EL PRINCIPIO
- ¿De dónde venía yo cuando tú me encontraste? - preguntó el niño a su madre.
Ella, riendo y llorando, le respondió apretándolo contra su pecho:
- "Tú estabas en mi corazón, como su ansia, amor mío. Estabas con las muñecas de juguete de mi infancia; y cuando cada mañana hacía yo la imagen de mi Dios con barro, a ti te hacía y te deshacía: Estabas en el altar con el Dios de nuestra casa; al adorarlo a Él te adoraba a ti.
Estabas en todas mis esperanzas y en todos mis cariños. Tú has vivido en mi vida y en la vida de mi madre. Tú fuiste viniendo, siglo tras siglo, en el seno del espíritu inmortal que rige el hogar nuestro.
Cuando yo era una muchacha y mi corazón abría sus hojas, tú flotabas en fragancia a mi alrededor. Tu tierna suavidad floreció antes en mis carnes juveniles, como el color en el oriente antes de salir el sol. Primer amor del cielo, hermano gemelo de la luz del alba, bajaste al mundo en el río de la vida y al fin te paraste en mi corazón..."
¡Qué embeleso me sobrecoge al mirarte a ti, hijo, que siéndolo todo te has hecho mío; y qué miedo de perderte!
¡Así, bien apretado contra mi pecho! ¡Ay! ¿Qué poder mágico ha enredado el tesoro del mundo a mis débiles brazos?
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