “hay hachas ceremoniales con mango y hoja decorados”, a las que “se ha agregado un alvéolo para encastrar el mango de madera.” Además, son frecuentes las “grandes campanas metálicas, que tienen en su borde inferior los característicos motivos decorativos de rostros ovales.” Paralelamente, “existen cuchillos rectangulares, tensores para arcos y brazaletes.”
Con relación al trabajo de la piedra, “solo existen objetos pequeños, como puntas de flechas trabajadas en obsidiana.”
En cuanto a lo religioso, existen “lugares especiales de culto (pequeños templos)”, además de “figuras antropomorfas de madera, relacionadas con este aspecto, y “animales fantásticos, casi draconiformes”, y “serpientes de dos cabezas.” También, “tumbas”, que eran “panteones familiares”, con “ofrendas.” Allí, “encontramos las cestas en que se enterraban a los adultos y las urnas con párvulos. Son de planta rectangular o circular, construidas de paredes de piedra sin mortero y con techo de falsa bóveda. El ajuar de los muertos era muy rico y debió tener una buena cantidad de piezas, especialmente tejidos.”
En lo social, “debieron formar pequeñas parcialidades, “con sus grupos propios y vecinos.” Frente a un enemigo común, “se unieron” en conjuntos “federados de importancia.”
En otro orden, desarrollaron un importante “intercambio” con otros pueblos originarios, como las naciones de la “Puna.”
Finalmente, junto a las culturas “Angualasto” y “Belén”, la Santamaría hablaba “el cacán o diaguita.” Así, “el vínculo de la lengua, y otras tradiciones culturales comunes, “le dio un sentido de integración y unidad sociopolítica”, a esta gran Nación.
Prof. Damián D. Reggiardo Castro.
Fuente consultada:
-Rex González, Alberto y otros. “Historia Argentina. Tomo I: Argentina indígena. Víspera de la conquista.” 2º Ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Paidós, 2007. Págs. 90-99.