El Evangelio de Hoy LUNES 11 DE ABRIL DE 2011
Lunes de la V Semana de Cuaresma
¡Bienvenidos Hermanos y hermanas en Cristo Jesús!
Nos hemos reunido para leer la Palabra y alimentarnos de Cristo
que fortalece nuestra vida y nos compromete a vivir
y a llevar una vida Espiritual llena de amor y paz.
"El Señor esté con ustedes".
Con alegría leamos la palabra.
“Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
“Señor, creo que en las Sagradas Escrituras que voy a leer
se contiene Tu Santa Palabra.Haz que la escuche con todo respeto y amor.
Ilumina mi mente para que por medio de ella yo conozca
Tu Santa voluntad, y mueve mi corazón para que yo cumpla con fidelidad
lo que Tú quieres de mí.Espíritu Santo, ilumina con Tu luz mi cabeza
y enciende mi corazón para que la palabra de Dios
pueda entrar y quedarse siempre en mí, para conocer por medio
de Tu Palabra, tu Divina Voluntad,lo que puedo y debo hacer,
lo que debo y puedo modificar,y que no depende de mi cambiar.
Como debo conducirme en los acontecimientos de la vida.
Señor, aquí tienes mi corazón abierto,
dispuesto a escuchar Tu Palabra con corazón sencillo
y con la voluntad decidida para obedecerle.
En Ti esta la luz y la salvación.
Amen y Amen
PRIMERA LECTURA.
Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62.
Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín. Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que era muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos. Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor: «La iniquidad salió en Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo.» Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían algún litigio se dirigían a ellos. Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana entraba a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días, empezaron a desearla. Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus justos juicios. Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín. No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos, estaban al acecho. Dijo ella a las doncellas: «Traedme aceite y perfume, y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme.» En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron, fueron corriendo donde ella, y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un joven y que por eso habías despachado a tus doncellas.» Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros. Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante del Señor.» Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos gritaron también contra ella, y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín. Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por la puerta lateral para ver qué ocurría, y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de Susana. A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos inicuos contra Susana para hacerla morir. Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana, hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla, y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de todos sus parientes. Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían. Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su cabeza. Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su confianza en Dios. Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y luego despachó a las doncellas. Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta iniquidad, fuimos corriendo donde ellos. Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó. Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven. No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.» La asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la condenaron a muerte. Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo conoces antes que suceda, tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí.» El Señor escuchó su voz y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado Daniel, que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta mujer!» Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: «¿Qué significa eso que has dicho?» El, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan necios sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel? ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han levantado contra ella!» Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad.» Daniel les dijo entonces: «Separadlos lejos el uno del otro, y yo les interrogaré.» Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: «Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada, dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: 'No matarás al inocente y al justo.' Conque, si la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos.» Respondió él: «Bajo una acacia.» «En verdad - dijo Daniel - contra tu propia cabeza has mentido, pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por el medio.» Retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: «¡Raza de Canaán, que no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido tu corazón! Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad. Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?» El respondió: «Bajo una encina.» En verdad, dijo Daniel, tú también has mentido contra tu propia cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte por el medio, a fin de acabar con vosotros.» Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces, bendiciendo a Dios que salva a los que esperan en él. Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se salvó una sangre inocente.
Meditación
Ahora tengo que morir, siendo inocente
En el evangelio de hoy, Jesús salva a una mujer adúltera de los que la acusaban y querían su muerte... El relato de Daniel nos presenta una situación semejante. -La historia de Susana. Fue víctima de dos hombres viejos y perversos. Acusada de adúltera, no ha podido defenderse. Está pues condenada a muerte según la ley de Moisés. Te ruego, Señor, por todos aquellos que HOY todavía ven afectada su reputación por calumnias o por maledicencias. Ayúdame, Señor, a conocerme, a vigilar mi conducta para que no caiga en acusaciones, críticas o juicios maliciosos... ni siquiera sin quererlo, por descuido... -Entonces Susana gritó con voz fuerte: Dios eterno, Tú penetras los secretos, mira que voy a morir inocente. Recurrir a Dios, en el peligro. ¿Tengo yo también ese reflejo? En vez de dejarme abrumar por mis preocupaciones, debo aceptarlas a manos llenas, ofrecerlas transformándolas en oración. «Tú que penetras los secretos...» Señor, Tú sabes mis preocupaciones. ¿Me detengo lo suficiente a evocarlas concretamente? ¿Trato de imaginar de qué modo las conoce Dios y cuál es su manera de considerar esas cosas? ¿Tu punto de vista es exactamente igual al mío? Creo que Dios ve más allá y desde más alto. ¡Que tenga yo tu perspectiva, Señor! He de tratar de considerar mi vida desde el punto de vista de la eternidad, de la redención, de Dios. -El Señor escuchó su oración. Dios suscitó una santa inspiración a un jovencito... Admiro cómo exhortas, Señor, a los que en Ti ponen su confianza. Dios no actúa directamente, sino por un intermediario. Discretamente, como quien no hace nada, sin que la cosa parezca milagrosa, ¡no! Parecerá la feliz inspiración de un jovencito. Pero, eres Tú, Señor, el que estaba en su corazón y le diste esa idea. Esta es siempre tu manera de obrar... escondido detrás de las personas. Del mismo modo, también a menudo, me tomas como instrumento de tu acción en el mundo respecto de mis hermanos, de mi marido, de mis hijos, de mis colegas o amigos... Ayúdame a ser dócil a esos discretos impulsos e inspiraciones. -La asamblea entera bendijo al Dios que salva a los que confían en El Lo creo, Señor. Creo que Tú salvas a todos los que esperan en Ti. Lo que pasa es que no puede verificarse humanamente, aquí abajo. Por una pobre y desgraciada Susana que aquel día encontró la felicidad solucionando con éxito su problema... ¡cuántas otras continúan debatiéndose en asuntos difíciles y sin salida aparente! Aumenta, Señor, mi fe y mi esperanza. Tú mismo nos has prometido la salvación y la felicidad. Cuento con ellas.
