Algunas veces los árboles no nos dejan ver el bosque, ese complejo ecosistema perfectamente adaptado a un ambiente único logrado por el conjunto de todas las especies de flora y fauna en él integradas. Pero otras veces es el bosque quien no nos deja ver los árboles, individualizarlos, admirarlos. Ocurre especialmente con los ejemplares más viejos, ignorados por la mayoría e incuso despreciados por muchos gestores forestales al tenerlos por foco de enfermedades. Y sin embargo estos abuelos del bosque tienen una importancia fundamental, pues dan cobijo a una riquísima comunidad de plantas y animales que los eligen para vivir, refugiarse o alimentarse, lo que ahora conocemos por biodiversidad.
Estudios científicos estiman que entre 150 y 200 especies muy raras, incluidas más de 27 escarabajos en peligro de extinción, están tan asociadas a los árboles ancianos que sin ellos no podrían sobrevivir. Sin embargo, más del 80% de estos ejemplares singulares han desaparecido en el último siglo en España víctimas del cambio climático, incendios, talas, plagas y, cada vez más frecuentemente, obras y proyectos urbanísticos.
En el caso del arbolado urbano, estos ejemplares añosos, los vecinos vivos más viejos del lugar, subsisten en parques, jardines y calles desde hace siglos, aportando una biodiversidad única de aves, murciélagos, pequeños mamíferos e insectos. Una inmensa riqueza natural pocas veces reconocida, pues se les suele manipular como vulgar mobiliario urbano al que se maltrata, poda salvajemente y hasta arranca.
Celebramos el Año Internacional de los Bosques pero no se nota. Ocurre lo mismo que hace 200 años, cuando Jovellanos decía que
“de árboles no hay que hablar; éste es un coco que asusta al propietario y al labriego, y a quien los planta le apellidan loco”.
(Articulo tomado de la Red)
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