4- Una vida con significado
Llevo muchos años investigando, leyendo y publicando sobre el envejecimiento, básicamente desde la perspectiva de las mujeres. Éste es un tema sobre el que todavía queda mucho por reflexionar y por decir. De hecho, a mi parecer, la conquista de una vejez con significado y libertad por parte de las mujeres es una de las grandes revoluciones pendientes. Una conversación apasionante que debemos hacer posible entre todas nosotras, si queremos disponer de una vida larga, interesante y distendida.
Uno de los logros más importantes del siglo en que nacimos ha sido el aumento espectacular de la esperanza de vida, fundamentalmente en los países del primer mundo. Vivimos un tercio más que nuestras abuelas, lo cual sería estupendo si supiéramos cómo otorgar significado a estos años extra con que nos encontramos. Antes la vida era muy corta y los diferentes estadios por los que debíamos transitar parecían claros y bien definidos. Se pasaba de niña a adolescente, a mujer y a vieja, en un corto período de tiempo, siempre sabiendo cuál era el papel asignado, cuáles las funciones, cuéles los objetivos. Sin embargo, ahora se nos ofrece un número muy importante de años en la meseta de la vida, en el período que va desde la adultez joven a la vejez, para los que no tenemos mapas de ruta. La vida después de los 50-60 años es, como dice Gloria Steinem(1994), en sí misma, "otro país". Nunca antes los seres humanos se han encontrado con un tercio más de vida por delante y nosotras, cuando pensamos en estos años del futuro, no podemos ver más que una pantalla en blanco. A duras penas podemos imaginar cómo podemos ser. No tenemos modelos, al menos no de nuestro gusto.
Vivir es una suerte, un logro de la humanidad, una meta, pero no queremos vivir a cualquier precio. No nos resignamos a vivir sin valor, sin significado, sin ilusión, sin deseo. Vivimos en una sociedad profundamente edadista, en la que los estereotipos negativos acerca de la edad están hondamente enraizados en todos y en cada uno de nosotros, de tal manera que a la vejez se asocian una serie de ideas- fealdad, enfermedad, pérdida, deterioro- que no es de extrañar que se conviertan en temores. Ideas que nos llevan no sólo a la negación y al rechazo de nuestro propio envejecimiento, sino también al desprecio de las mujeres mayores como grupo del que tratamos de distanciarnos. La edad madura nos pilla, en consecuencia, desprevenidas y sin preparación para los largos años que nos esperan.
Nuestra sociedad nos ofrece imágenes sociales y culturales en las que se presenta a las personas a partir de la mediana edad como atractivas, valiosas y significativas y nosotras no hemos conseguido hacernos con un argumentario, una idea, sobre nuestra vejez creada por nosotras mismas, diferentes a esta imágenes culturales plagadas de estereotipos; un imaginario que- a modo de acción afirmativa- nos facilite la transición que deseamos hacer. Hasta que no consigamos crear nuestra propia idea del envejecer, en la que las mujeres mayores sean vistas como seres independientes y sexualmente activas, seguiremos contribuyendo a la perpetuación de los estereotipos que estrechan nuestro mundo. Carecemos de modelos de mujeres mayores significativas, con vida propia, bellas, mostrando los signos de identidad de poseer "una cierta edad", cuya imagen nos permita re/conocernos, proyectarnos en el futuro y elaborar una nueva representación social y cultural de la edad. Curiosamente, el cambio de estatus de las mujeres en el último siglo no ha producido una transformación real en los significados sociales.
Muchas de las mujeres que hoy se sitúan en la mediana edad diseñaron individualmente su vida y son hoy adultas independientes que trabajan cotidianamente para conseguir sus objetivos personales y profesionales. Son mujeres que han dispuesto de oportunidades educativas, han participado en el mercado laboral durante toda su vida, viven solas o acompañadas, según su deseo o circunstancia personal, tienen independencia económica y han dispuesto de la posibilidad de controlar la natalidad. Circunstancias, todas ellas, que las diferencian de las mujeres de generaciones anteriores, que organizaron sus papeles y objetivos vitales exclusivamente alrededor de los de la familia. Sin embargo, este cúmulo de coyunturas vitales y profesionales que las diferencian a unas de otras no ha transformado el imaginario social de lo que puede entenderse por ser "una mujer mayor" y tampoco ha supuesto un cambio significativo en algunos aspectos en la práctica de la vida cotidiana y de las relaciones, en la medida en que unas y otras siguen asumiendo la centralidad de los trabajos de cuidado, la maternidad y el peso de la relación de pareja, para cuya igualdad parece que hacen falta aún unas cuantas generaciones.
Autora: Anna Freixas. Segunda Parte: La edad escrita en el cuerpo y en el documento de identidad; del libro: "Los cambios en la vida de las mujeres".
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