Salmo
23(22),1-3.4.5.6.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo.
Salmo de David. El señor es mi pastor, nada me puede faltar. El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo.
El Evangelio de hoy
según San Juan 8,1-11
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".
Reflexión
El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra
Personas conocedoras y cumplidoras de la ley son las que le presentan a Jesús una mujer que según la ley debe ser apedreada como castigo por su pecado. Los fariseos y letrados buscan que Jesús se pronuncie a favor o en contra del pecado; no les importa la vida de la mujer, pues ellos mismos la han marcado y condenado con argumentos de la ley. La Palabra de Dios nos invita a una reflexión muy profunda sobre nuestra forma de valorar las condiciones de las demás personas. Muchas veces, y tal vez de modo inconsciente, nos constituimos en jueces de las conductas de los hermanos, y nos creemos autorizados para excluir y condenar. Jesús nos hace hoy una invitación a reconocer nuestras propias limitaciones y a mirar con amor a quienes han cometido errores. Sólo Dios es el cabal juez. Y él sabe escuchar, valorar, perdonar y, por sobre todo, seguir amando sin reservas, con infinito amor.
Muy cerca de la Pascua se nos ofrece esta escena, llena de la misericordia y del perdón divinos. Los inquisidores de la historia no debieron conocer este pasaje, pues de lo contrario no hubieran obrado con tanta crueldad. Reconocemos que, en lo profundo de nuestro corazón, está siempre acechando un inquisidor, dispuesto a condenar al otro y a pedir sobre él el castigo divino, olvidándose del perdón generoso de Jesús y de nuestros propios pecados, más graves aún.
“No encuentro figura más hermosa de Jesús salvando la dignidad humana, que este Jesús que no tiene pecado, frente a frente con una mujer adúltera. Fortaleza pero ternura: la dignidad humana ante todo... A Jesús no le importan detalles legalistas... El ama, ha venido precisamente para salvar a los pecadores... Convertirla es mucho mejor que apedrearla; ordenarla y salvarla es mucho mejor que condenarla... Las fuentes del pecado social están en el corazón drl ser humano... Nadie quiere echarle la culpa y todos son responsables... de la ola de crímenes y violencia. La salvación comienza arrancando del pecado a cada ser humano... “No peques más”. En toda esta semana llamada de “Pasión” por ser una sentida y profunda reflexión sobre la entrega de Jesús al dolor y a la muerte para alcanzarnos el perdón y la vida, estamos llamados a convertirnos de nuestros pecados, a perdonar a quien nos haya ofendido y a pedir perdón humildemente por nuestras culpas para merecer gozar en la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte. Así pues, antes de juzgar, juzgarnos. Antes de condenar, entregarse. Antes de matar, dar la vida por el otro –como lo hace Jesús, que se entrega y se da en comunión aun a aquellos, que le van a matar-. “Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por El”.
Señor.Te pido que nos haga personas humildes y sencillas, capaces de comprender las limitaciones humanas más allá de la frialdad de las leyes; y que la misericordia de Dios toque nuestras entrañas para saber amar y perdonar sin límites.
Gracias Señor, porque en Tu actuación Misericordiosa comprendo que se esconde el valor inmenso que das al débil, al frágil, al vulnerado Señor Tu Misericordia me invita a estar de parte de los débiles.
“Señor Jesucristo, te necesito. Te abro la puerta de mi vida y te recibo como mi Señor y Salvador. Gracias por perdonar mis pecados. Toma el control del trono de mi vida. Hazme la clase de persona que quieres que sea.” Padre lleno de amor, tú que te complaces en la misericordia y no te dejas ganar en generosidad y compasión, perdona siempre nuestras faltas y todo aquello con lo que herimos a tus hijos alejándonos así de tu casa y de tu mesa, así, con la luz de tu Espíritu Santo reconoceremos que tu amor es más grande que nuestras faltas y volveremos a ti con un corazón contrito y humillado. Gloria y alabanza a ti, Señor. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén,Y Amen
* Te agradecería compartieras con tus amigos esta reflexión. Con el mayor de mis respetos. Saludos y Dios los Bendiga. *
GRACIAS POR TU AMISTAD
FELIZ DIA.
Hermes Sarmiento G
De Colombia
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