"EL ENOJO"
Enojada con vos porque hacés cosas que me parece que no son las que yo te enseñé, te sembré, te mostré con mis propios movimientos, como les muestra a sus alumnos los movimientos para mantenerse a flote y para nadar el profesor de natación en la clara piscina, pienso que durante casi diecisiete años fui más madre que mujer, profesional, esposa, amiga.
Madre al despertarme a la noche para taparte, al levantarme por la mañana, al caminar por la calle buceando los peligros que podrían signarte, al comprarme un vestido y sentirme culpable por no renovar tu muñeca, al dejar abierta la puerta de mi dormitorio para oír si me llamabas, al escribirte, al nombrarte, al callarte, al respirar, al temer por mi vida, al salir con la garganta apretada por dejarte.
No es ninguna novedad, a casi todas las madres les ocurre lo mismo.
Pero me enojé, me rebelé. Frente al espejo, mirándome con unos jeans que me diste, entornando los ojos y viéndome joven como era cuando naciste, sentí que de golpe tenía ganas de ser una persona, no una mamá-persona. Que alguien en mí (¿la yo de siempre, otra nueva?) se impacientaba, pedía socorro, libertad, un espacio en blanco para que sus pensamientos pudieran volar sin ser una avioneta con un piloto invariable: vos.
¿Cuándo dejarás de ser una nenita que todo lo espera de mí? ¿Cuándo dejaré de despertarme sobresaltada porque creo oír tu voz nombrándome? ¿Cuándo mi frasco de champú estará en mi estante y mi rimel y el perfume como los dejé?
Enojada. Enojada.
Esperando que asumas responsabilidades, que la noticia del día sea: "Crecí", y no: "Dame la mano, me metí en un lío, te dije una mentira, no aprobé el examen…".
Y ahí asumo yo. Soy la balsa, el madero, soy la mala que te obliga –sin conseguirlo del todo- a hablar menos por teléfono, a estudiar, a salir más espaciadamente.
Se llaman "límites" y están bien. Pero me parecen duros y tambaleo, y cuando tambaleo me envolvés con tus "razones", que siempre te favorecen.
Es que yo fui tan poco feliz en mi adolescencia, que verte acongojada, angustiada o triste me provoca una culpa extraordinaria.
Iba a decirte, o te dije:
Por favor, no soy solamente tu mamá.
También soy yo. Soy un poquito mía y me necesito. Estoy cansada, ahora ayudame vos.
Iba a decirte, o te dije:
Cuando yo tenía tu edad me valía por mí misma, sacaba las mejores calificaciones del colegio, escribía, publicaba, nadie me daba un beso en la frente cuando estaba dormida.
Iba a decirte… y hasta te dije cosas muy duras, con la voz de espada y palabras de acíbar.
Llamaradas en los ojos y la firme determinación de que "de ahora en adelante tomaremos dos pasos de distancia: vos tus remos, los que te di a su tiempo. Yo el timón de mi barco. Hasta aquí, mamá, y de aquí para allá, vos que te arreglás por tu cuenta".
No podía dormirme. Fui a la biblioteca. "Voy a releer algo, voy a mimarme un poco, con algún libro que me haya fascinado". Tomé mi Felisberto Hernández de hojas amarillentas por el tiempo, fui con el libro a la cama y al abrirlo algo planeó sobre las sábanas de ramilletes celestes. Una estampita. Un niño Dios conversando con un conejo, un pajarito y una ardilla. En el reverso, impreso en prolijas letras: "Verónica R. fue bautizada el 20 de junio de 1963 en la parroquia de …" y tu nariz fruncida al recibir el agua bendita en la cabeza… y los primeros pasos de zapatitos blancos… y una nena de largo pelo brillante con un vestidito con canesú en punto smock parada sobre una mesa cantando "Manuelita vivía en Pehuajó…".
Oh, toda mi carne vacilante volvió a ser tabla de salvación, balsa, cuna, miedo y fortaleza.
"Un poco más", me dije. Y fui a sacarte el flequillo mojado de la frente y a besar una redonda mejilla de manzana, despacito, para no despertarte.
Autora: Poldy Bird
Buenos Aires - Argentina