5- Pero,¿quiénes somos, si ya no somos las de siempre?
La identidad de las mujeres está marcada por la definición cultural que vincula al ser femenino a determinados elementos de carácter biológico que se pueden dar en su ciclo vital. Tres "emes", menarquía, maternidad y menopausia, definen los hitos del desarrollo femenino y otorgan a las mujeres una identidad fundamentalmente biológica en la que no se incluyen otros aspectos considerados cruciales en el desarrollo de la personalidad adulta, como el trabajo y la jubilación, que sí son tenidos en cuenta cuando se trata del desarrollo adulto de los hombres.
La consideración de la centralidad de la maternidad como requisito para la construcción de la identidad femenina, deja al margen de la "auténtica feminidad" a quienes no han deseado o podido tener hijas e hijos. Nosotras: cuerpo y biología; ellos: rendimiento y participación en la arena pública y en el mercado laboral. Esta definición fundamentalmente biológica, centrada en el ciclo reproductivo, nos indica que con la menopausia dejamos de ser seres socialmente significativos, dado que nuestra contribución básica a la sociedad se entiende y valora a través de la maternidad. Más adelante veremos la complejidad de este aspecto con mayor detalle.
Las mujeres llegamos a la mediana edad con una historia diferente a la de los hombres, hemos tenido una socialización que por una parte nos enriquece y por otra nos pone en situación de riesgo al hacernos mayores. No vamos a comentar aquí las grandes diferencias en el proceso de adquisición de los papeles sociales, sólo deseo echar una mirada al significado que algunos aspectos de la construcción social de los sexos tienen a largo plazo, especialmente al papel que desempeñan las relaciones con las demás personas en la construccción de nuestra identidad y en la vivencia del cambio al hacernos mayores.
La mujeres nos definimos en gran medida a través de las relaciones, de los vínculos, que establecemos con los demás; con frecuencia confundimos, mezclamos, identidad con intimidad. Nuestra implicación profunda en las relaciones, nuestra orientación hacia la interdependencia, nos otorga un plus, un capital exquisito y único. Una riqueza indudable. Ahí reside una parte de nuestra grandeza. Sin embargo, nuestra tendencia histórica a subordinar el rendimiento al cuidado- es decir,a priorizar las relaciones afectivas y maternales frente a las opciones de carácter profesional- y el conflicto interior que con frecuencia sentimos ante el éxito- especialmente si para ello tenemos que competir con otras personas- nos pone en una situación vulnerable. Particularmente en ese momento del ciclo vital en que nos encontramos, en que con frecuencia se produce una transformación, un cambio, en las relaciones que mantenemos en nuestros diversos contextos (la familia, el trabajo, el mundo social) y, en consecuencia, podemos sentir una variación en el sentimiento de conexión y vinculación que estos entornos nos ofrecen. En esta etapa podemos sentir que el mundo tiembla y nos abandona; que el piso se nos mueve. Puede ser, pues, un tiempo de oscuridad, de desesperación.
Por todo ello, quizás uno de los desprendimientos más dolorosos a medida que nos hacemos mayores tiene que ver justamente con eso, con el hacernos mayores y con todas las transformaciones y significaciones que lleva aparejado el transcurrir de los años. Reconocemos que cumplir muchos años es uno de los grandes logros de la humanidad y mantenernos vivas en este mundo es uno de nuestros objetivos principales; sin embargo, llega un momento en que se convierte para las mujeres en una crisis de identidad. ¿Quiénes somos, quiénes podemos ser, si ya no somos más la niña, la adolescente, la joven, la adulta joven, la adulta de mediana edad que éramos y tenemos ahora que autonombrarnos, en público y en privado, simple y llanamente como "mujeres mayores?" ¿Qué ha pasado para que estas identidades anteriores sean sólo recuerdos y fotografías que pueden ser atestiguadas en caso de necesidad?
Desprendernos de estas imágenes, de esta identidad de mujer atractiva, reclamada, mirada, y reconocernos en una "otra", yo misma también, en el espejo y en las relaciones; una "otra" que la sociedad ha decidido que ya no es atractiva y deseable, e incluso, si te descuidas, tampoco interesante. No es un proceso fácil. Porque, como tantas otras cosas de las que ocurren en la vida de las mujeres, paraece que llega de repente. Así como un buen día, sin comerlo ni beberlo, te levantas y "ya eres mujer", sólo por el hecho de que has empezado con la menstruación y todo el mundo celebra tu iniciación en el mundo de las toallas higiénicas, el dolor de estómago, la anticoncepción y el susto permanente, también otro día "ya no eres mujer", sólo por el hecho de que llevas meses sin tener las molestias de la menstruación, puedes tener relaciones sexuales sin temor a embarazarte, ya no te duelen los pechos con el síndrome premenstrual y te ahorras un pastón en toallas higiénicas. Y lo peor, la sociedad no lo celebra como una liberación, sino como un estigma. No hay quien lo entienda, la verdad. En realidad, resulta tan paradójico porque algunos de los desprendimientos relacionados con la edad, el cuerpo, lo considerado bello e interesante, tienen que ver con elementos que en gran medida se sitúan fuera de nosotras mismas, a pesar de que también están profundamente arraigados en nuestras cabezas y en nuestros corazones, en el imaginario emocional y social, en el alma.
Autora: Anna Freixas,
Segunda Parte del Libro:"Los cambios en la vida de las mujeres"
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