Pero cuanto más lo llamaba, más se alejaba de mí. Ofrecía sacrificios a sus falsos dioses y quemaba incienso a las imágenes (Oseas 71: 2).
LA NECESIDAD ESPIRITUAL que tienen los seres humanos debe ser satisfecha, como lo son las demás necesidades, tanto físicas como emocionales. Satanás conoce bien esto, y ha ideado muchas maneras falsas de satisfacerla. La manera legítima de hacerlo es a través de la comunión con el Creador. En la búsqueda del compañerismo con el Dios verdadero hallamos satisfacción espiritual.
Pero, después de la caída de nuestros primeros padres, Satanás procuró que esa necesidad fuese satisfecha a través de diferentes dioses inventados por él. Fue así como condujo a mucha gente a adorar a los astros y las constelaciones: El sol, la luna y las estrellas llegaron a ser dioses favoritos de muchos. Otros fueron llevados por el astuto enemigo a adorar los fenómenos de la naturaleza, como el relámpago, la lluvia, las nubes, el fuego, la vegetación, el mar, los ríos, etcétera. Todavía hoy millones de personas se congregan junto a los ríos de la India, pues creen que son dioses que deben ser adorados.
Los antiguos egipcios adoraron a diferentes deidades encarnadas en animales e insectos, como el chacal, el cocodrilo, el buey, el escarabajo, etcétera. Nada de esto satisfizo su necesidad de Dios.
Los griegos y los romanos adoraban dioses en forma humana, y también tenían semidioses que eran el resultado de la unión de dioses con seres humanos. Cuando su adoración se volvió demasiado burda para su crecimiento intelectual, terminaron idealizándolos como virtudes y actividades humanas. De este modo adoraron a Zeus (la razón), Afrodita (el amor), Marte (la guerra), Esculapio (dios de la medicina), Castor y Pólux (patrones de la navegación), Hermes (mensajero de los dioses).
«De todo lo que él ha creado, el hombre, la obra máxima de su creación, es el que más tremendamente lo ha deshonrado. En el juicio, los seres humanos aparecerán delante de Dios avergonzados y condenados, porque aunque se les dio inteligencia, raciocinio y la facultad del habla, no obedecieron la ley del Altísimo».